Si se cruza la línea, tiembla Oriente Próximo
Cuando llegué a la Ciudad Santa el pasado julio para hacer mis prácticas en el Consulado de España en Jerusalén, albergaba grandes esperanzas en lo que a la solución de los dos Estados se refiere. Tras unos meses viviendo allí, terminé por cambiar el optimismo con el que seguía las noticias relativas al proceso de paz en Oriente Próximo por un cauteloso escepticismo.
No me atrevo a especular sobre las consecuencias que pueda tener la decisión de Trump, pero ya de primeras, facciones palestinas han hecho un llamamiento a “días de ira” y han convocado manifestaciones. Turquía y países de la Liga Árabe han puesto el grito en el cielo, y la Autoridad Palestina avisó de que dejaría de considerar a EE UU como mediador imparcial en el proceso de paz. Porque con esto, como con las declaraciones de Trump a favor de un único Estado o la salida de EE UU y de Israel de la Unesco, Netanyahu se ve animado a continuar con sus políticas de ocupación y de hechos consumados. ¿Cómo no va a seguir contando con el apoyo expreso de la gran potencia?
Reconocer a Jerusalén como capital de Israel supone dar la espalda a la Comunidad Internacional y alterar un complicado equilibrio que requiere un encaje de bolillos. Y es que Jerusalén es una ciudad tan sagrada como condenada a vivir en tensión. Detrás de cada piedra se esconde un statu quo que es mejor no tocar. Si se mueve una pieza, se derrumba todo el edificio. Si se cruza la línea, tiembla Oriente Próximo.— Ana Mañá Blanco. Madrid.
Se dice que el traslado de la Embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén puede poner en peligro el proceso de paz. Primera noticia de que exista tal proceso: la paz parece estar en dique seco desde hace años. “La única esperanza es la catástrofe”, en palabras de Shlomo ben Ami. A ver si este nuevo dislate le sale a Trump por la culata y, sin quererlo, reaviva el proceso de paz. Ya va siendo hora.— José María Ochoa de Michelena. Bruselas (Bélgica).
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