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Columna
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Garras digitales

La Casa Blanca inaugura el año con un preocupante despliegue de la diplomacia tuitera

Donald Trump durante un discruso en el Edificio Ronald Reagan de Washington. (Archivo)Vídeo: Saul Loeb (AFP). Reuters-Quality
Lluís Bassets

Donald Trump es un peligro que crece. Quienes creyeron que sería posible someterle a control o que la púrpura presidencial le moderaría se han equivocado. Ni siquiera la guardia pretoriana de generales retirados que le rodea en la Casa Blanca, todos ellos veteranos halcones, pero inteligentes y prudentes, ha podido doblarle el espinazo.

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El presidente es un acosador nato, desconsiderado y grosero, sin respeto por nada y para nadie, y con un insulto siempre preparado en sus labios o en su cuenta de Twitter. Como sucede con muchos matones, tiene una piel tan fina ante las críticas y los ataques ajenos como afiladas están sus garras digitales.

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Las horas y días de ocio, como son los del cambio de año, parecen especialmente propicios para su desenfreno. Convencido de que tal actitud le ha dado buenos resultados como candidato electoral y también en un primer año presidencial que sus turiferarios consideran glorioso, ahora parece decidido a convertir su fraseo compulsivo e improvisado en las redes sociales en el principal instrumento de la política internacional de Estados Unidos.

En pocas horas del incipiente 2018, Trump ha intervenido con sus dardos digitales en cuatro escenarios conflictivos, Pakistán, Palestina, Irán y Corea del Norte, en todos los casos con resultados polémicos y desestabilizadores. Donde antes había enviados especiales y nutridos equipos de diplomáticos, militares y agentes secretos recogiendo datos, analizando y negociando, ahora está Trump en soledad con sus tuits nocturnos, más eficaces según su criterio que algunos departamentos de su administración a los que detesta y cuyos presupuestos recorta, como la secretaría de Estado o las agencias de inteligencia, .

Al gobierno de Pakistán le ha dedicado un primer tuit del año, con la amenaza de retirar las ayudas para combatir el terrorismo, que ha abierto una crisis diplomática con este país esencial para la estabilidad de Afganistán y de la región. Una amenaza similar ha dirigido a la Autoridad Palestina, a la que acusa de negarse a negociar la paz con Israel. Y no ha faltado como blanco de sus ataques un habitual como es el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, al que tanta atención había dedicado en 2017 con su calificativo de hombre-cohete.

La versión más infantilizada de Trump compite con Kim sobre el tamaño de los respectivos botones nucleares, lo que no oculta el revés sufrido por Washington ante la astucia estratégica con que Pyongyang ha conseguido avanzar en su programa nuclear, hasta situarse en posición de amenazar directamente el territorio de EE UU. Ahora, en el momento de mayor riesgo de conflagración desde el armisticio de 1953 con el que finalizó la guerra, es el régimen del norte el que sigue llevando la iniciativa con esta propuesta de conversaciones que ha descolocado a la Casa Blanca.

Finalmente, los tuits de Trump en reacción a las revueltas contra el régimen de Irán son el último avatar de una diplomacia internacional reducida al grado cero, que poco ayuda a los iraníes opuestos al régimen y disfraza su inacción y su impotencia para influir en la región con una verborrea provocadora e intimidatoria en las redes sociales.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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