_
_
_
_
_
Porque lo digo yo
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

‘Orgasmatrón’

Todo nacionalismo se basa en una idea: nosotros somos la pera, y uno no para de sobar esa idea

Woody Allen, en un fotorgama de la película 'El dormilón' (1973).
Woody Allen, en un fotorgama de la película 'El dormilón' (1973).cordon press
Íñigo Domínguez

En aras de facilitar el diálogo, voy a revelar intentos chuscos de adoctrinamiento de nacionalismo español que yo he sufrido. Uno fue en los dibujos animados de La vuelta al mundo de Willy Fog, año 1984 y memorables canciones de Mocedades. Uno de los personajes, Tico, era una especie de hámster andaluz, no sé por qué, y en una escena estaba muy desanimado por las contrariedades o afrontaba un reto mayúsculo, no recuerdo bien. Entonces su amigo Rigodón le dice, para animarle, como argumento decisivo: “¡Piensa que eres español!”. Como que con eso no se podía venir abajo, que albergaba en su interior un torrente inagotable de carisma y fuerza espiritual. Fíjense lo que nos hacían ver a los niños.

Pero peor es lo que descubrí viendo El dormilón, de Woody Allen, en versión original. En esta maravillosa película el protagonista despierta en un futuro delirante donde el sexo se practica con el orgasmatrón, una cabina para tener orgasmos, porque todos los humanos son impotentes “salvo algunos descendientes de españoles”. Eso era en la versión doblada en castellano. Pues bien, en la original lo que dice realmente es que eran de italianos. Era 1973, y los censores patrios tuvieron a bien defender la raza ibérica como dechado de ardor sexual.

En fin, estos intentos de aborregamiento están destinados al ridículo, si no en el momento, sí más adelante. Todo se acaba sabiendo y ahora es suicida intentar tales artimañas… salvo en algunos sitios. Todo nacionalismo se basa en una idea: nosotros somos la pera, y uno no para de sobar esa idea. Por favor, los que queden dentro, salgan ya del orgasmatrón, si no luego van a pasar mucha vergüenza.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_