Paz, hermanas
Enzarzarnos entre nosotras no es lo más oportuno en un momento en el que las cosas podrían cambiar de una vez por todas
Tengo una tara como lideresa de opinión de masas. En muchas ocasiones solo opino que no opino nada. Salvo en casos de lesa humanidad, racismo, sexismo, homofobia o insultos a la inteligencia, soy más de equidistancias que de adhesiones incondicionales a ninguna causa. Dicho esto, me tengo por la más feminista de la UE desde que se me volvió morada la sangre el día que mi madre me mandó recoger la mesa mientras mis hermanos quedaban exentos por el hecho de portar el cromosoma XY, de críos, y dos testículos tamaño XXL cuando fueron creciendo y siendo conscientes de su privilegio. Precisamente por eso, por no tolerar distingos ni órdenes inapelables, tampoco me gustan las consignas ni la ultraortodoxia ni las estrictas observancias. Confieso, ya puesta, que me enervan las feministas eternamente enojadas con el género masculino, pero hay cosas que no tienen maldita la gracia. Los asesinatos, el maltrato, las violaciones, la brecha salarial, el acoso. Por eso no sé bien qué opinar del manifiesto de las creadoras francesas deplorando la ola de puritanismo propiciado, según ellas, por el movimiento #MeToo, con el que puedo estar de acuerdo en algunos términos. Observo, eso sí, que enzarzarnos entre nosotras no es lo más oportuno en un momento en el que las cosas podrían cambiar de una vez por todas. Nada regocija más a los machistas que vernos luchar en el barro a ver quién es más empoderada. Igual que esto no va de buenas y malos, tampoco va de buenas y malas feministas. Y a otra con lo de puritana o mojigata. Soy de las que llaman a la vagina coño, y al pene, polla. Me divierte el flirteo, me pone el tira y afloja consentido y me apasionan los señores por encima de casi todas las cosas, aunque no siempre, por no decir casi nunca, los más igualitarios del mercado. Cada una tiene sus parafilias. Podría extenderme al respecto, pero eso tiene otro precio. Oigo ofertas.
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