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Tentaciones
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Greta Gerwig es la heroína que el cine necesitaba en el año del escándalo Weinstein

La actriz, que debuta como directora, obtuvo el Globo de Oro por la maravillosa 'Lady Bird', que se estrenará el 23 de febrero

“He aquí los nominados, todos exclusivamente masculinos”, decía una combativa Natalie Portman en el escenario de los Globos de Oro cuando se disponía a anunciar el ganador en la categoría de mejor dirección. Ni rastro de Katrhryn Bigelow o de Dee Rees, autoras de dos espléndidas películas como Detroit o Mudbone, que se han quedado fuera de la carrera de galardones, pero lo más inexplicable y sospechoso: tampoco de Greta Gerwig, cuya película, Lady Bird, partía como favorita en el apartado de mejor comedia del año, galardón que finalmente conseguiría.

Lo cierto es que, a pesar de esta incomprensible ausencia, estaba claro que Hollywood necesitaba su particular heroína en esta temporada de premios teñida por el escándalo Weinstein y marcada por la reivindicación femenina. No podía ser Katrhyn Bigelow (demasiado incómoda), tampoco Patty Jenkins (¿por qué el cine popular y de superhéroes no puede ser premiado?), ni Dee Rees (penalizada seguramente porque su película se distribuyera a través de Netflix). Y ahí estaba Greta Gerwig, tan normal ella, y al mismo tiempo tan fascinante, en el lugar justo y en el momento indicado para convertirse en el nuevo icono generacional femenino dentro de una industria dispuesta a buscar sangre fresca con la que lavar su mala conciencia.

"El 'mumblecore' sirvió para reunir a su alrededor a un grupo de jóvenes inquietos que intentaban buscar una nueva forma de expresión a través del cine en la que pudieran hablar de sus inquietudes casi en primera persona"

Lo mejor es que todo esto, lo de pasar de ser musa indie a alcanzar el reconocimiento de crítica y público, lo ha hecho a golpe de autenticidad y frescura, sin renunciar en un solo momento a su estilo particular y demostrando lo importante que es luchar por imponer una voz propia en cualquier proceso creativo. Primero logró impregnar con su personalidad cada una de las películas en las que participó (qué deliciosamente irresistible estaba en Damiselas en apuros). Y ahora ha demostrado que posee una sensibilidad única e intransferible a la hora de construir personajes con un encanto tan especial como el que ella misma posee.

Greta Gerwig es de esas actrices que siempre parece que estén interpretándose a sí mismas. Hay una identificación casi inevitable entre ella y sus personajes, una fusión que cobra todo su sentido en la obra autobiográfica con la que se ha estrenado detrás de la cámara en la que se encarga de verter sus experiencias adolescentes con la naturalidad y transparencia que siempre la han caracterizado.

La conocimos como una de las figuras fundamentales del movimiento mumblecore, del que surgió Lena Dunham y también otros auténticos todoterreno como los hermanos Duplass, Andrew Bujalski o Joe Swanberg. El mumblecore sirvió para reunir a su alrededor a un grupo de jóvenes inquietos que intentaban buscar una nueva forma de expresión a través del cine en la que pudieran hablar de sus inquietudes casi en primera persona. Estaban hartos de las estructuras prefabricadas y el artificio y querían romper con él a golpe de naturalismo e improvisación.

Saoirse Ronan e Beanie Feldstein em uma cena de 'Lady Bird', escrito e dirigido por Greta Gerwig.
Saoirse Ronan e Beanie Feldstein em uma cena de 'Lady Bird', escrito e dirigido por Greta Gerwig.

Nuestra protagonista siempre ha sido fiel a esos postulados. También fiel a sí misma a pesar de ser consciente de que su personaje podía llegar a crear filias y fobias. Mientras que a muchos Greta Gerwig les parece cargante, otros la consideran adorable. Casi no hay término medio.

