Pioneros
El poderío de la pequeña pantalla transformó el concepto clásico de democracia en lo que reconocemos como democracia mediática
Supongo que TVE prepara un homenaje al realizador Alfredo Castellón que murió en días pasados a los 87 años de edad. La justicia del homenaje sería que incorporara a toda la generación de los primeros profesionales que levantaron con pasión la televisión en España. El caso de Castellón fue singular, porque había estudiado en el Centro Sperimentale de Roma, por entonces la escuela mítica de cine en Europa, más aún para los españoles huérfanos de legado tras la ruptura y el exilio de muchos de los grandes talentos a raíz de la Guerra Civil. Convertido en un realizador pionero, Castellón se sumó a espacios como Érase una vez, Estudio 1, Novela o Mirar un cuadro. Todos ellos fruto de un esfuerzo por acercar la cultura y el entretenimiento de calidad a un país desabrido. Más adelante dirigiría dos adaptaciones premiadas, Platero y Yo y Las gallinas de Cervantes,que dejaron un recuerdo imborrable en los espectadores.
Las veces en que coincidí con Alfredo Castellón identifiqué su mirada clara, casi transparente, con la potencia original de la televisión como medio de masas. Si el destino del invento hubiera ido asociado de manera radical a los ideales democráticos, a la lucha por la formación crítica del ciudadano y a la apuesta por la calidad frente a la cantidad, quizá el mundo en el que vivimos ahora, 75 años después sería diferente. La televisión derivó en negocio por su poder asombroso de penetración en todas las capas sociales, con una irradiación desde el salón familiar que antes solo estuvo reservada a maestros y padres. Hoy en día pagamos, en cierta manera, la perversión de generaciones formadas en el consumismo acrítico, la intransigencia mental y la loa a la corrupción personal que ha resultado dominante frente a los mejores productos televisivos.
El poderío de la pequeña pantalla transformó el concepto clásico de democracia en lo que reconocemos como democracia mediática. Hoy, en un proceso de mutación, la Red se ha apropiado de la intermediación televisiva entre realidad y realidad transmitida, pero la adaptación del humano a su entorno sigue obligando a los jóvenes a vivir su formación, su sexualidad, su emoción y sus pasiones de acuerdo con lo que recibe desde ese hogar portátil que hoy es el móvil, más televisión que nunca. Por eso el homenaje a Alfredo Castellón podría ser un canto a lo que pudo ser y no fue, desde la resistencia de las televisiones públicas, sometidas pero más necesarias que nunca en un tiempo en el que empiezan a percibirse los peligros de no criar ciudadanos responsables, sino meros integrantes de la manada.
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