Cómo es hoy la vida de la pareja que protagonizó la castración más mediática de la historia
Amazon estrena 'Lorena', un documental que recuerda cómo hace 25 años el mundo asistió estupefacto a un 'thriller' real donde un cuchillo afilado trinchó el heteropatriarcado
Una mujer de 22 años conduce a toda velocidad en plena madrugada. Cuando intenta girar para tomar una curva, sus manos resbalan por el volante ensangrentado. En ese momento, Lorena Bobbitt (Ecuador, 1970) se da cuenta de que lleva el pene de su marido en la mano derecha. Pero él no está en el asiento del copiloto. Baja la ventanilla, lo tira y sigue su huida hacia ninguna parte. Esta estampa terrorífica está basada en hechos reales ocurridos hace ahora 25 años: la castración más mediática de la historia. Una tragedia griega, un thriller de terror y, para los medios americanos, una comedia negra, que Amazon ha convertido en un docureality, Lorena (en las pantallas a partir del 15 de febrero).
La noche de San Juan de 1993, cuatro años y cuatro días después de su boda, John Wayne Bobbitt (Nueva York, 1967) llegó a casa borracho y presuntamente violó a su esposa Lorena. Según ella, no era la primera vez. Pero sí sería la última, porque la mujer se levantó a la cocina para beber agua, vio un cuchillo de trinchar pavo y los recuerdos de la agresión, del día que él la obligó a abortar y de años de malos tratos y de amenazas que se agolparon en su memoria. Resultó que Lorena tenía más sed de venganza que de agua y ese cuchillo se convirtió en una oportunidad de 20 centímetros para trinchar el heteropatriarcado. Así que volvió a la cama, destapó a John, cogió el pene por la punta y lo rebanó.
¿Podría haber algo mejor que un juicio mediático a costa de un crimen tan esperpéntico? Sí: dos juicios paralelos. Uno contra él por abusos y otro contra ella por castración con alevosía
Mientras Lorena se escondía en el salón de belleza donde trabajaba haciendo manicuras, John protagonizaba una versión perversa de esas películas de deporte en las que un médico informa al atleta de que quizá nunca pueda volver a ejercer. “¿Puedes reconstruirme, doctor?”, preguntó un relajado Bobbitt con la entrepierna aún ensangrentada. “John”, respondió el cirujano Jim Sehn, “no tenemos el pene”.
Resignado, el exmarine castrado le consoló al médico: “Haz lo que puedas, hombre”. Y le chocó los cinco. Pero en un épico giro de los acontecimientos, la policía encontró el miembro tras horas de exhaustiva búsqueda nocturna en un descampado junto al 7-Eleven de la localidad virginiana de Manassas, lugar donde (mal) vivían los Bobbitt y que, hasta aquel 23 de junio, era emblemática por ser el escenario de la primera batalla de la Guerra de Secesión norteamericana.
El doctor Sehn se temía lo peor: que el pene estuviese cubierto de gravilla, tierra o barro, que lo hubiese atropellado un coche o que lo hubiese mordisqueado algún animal. “Pero estaba intacto”, recuerda el cirujano urológico, “y muy bien cortado, en un tajo muy limpio. Llegó en una de esas bolsas de plástico herméticas, a su vez metida en una bolsa de papel para el almuerzo”.
Diez horas de quirófano más tarde Jim Sehn se convirtió, asistido por David Berman, en el verdadero héroe de esta historia al reconstruir el pene con éxito. El villano y la víctima eran, sin duda, John y Lorena Bobbitt. Pero nadie parecía ponerse de acuerdo respecto a quién era quién.
“Él siempre quiere tener orgasmo y no espera a que yo tenga orgasmo”, argumentaba Lorena Bobbitt en la comisaría con los tropiezos gramaticales de quien no se defiende en su lengua materna. “Es egoísta”, añadía. Ella encarnaba al hombre del saco de la virilidad: hizo realidad ancestrales terrores masculinos subconscientes.
