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Salgamos del barro, queridas

Que cada una permita, desee, haga y deshaga lo que quiera. Pero sin ceder terreno, ni retrasar la lucha, que bastante agotadora es ya

Una escena de la serie 'Glow'.
Una escena de la serie 'Glow'.Netflix
Isabel Valdés

A nadie se le ocurre pensar que toda una grada vaya a estar de acuerdo con el árbitro en un partido de fútbol, que a todos los asistentes a un festival les guste el mismo concierto y la misma cerveza o que todos los cuñados se pongan de acuerdo en la cena de Nochebuena. Pasa exactamente lo mismo con las discrepancias entre las feministas, que son como las que existen entre los políticos, los taxistas, las familias numerosas o los actores: habituales y necesarias.

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La historia está llena de ellas. A Catharine MacKinnon nunca le pareció bien el feminismo liberal de Betty Friedan; a Betty Friedan acabó pasándole factura su relación con Gloria Steinem (y la rivalidad entre ambas, a la que después se sumó Bella Abzug, es épica); a Gloria Steinem le trajo problemas Germaine Greer por algunas cuestiones relacionadas con el derecho al aborto; y a Germaine Greer se le atragantó el liberalismo sexual de Kathy Acker.

Es hasta absurdo (por evidente) tener que apuntar que ser mujer no implica pensar, sentir o creer en algo concreto o de una forma determinada. Y menos mal. La pluralidad, los debates, las corrientes y las contracorrientes, los movimientos, las teorías y los términos... Todos y entre todos han dado forma a los millones de feminismos que hoy existen, tantos como mujeres que creen en esta lucha por la igualdad; sin uniformes, eso sí, y de forma individual. Cada una con su pasado, sus rutinas, sus trabajos, sus amores y sus fobias, sus series de televisión preferidas, su gusto u odio por el chocolate, la ciencia ficción o los canguros, sus ganas y su pereza. Cada una, de su padre y de su madre, sí, porque ser mujer no implica llevar bajo el brazo una guía del feminismo perfecto, como no implica saber planchar camisas o hacer puchero.

No se trata de abrir un paraguas gigante bajo el que meter a todas las mujeres —la alienación y el progreso no se llevan del todo bien—, ni se trata de construir un redil con obligaciones, prohibiciones, permisos o decálogos. Pero después de unos cuantos siglos de lucha feminista, se presupone el conocimiento y la adhesión a algunos conceptos básicos e indiscutibles, entre ellos que las mujeres son propietarias exclusivas de sus cuerpos, sus deseos y sus voluntades, y que los hombres, bajo ningún concepto, pretexto o excusa, tienen derecho a traspasar cualesquiera que sean esos límites.

Ha sido eso, en gran parte, lo que ha herido a tantas y tan hondo. El manifiesto que impulsó Catherine Millet hace justo una semana y que apoyó Catherine Deneuve (con disculpa posterior incluida, lo hizo el pasado domingo en Libération) junto a un centenar de artistas e intelectuales francesas oponiéndose al movimiento #MeToo, es agarrar las últimas décadas de lucha y tirarlas a la basura. Se suponía que eso ya estaba más que masticado y digerido, se suponía que la diferencia (abismal) entre acoso y seducción estaba clara, y que lo que nos había convertido en “pobres indefensas bajo el control de demonios falócratas”, como apuntaba aquel texto, era precisamente esa falta de discernimiento masculino entre deseo, propiedad y derecho sobre el cuerpo de las mujeres —algo que el caso Weinstein ha puesto bajo dos lupas, la nuestra, por supuesto, y lo que es más importante, también la de ellos—.

Sorprende, entristece e inquieta, claro, que todavía haya ciertas mujeres a las que también les cueste distinguir, y que además usen la potencia del altavoz público que su trabajo y su trayectoria les proporciona. Tenemos, todas, derecho a decidir dónde están esos límites, y cada una tendrá los suyos, faltaría más. Si a Deneuve, Millet o Gloria Friedmann no les incomoda el roce de un pene en su muslo o una mano en su culo sin invitación previa, están, por supuesto, en su derecho, pero es irresponsable afirmar y firmar que eso no es acoso, ni agresión, ni violencia sexual, que no pasa nada y que se nos está yendo de las manos, que corremos el riesgo de pasarnos de la raya con este tema.

Este tema, que es el de decidir quién quiero que me toque, qué, cuándo y dónde, es uno de los más importantes y viejos del feminismo. No parece muy sensato hablar de “caer en el exceso” cuando la cuestión es la libertad para decidir qué hacemos con nuestros cuerpos y qué pueden hacer los demás. Aclarado eso, tampoco parece muy sensato seguir en este barro: ensucia, confunde y despista, divide. En la libertad inherente al propio feminismo, que cada una permita, desee, haga y deshaga lo que quiera. Pero sin ceder terreno, ni regalar victorias, ni multiplicar batallas, ni retrasar la lucha. Bastante agotadora es ya.

El manifiesto con el que Caroline de Haas contestó a Catherine Deneuve

Aquel argumento viejo y confuso sobre la galantería, esa especie de borrado de los límites, ha indignado durante la última semana a miles de mujeres en todo el mundo: activistas o menos activistas, las redes sociales, los medios de comunicación, teóricas, analistas y políticas como Ségolène Royal, la secretaria de Estado para la Igualdad de Género de Francia, Marlène Schiappa, o la exministra de los derechos de la mujer y senadora del Oise, Laurence Rossignol. Y fue eso lo que hizo que Caroline de Haas decidiera escribir un manifiesto que diera respuesta a la tribuna contra lo que el centenar de firmantes llamó “puritanismo sexual”. Para de Haas no hay nada sorprendente en esos argumentos: “Lo triste es que estas personalidades utilizan su visibilidad en los medios para difundir ideas muy antiguas y completamente falsas sobre la igualdad, el feminismo o la violencia. Y envían el mensaje de que las mujeres son en parte responsables de la violencia que sufren. Esto es lo que los agresores intentan hacer creer. Una mujer nunca es responsable de la violencia que sufre. Nunca”.

