El Rey frente a la caricatura indepe
El discurso conciliador del Rey ha tenido la virtud de servir de contraste a la realidad provocada por la espiral nacionalpopulista
Es lógico que el mensaje del Rey haya enfurecido tanto al nacionalpopulismo. Perfectamente lógico. Se trata de un discurso razonable, vertebrado por la concordia y la serenidad, pero no complaciente en la medida en que concluye que “nadie desea una España paralizada o conformista”, frase que incluso podría leerse “nadie, salvo el señor Rajoy, desea una España paralizada o conformista”. Naturalmente eso contradice el imaginario nacionalista de España como estado autoritario, inmovilista e irreparablemente franquista, donde se persiguen las ideas políticas. Al oír al Rey apelar a “la base sólida de los principios democráticos y los valores cívicos de respeto y diálogo”, los indepes tocaron a degüello contra “el Rey del 155”, por supuesto con los fieles escuderos de Podemos siempre dispuestos a atacar los símbolos del Régimen del 78, su combustible básico.
La racionalidad es el mejor revelador de la sinrazón. El discurso del odio que abona el independentismo contra España para justificarse, quedaba en evidencia mientras el Rey hablaba de “una España que reconoce y respeta nuestras diferencias, nuestra pluralidad y nuestra diversidad, con un espíritu integrador”. Con ese telón de fondo, resultaba aún más chusca la imagen de Puigdemont reclamando a Felipe VI que pida perdón a los catalanes. Más allá de la ironía de pedir pronunciamientos al Rey mientras se defiende la Republica catalana, la huida a Bélgica de Puigdemont parece una metáfora de su huida de la realidad. Sólo así se entiende que le reclame a Rajoy una cumbre internacional, desactivar la Justicia y “repatriar” a las fuerzas de ocupación en Cataluña. Desde hace tiempo es notorio que lo del expresident es más para psicoanalistas que para politólogos.
El independentismo podía resultar congruente al reclamar un referéndum, pero se desconectó de toda racionalidad cuando inventó un mandato mayoritario y trató de imponerlo fuera de la Ley. Y esta deriva delirante del procés parece irreconducible. Pocos representan tan bien su espíritu como Rufián, con decenas de miles de cliqueos para sus tuits del imaginario maldito de 155ipe VI. Su última bravata, con el matonismo marca de la casa, ha sido señalar a un periodista de El País por publicar el menú en Estremera. Tal vez a Rufián, que llevaba días insistiendo en la injusticia de ‘los presos’ separados de sus familias por Navidad, le irritase la imagen de un Estado que trata correctamente a los encarcelados. Desde luego resulta significativo que a este dirigente de Izquierda le preocupen los presos pero sólo si son indepes, no aquellos que están allí por problemas sociales o quienes sufren penalidades estos días, privaciones o pobreza energética, sin haber cometido delito. Todo un retrato del procés: la desconexión al fin, sí, pero de la realidad.
El discurso conciliador del Rey ha tenido la virtud de servir de contraste a la realidad provocada por la espiral nacionalpopulista: una República inexistente, tras un referéndum que no reconoce nadie, con la fuga masiva de empresas, un ex presidente huido de la Justicia sin billete de regreso, y buena parte de su nomenclatura investigada por el Tribunal Supremo por delitos graves, algunos en prisión, donde los soberanistas han ganado las elecciones con una mayoría clara para gobernar una sociedad más dividida y sin apoyo mayoritario al procés, pero dispuestos a seguir sin gobernar para mantener la prioridad única de la hoja de ruta procesista con el discurso del odio. Cuesta creer que desde un escenario así pueda haber un retorno a la racionalidad. No parece haber espacio para discursos incluyentes ante quienes sólo tienen ideas excluyentes. Tal vez ese sea su triunfo terrible.
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