Durante el primer lustro de los 90, Estados Unidos vio como su cultura pop, su moral y su identidad política confluían hasta diluirse sin que fuera posible diferenciarlos: los juicios mediáticos, retransmitidos a tiempo real, convirtieron la crónica de sucesos en el año cero de la telerrealidad. El asesinato de O. J. Simpson a su esposa, las acusaciones de acoso sexual de Anita Hill al candidato al Tribunal Supremo Clarence Thomas, la agresión de la patinadora sobre hielo Tonya Harding a su rival Nancy Kerrigan o la red de prostitución de lujo que regentaba Heidi Fleiss, “la madame de Hollywood”, obsesionaron a la nación y generaron un debate social.
Durante el juicio de Bobbitt v Bobbitt, seguido por un 60 % de la población estadounidense, la conversación en torno a la violación dentro del matrimonio llegó a los editoriales del New York Times, a los programas de monólogos y a la cola del supermercado. Fue la primera vez en la que el histórico y referencial New York Times incluyó en la portada la palabra "pene"; antes escribían "órgano sexual masculino".
Para las asociaciones de ayuda a las mujeres maltratadas, Lorena se erigió como un símbolo de su lucha tan retorcido como cuando O. J. Simpson se convirtió en el icono que la comunidad negra necesitaba. Sin embargo, el abogado de su marido argumentó que Lorena le agredió porque él le había pedido el divorcio. Mel Feit, director de una de las más potentes asociaciones que luchaba por los derechos de los hombres (National Center for Men), se sumó al debate: “En la batalla de los sexos, esto ha sido como robar la mascota del equipo rival. El ataque es culpa de las feministas, que convencen a otras mujeres de que los hombres son opresores por naturaleza”.
¿Podría haber algo mejor que un juicio mediático a costa de un crimen tan esperpéntico? Sí: dos juicios paralelos. Uno contra él por abusos y otro contra ella por castración con alevosía. En noviembre de 1993 John Bobbitt fue absuelto de la acusación de asalto y violación, a pesar de que durante el propio juicio cambió su testimonio cuatro veces (que no habían mantenido relaciones, que ella quería pero él estaba demasiado cansado, que empezaron pero él se quedó dormido en medio del acto y, finalmente, que consumaron sexo consensuado), por un jurado de nueve mujeres y tres hombres.
La primera votación se saldó con 6 a 6 y, tras dos horas de deliberación, el veredicto se inclinó 10 a 2 en favor de "no culpable". Tal y como reportaba el periódico local The Spokesman-Review, cuando se anunció el veredicto, la madre de Bobbitt, Marylyn Biro, suspiró y miró hacia el cielo; John dio un salto del asiento y levantó su puño en señal de victoria mientras varios miembros del jurado sonreían asintiendo con la cabeza; y los amigos de la familia se miraban entre ellos con lágrimas en los ojos.
Y todavía quedaba el verdadero clímax dramático, protagonizado por los mismos personajes: el fiscal del condado de Prince William, que acababa de procesar a John (sin éxito) ahora pedía 20 años para Lorena por la castración.
John Wayne Bobbitt tenía en aquella época 26 años y la mandíbula de un Kennedy, la gentileza de un caballero rural (o así era percibido, porque nunca hablaba mal de su mujer) y un pasado en la Marina. Lorena Bobbitt era una inmigrante ecuatoriana que le había rebanado el pene. Y ambos eran despojos del sistema de clases que obsesiona a Estados Unidos desde el primer día que Christopher Newport puso un pie en Virginia en 1607: la cirugía que generó más cobertura mediática de los 90 se efectuó sin la otra cobertura favorita de América, la médica. John Bobbitt no tenía seguro y tuvo que conseguir 200.000 euros en el programa de radio de Howard Stern regalando perritos calientes.
