La noche en que Sarkozy se sentó junto al matrimonio Aznar en la fila seis
El expresidente de Francia aupó a su mujer Carla Bruni durante su concierto en Madrid

Siempre hubo clases, hasta la fila seis. Un cuarto de hora antes de que saliera Carla Bruni al escenario del Teatro Nuevo Apolo de Madrid, un elegante desconocido se acerca a una pareja que se acomodaba: “Hola, si no les importa, muévanse dos butacas más hacia la izquierda. Si no les importa, ¿eh?”. “No, no, en absoluto”, dijo ella. “Muchas gracias. Conozco a Sarkozy. Tomen, les dejo mi tarjeta. Estoy aquí al lado si necesitan cualquier cosa”. Y se desplazaron
Cinco minutos después, tres butacas rojas vacías justo delante. Si una es para Sarkozy, ¿las otras dos? No imaginen, no da tiempo: la aristocracia es como el patrimonio. No se supone, se ve. Llegan Aznar y Botella. Y, un poco más adelante, Almodóvar. Y Paco Clavel. Y Alfonso Díez. Y Beatriz de Orleans. Y la modelo Cristina Piaget. Siempre hubo clases, hasta la fila seis.
En la siete, no. “Mira Sarkozy, qué guapo”, dice la señora que lucha por el apoyabrazos. Cinturón negro, que conste en acta. Aplausos en la sala. Ahí viene Sarkozy, sonrisa de oreja a oreja, chaqueta y chinos azulados. Murmullo, flashes y runrún: primera canción del concierto y todavía no ha empezado. Cruce de miradas y WhatsApps furtivos, al estilo Pedro Sánchez: “¿Qué digo, hago?”
A su derecha, Botella. Más a la derecha, Aznar. Y a su izquierda, Almodóvar. Oh, el azar de la nuit. “Buenas noches, Madrid”, dice Carla Bruni con voz dolce, seductora, envuelta en una chaqueta y camiseta negra, con pantalones de cuero a juego, bajo la luz de más de 15 velas que invitan a escuchar plácidamente su repertorio: versiones de Jimmy Jazz, de The Clash, The winner takes it all de Abba o un Highway to hell de AC/DC, que lo único que tenía de hell eran los cuernos que hacía con sus manos.

Las de Sarkozy eran otra historia. Él siempre era el primero en arrancar los aplausos al estilo marcha Radetzky en año nuevo. Y siempre es siempre. Si quería que hubiera compases en mitad del concierto, los hacía. El público, cual votante conservador, lo seguía entregado. El expresidente de la República presumía ante Aznar y Botella. Charlaron poco. En inglés, claro. Aunque no hubo café con leche in plaza Mayor, Bruni sugirió que lo suyo era beber: “Mi hombre me dice que no beba entre canciones, que hace que parezca estúpida”. Y dio un sorbo al botellín de agua. “Vodka. Que nooo”. Aznar, Botella y Sarkozy se rieron.
El concierto terminó y la aristocracia se mezcló unos minutos con el pueblo. Sarkozy y la mujer que ganó la batalla del reposabrazos se conocieron y se hicieron hasta un selfi. Y el público, ya de pie, le despidió con un breve aplauso.
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