La pelea contra esos argumentos ya polvorientos tienen más que ver con la convicción que con el sexo y, según la feminista francesa, la educación temprana solucionaría parte del problema. “La gran mayoría de las mujeres y los hombres desconocen cuán masiva es la violencia en nuestra sociedad. En Francia, más de 200 mujeres son violadas diariamente. 200. Mientras no tomemos conciencia de esto, no tendremos éxito en la lucha”. Para de Haas solo hay una forma de dar la pelea: “No dejar pasar ni una”. Intervenir, dice, convencer y transformar a las mujeres y hombres que nos rodean y convertirlos en activistas contra la violencia. “Somos millones. Si todos lo hacemos, podemos cambiar el mundo”.

Puedes leer, a partir de aquí, el manifiesto.

Cada vez que los derechos de las mujeres avanzan, que las conciencias se despiertan, aparecen las resistencias. En general, suelen hacerlo con un "es cierto, por supuesto, pero ...". Este 9 de enero, tuvimos un "el #Metoo estuvo bien, pero ...". La verdad es que no hay nada nuevo en cuanto a los argumentos utilizados. Los encontramos en el texto publicado en Le Monde, alrededor de la máquina de café en el trabajo o en una comida familiar. Esta tribuna es un poco ese colega incómodo o el tío pesado que no se entera de lo que está pasando.

"Podríamos ir demasiado lejos". En cuanto la igualdad avanza, aunque sea medio milímetro, unas cuantas almas buenas nos alertan inmediatamente de que podríamos caer en el exceso. Exceso, justo en eso estamos, sí. Ese el mundo en el que vivimos. En Francia, cada día, cientos de miles de mujeres son víctimas de acoso. Decenas de miles de agresiones sexuales. Y cientos de violaciones. Cada día. La caricatura es obvia.

"Ya no podemos decir nada". Como si el hecho de que nuestra sociedad tolere -un poco- menos que antes los comentarios sexistas, como los racistas o los homófobos, fuera un problema. "Bueno, la verdad es que era mejor cuando podíamos tratar a las mujeres de zorras tranquilamente, ¿eh?" Pues no. El lenguaje influye en el comportamiento: aceptar insultos contra las mujeres significa permitir la violencia. Dominar el idioma es señal de que nuestra sociedad progresa

"Es puritanismo". Hacer pasar a las feministas por reprimidas, incluso por mal folladas: la originalidad de quienes firman la tribuna es ... desconcertante. La violencia afecta a las mujeres. Todas las violencias. Pesan en nuestras mentes, nuestros cuerpos, nuestros placeres y nuestras sexualidades. ¿Cómo vamos a imaginar, aunque solo sea un momento, una sociedad libre en la que las mujeres dispongan de sus cuerpos y de su sexualidad plena y libremente cuando más de la mitad de ellas afirman haber sufrido violencia sexual?

"Ya podemos ligar". Las mujeres que firman la tribuna mezclan deliberadamente una relación de seducción, basada en el respeto y en el placer, con la violencia. Mezclar todo es muy práctico, así se puede meter todo en el mismo saco; básicamente, si el acoso o la agresión no son más que un flirteo cansino, no es en realidad tan grave. Se equivocan. Entre ligar y acosar no hay una diferencia de grado, sino de naturaleza. La violencia no es una “seducción aumentada". En uno, consideramos al otro como un igual, respetando sus deseos, sea quien sea; en el otro, como un objeto disponible, sin hacer ningún caso de sus propios deseos o su consentimiento.

"La responsabilidad es de las mujeres". Quienes firman la tribuna hablan sobre la educación que se les debe dar a las niñas para que no se dejen intimidar. Por lo tanto, a las mujeres se las responsabiliza de no ser atacadas. ¿Cuándo pondremos la responsabilidad de no violar ni agredir sobre los hombres? ¿Qué pasa con la educación de los niños?

Las mujeres son seres humanos. Como el resto. Tenemos derecho al respeto. Tenemos el derecho fundamental de no ser insultadas, silbadas, agredidas ni violadas. Tenemos el derecho fundamental de vivir nuestras vidas con seguridad. En Francia, en Estados Unidos, en Senegal, en Tailandia o en Brasil: y eso no es lo que sucede hoy. En ninguna parte.

Muchas de ellas suelen denunciar rápidamente cuando los machistas son hombres de barrios de la clase trabajadora. Pero una mano en el culo, cuando la pone alguno de su entorno, es "derecho a molestar". Esta especie de ambivalencia da cuenta del feminismo que defienden.

Con ese texto, intentan volver a bajar esa pesada tapa que ya habíamos empezado a levantar. No lo conseguirán. Somos víctimas de la violencia. No nos da vergüenza. Ya nos hemos puesto de pie. Fuertes. Entusiasmadas. Decididas. Terminaremos con las violencias sexistas y sexuales.

¿Los cerdos y sus cómplices están preocupados? Es normal. Su viejo mundo está desapareciendo. Muy lentamente -demasiado lentamente- pero inexorablemente. Algunas reminiscencias polvorientas no cambiarán nada, aunque hayan sido publicadas en Le Monde.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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