Sexo televisivo contra sexo televisado
Sexualidad de andar por casa que se disfuta (o padece) en familia
Los españoles pasamos unas cuatro horas delante del televisor, y el sexo es una de las constantes en sus retransmisiones. Un sexo televisado que no siempre es televisivo.
Si pienso en unas tetas míticas, de esas que haya recordado el resto de mi vida, inmediatamente pienso en las tetas de Sabrina Salerno. Por obra y gracia de Pilar Miró toda una generación puso cara de póker con aquellos dos segundos ralentizados de los que no dábamos crédito. ¿Por qué? Porque acontecieron en la televisión pública y ocurrió en un momento en el que no existían las cadenas privadas. En cuanto llegaron las privadas, encontramos el nicho en el que se ha explotado el tetamen en todas sus versiones. Entonces, apenas nos habíamos acostumbrado al destape.
Soy consciente de que los escotes y demás vainas tienen mucho que ver con esta cultura heteropatriarcal en la que nos hemos criado, pero defiendo la libertad de cada mujer para vestir como quiere sin ser juzgada por ello. Horas de tertulias analizaron en televisión el vestuario de Diana Quer el día de su desaparición, culpabilizando a la víctima de abrir el apetito de los depredadores sexuales. Hay modelitos que simplemente me parecen ridículos y eso no me impide aplaudir la reivindicación feminista de Cristina Pedroche. Alegato que hizo antes de cambiarse buscando el minuto de gloria de la cadena que le paga; momentazo que obvié por motivos personales. Pero la Pedroche tiene el honor de ser vilipendiada por colectivos que después aplauden las acciones de Femen. Otras que me caen maravillosamente bien por indignar a quien indignan. Todo esto ocurre en televisión y llega a nosotros a través de nuestros receptores. La Televisión es uno de los principales instrumentos educativos. Cuatro horas pasamos los españoles delante del televisor y parece que la cosa afecta a la mayoría de los ciudadanos. La horquilla va desde el 83'3 % en el caso de los veinteañeros, hasta más del 92 % si hablamos de jubilados y ancianos.
Sueño con que las series de este país tengan la diversidad sexual que hay en las televisiones norteamericanas, pero hasta que eso ocurra, aplaudo todo lo que hacen los Javis con su Operación Triunfo. (Así, se hace, maricones). Imagino a Carlos Herrera hiperventilando los lunes por la noche frente al televisor y me muero del gustazo. El machismo tiene carta blanca en el medio si las audiencias lo mantienen y agradezco que los televidentes hayan echado a Carlos Herrera de la pantalla. Recuerden que fue en su desaparecido programa en el que escuchamos a Salvador Sostres, columnista de ABC opinar sobre el acoso sexual. Años antes, el mismo personaje declaró en Telemadrid, también pública, las palabras más repugnantes sobre el sexo de las jóvenes de diecisiete años: "esas vaginas que aún no huelen a ácido úrico, que están limpias, que tienen este olor a santidad de primer rasurado, que aún no pican... dulces como lionesas de nata y con carnes que rebotan". Semejantes reflexiones en voz alta se hicieron en un corte de publicidad cuya filtración por parte de los sindicatos de Telemadrid permitió conocer cómo era el sujeto en cuestión. Y cómo era la dirección del programa y la cúpula de la cadena, quienes solo quisieron cortar la cadena de quien había grabado y filtrado las imágenes. Isabel San Sebastián siguió invitando a Sostres y a todos los que le rieron la gracia; ahora es contertulia de un programa de TVE.
Dios los cría y ellos se juntan.
Lo que es televisado no implica ni mucho menos que sea televisivo. Para que algo sea televisivo debe tener buenas condiciones para ser televisado. Todo lo televisivo debe tener un mínimo de calidad, sentido y poder comunicativo que alabe que haya sido televisado. El problema es que lo que prima es su rentabilidad. Y si es rentable, se considera televisivo. Ahora mismo, la audiencia es quien determina la existencia de un programa, así que si Pablo Motos y Juan Imedio siguen campando en las ondas, todos tenemos nuestra parte de responsabilidad. Cómo eduquen y los valores que transmitan no parecen condicionarnos a la hora de encender el aparato. El poder de la televisión como instrumento educativo es innegable. Dinamarca es un país con una política de igualdad de la que alardean desde la misma página web de la embajada (faltas de ortografía incluidas), pero capaz de haber emitido desde un canal de televisión público el programa más denigrante para la mujer. No es gratuito que el 52 % de las danesas haya sentido violencia o agresión sexual, 12 puntos más que el resto de la UE. La televisión favorece y cimenta la concepción que se tenga de los individuos de la sociedad en la que se emiten esos programas, por eso sería de agradecer que además de las audiencias y los ingresos publicitarios, se creara un código deontológico que protegiera a los ciudadanos.
Después de veinte años trabajando en TVE, Telemadrid, Antena 3, Telecinco y La Sexta soy la que se bailó todo #CachitosNochevieja, no vio el vestido de la Pedroche y asistirá, si el tiempo lo permite, a la cabalgata de Vallecas. A la espera de ver lo que hace Tele K, dudo que las cadenas nacionales vayan a televisarla.
Y eso que esa cabalgata es la más televisiva de todas.
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