En las escaleras del juzgado se agolpaban cientos de periodistas de todo el mundo, una señora vendiendo chocolatinas con forma de pene y puestos de camisetas con el eslogan: “El amor duele”. Dentro del edificio, el abogado de Lorena aducía enajenación mental transitoria fruto del trauma que le provocó la violación y que dos días antes del ataque ella había solicitado una orden de alejamiento. Siete horas de deliberación bastaron para declararla no culpable. Este thriller doméstico, con sus símbolos de sumisión (el utensilio de cocina que solo utiliza la mujer para cocinarle a su marido) reconvertidos en armas de empoderamiento, fundió a negro sin asignar el papel de villano a nadie.
Mientras, Lorena se teñía de rubia, volvía al anonimato y a su trabajo en salones de belleza. John contrató al agente de LaToya Jackson (la hermana menos exitosa de Michael Jackson) con la intención de rentabilizar su pene, una estrella en sí mismo, en una película porno llamada John Wayne Bobbitt: Uncut (un juego de palabras entre “sin censura” y “sin cortes”).
Se trataba de un biopic en el que Bobbitt recreaba sus años en la marina, su matrimonio con Lorena, el incidente del 23 de junio de 1993 y su vida posterior como máquina sexual. La película no desvela el pene prodigioso hasta el final del primer acto, consciente de que el misterio es la clave de su éxito y de que la primera erección es la historia de superación que hemos venido a ver. A partir de entonces John mantiene relaciones sexuales con movimientos torpes, nula presencia escénica y cara de no querer estar ahí. El éxito de ventas (fue el vídeo porno más vendido hasta el momento) dio lugar a una banda de rock liderada por Bobbitt (The Severed Parts, “las partes seccionadas”) y una secuela en 1996, Frankenpenis, que no igualó la repercusión de la primera parte: una vez visto el truco de magia, el público se dispersó y abandonó el edificio.
John Bobbitt trabajó como camarero, conductor de limusinas, repartidor de pizzas, púgil de lucha libre, recepcionista de un burdel y conductor de grúas. En 1994 fue detenido por golpear a una stripper, Kristina Elliot, en Las Vegas durante su gira Love Hurts Tour. Se volvió a casar en 1999 y tomó el apellido de su esposa Joana Ferrell, pero se divorciaron en 2004 tras la denuncia de la mujer por malos tratos.
Por su parte, Lorena recuperó su identidad con su apellido de soltera (Gallo) y vivió alejada de los medios (protagonizó un altercado en 1997, cuando le dio un puñetazo a su madre mientras veían la televisión) hasta que en 2007 fundó Lorena's Red Wagon, una organización para ayudar a mujeres y niños víctimas de violencia doméstica. En abril de 2009 acudió al programa de Oprah Winfrey para contar que no quería volver a ver a su exmarido nunca más. Pero mintió: un mes después ambos acudieron juntos a otro programa de televisión, The Insider.
En The Insider, John y Lorena se sometieron a una especie de terapia de expareja sin un objetivo demasiado claro, más allá del económico. Ella le echaba en cara: "Me sometiste a cosas horribles y dolorosas que me volvieron loca. Ninguna mujer debería sufrir lo que yo sufrí”; él replicaba: “La verdad es que nunca entendí que seas tan sensible, te tomas las cosas demasiado en serio”.
Respecto a la noche de autos, Lorena explicó: “Eso es lo que pasa cuando un hombre empuja a una mujer demasiado lejos. Me encontré a mí misma en la calle con un cuchillo en una mano y un pene en la otra... así que mira, cosas que pasan”. Pero en el último giro de guion, John Bobbitt acabó disculpándose delante de las cámaras: “Lamento mi forma de ser en aquella época, era un imbécil y fracasé a la hora de quererte como te merecías”. Lo que más le duele a John, 25 años más tarde, es que ella no le haya pedido perdón. Sin embargo, le manda a su exmujer flores y tarjetas todos los años por San Valentín.
¿Acabará siendo esta una historia de amor? No tiene pinta. John, que asegura haberse acostado con más de 70 mujeres desde su operación no tiene nada que hacer con Lorena. Ella está casada desde hace 13 años y tiene una hija de 12. Su marido, según ella misma cuenta, duerme cada noche a su lado, bocarriba y muy tranquilo.
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