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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

Convertirse en jardín

Aprender a disfrutar de placeres cotidianos es la lección que encierran los jardines. 'Pequeños paraísos', de Mario Satz, recorre las ideas defendidas por algunos de estos espacios a lo largo de la historia

Anatxu Zabalbeascoa

Epicuro recomendaba al hombre cultivarse, convertirse en su propio jardín y aprender a disfrutar de los placeres cotidianos sin esperar más recompensa que la vida simple, sin complicaciones. Por eso su jardín ideal era “autosuficiente para ser libre, libre para ser humano y único porque cada uno de nosotros lo es”. El escritor Mario Satz lo recuerda en Pequeños paraísos. El espíritu de los jardines (Acantilado), el ensayo en el que explica que lo que Epicuro desactivó fue la ansiedad, los deseos de conquista, las dudas y la curiosidad que lleva a explorar. Por eso para este autor, el jardín griego es el del sentido común. Y, tal vez por eso, el ideal para nuestro tiempo.

El argentino Mario Satz (1944) tiene muchas profesiones y oficios. Es filólogo, ensayista, poeta, novelista y traductor y, tal vez por eso, o a pesar de eso, es más un visitante que un estudioso de los jardines. De ahí que recree, con asombro, sus impresiones y conclusiones por encima de datos objetivos. También que su idea de lo esencial –“sal, olivas, pan y amigos” pueda completarse con otros básicos, como un poco de vino, agua y sol. Por eso este libro tiene más de lectura personal que de estudio al uso. Así, pasa de puntillas sobre algunos jardines, como el hindú, y, en cambio, reconoce en el jardín chino “la primera huella de una filosofía que respeta el medio ambiente en lugar de someterlo”. “Los pabellones y los puentes, las terrazas, las escalinatas y los laberintos y senderos convirtieron los lagos de los bosques en jardines sin plantar un solo árbol ni sembrar una sola planta”. De modo que la manera de construir un parque en China consistía en levantar un perímetro limitando un paisaje natural y recordar a los hombres que “toda individualidad ha de regresar al todo del que fue desgajada”.

Satz apunta, atención arquitectos, que en el tratado Yuan Ye, un compendio de jardinería de la dinastía Ming (siglos XV a XVII), se dice que “en la naturaleza –y por extensión en los jardines- todo lo que es simétrico y reglado es ajeno a la realidad”. Pero más allá del sentido común, el legado del jardín chino es realmente una lección de sostenibilidad que enfatiza la idea de que el jardín es hermoso todo el año: la resistencia de las ramas oscuras al peso de la nieve blanca en invierno, la floración de los almendros y ciruelos, la eclosión de los frutos. Por eso los jardines chinos eran escuelas de caligrafía y pintura. Y por eso, las carpas rojas de los estanques recordaban que hay fuegos que no apaga ningún líquido.

La enseñanza del jardín chino anima a respetar las máscaras y, a su vez, a no ocultar el rostro. Augura que la longevidad es una maravilla solo si uno se siente niño por dentro –aunque ser joven sea un a desgracia si uno se siente viejo o indiferente-. Define que en nuestra vida, no caer, depende del tono de nuestro lenguaje, más que de las palabras que lo componen. “De modo que si tu voz es la adecuada, también será la adecuada la elección de tus actos”. Todo eso lee Mario Satz en los jardines y sus historias para concluir que la vida simple tiene vegetaciones diversas y muchas formas. Seguramente, todas sabias.

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