Su primera experiencia como guionista llegó con Hannah Takes the Stairs (2007) y un año después codirigiría junto a Swanberg Nights and Weekends. Aunque su espaldarazo definitivo llegaría gracias a su asociación con Noah Baumbach en Frances Ha (2012). Resulta curioso redescubrir esta película después de haber visto Lady Bird porque adquiere un sentido completamente diferente: se convierte al mismo tiempo en su preámbulo y en su continuación. Así, si en su momento Frances Ha funcionó a modo de acercamiento al personaje de Gerwig, ahora se presenta como una prolongación de lo más reveladora.

En ella nos encontrábamos a una mujer a punto de entrar en la treintena que se convertía a su pesar en símbolo de toda una generación: sin trabajo y sin dinero, al borde del fracaso vital, perdida en una maraña de sueños y con un montón de inseguridades a cuestas. Soñadora y naíf, vitalista y despreocupada, es decir, la versión adulta de esa Christine que interpreta Saoirse Ronan en Lady Bird sumida en otra crisis de identidad, en este caso la que lleva implícita la adolescencia con todos los cambios hormonales y emocionales inherentes a ella.

Nos encontramos ante un relato que funciona desde un punto de vista tan testimonial como nostálgico. Estamos en 2002. La sociedad americana todavía no se ha recuperado de los atentados de las Torres Gemelas y una cierta sensación de incertidumbre y tristeza flota en el ambiente.

Christine pertenece a una familia de clase trabajadora que empieza a sufrir los efectos de la crisis. Pero ella se encuentra más preocupada en autodenominarse a sí misma "Lady Bird" y en odiar, como buena adolescente, todo lo que le rodea: a su madre, al colegio de monjas al que le obligan a ir, al estatus social al que pertenece y, sobre todo, a Sacramento, la pequeña ciudad de provincias en la que no quiere pasar ni un minuto más.

Momentos únicos de la vida cotidiana

Gerwig cuenta su historia, es decir, un momento de su vida muy íntimo y concreto, pero todas esas experiencias terminan adquiriendo un carácter universal. No hay nada en especial en la vida de Christine, como tampoco la había en la de Frances. Y ahí está precisamente lo maravilloso: la capacidad que tiene Gerwig como directora y guionista de hacer especiales y únicos momentos de la vida cotidiana que podrían perfectamente pasar desapercibidos y que en sus manos adquieren una dimensión muy emocionante.

Y no me refiero a la pérdida de la virginidad o al primer desencanto amoroso, sino a cosas mucho más minúsculas que de pronto se vuelven grandes, como esa maravillosa descripción que hace Christine al final de la película en la que relata a su madre la profunda emoción que sintió la primera vez que se puso al volante de un coche y condujo por las calles de su ciudad redescubriéndola de nuevo desde una óptica diferente, más adulta. O al momento en el que utiliza una canción de Alanis Morrissette para hablar de los sueños y las aspiraciones, pero sobre todo para establecer un vínculo con su padre.

"Y ahí está precisamente lo maravilloso: la capacidad que tiene Gerwig como directora y guionista de hacer especiales y únicos momentos de la vida cotidiana que podrían perfectamente pasar desapercibidos"

Lady Bird es una coming-of-age orgullosa de serlo y por eso cuenta con todos sus tópicos: aventuras estudiantiles, rebeldía juvenil, escarceos amorosos, el baile de graduación. Pero hay una energía interna que recorre la cinta que la singulariza de principio a fin. Y a partir de esos pequeños capítulos que la integran, descubrimos de qué manera la directora nos habla del vacío y la desorientación que se siente cuando se está a un paso de cambiar de etapa en la vida, de lo que supone el éxito a la hora de alcanzar o no la felicidad, de la necesidad de mantenerse fiel a uno mismo, de la amistad y de la complicada relación que tendemos a mantener con nuestros progenitores.

Qué difícil contar cosas tan complejas de una manera tan delicada y cercana. Y qué bien lo hace Greta Gerwig. Ella que siempre ha apostado por la belleza que contiene la imperfección, aquí consigue una obra madura y serena, alejada de cualquier tipo de impostura ni de intento de modernidad ridícula. Una obra perfecta en su maravillosa imperfección.

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