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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Saben aquel que dice que va un presidente...?

Trump insiste en contar chistes aunque nadie se ría de ellos y es que el humor mal empleado nunca tiene gracia

Jorge Marirrodriga
Donald Trump, junto a los tres navajos veteranos de la Segunda Guerra Mundial.
Donald Trump, junto a los tres navajos veteranos de la Segunda Guerra Mundial.Susan Walsh (AP)

En 1929 Otfrid Förster, un neurocirujano alemán, se encontraba operando de un tumor a un paciente cuando éste —cosas de la poca anestesia de la época— reaccionó comenzando a contar chistes malos sin parar. Desde entonces hay documentados casos del mismo proceder por la ciencia médica. Tantos, que existe una dolencia denominada síndrome de Witzelsucht, también conocida como la enfermedad del chiste.Quien la padece no puede evitar decir constantemente cosas pretendidamente graciosas y en numerosas ocasiones les añade un contenido sexual que hace que las personas que están alrededor no sepan dónde meterse.

Obviamente no hace falta padecer el síndrome de Witzelsucht para que a uno le sucedan cosas parecidas. Quienes a menudo hablan en público saben que lo peor que pueden hacer es comenzar a soltar palabras antes de pensarlas, sin saber adónde les lleva su discurso. Que se lo digan a un experto en meteduras de pata: el ex primer ministro australiano Tony Abbott. Por ejemplo, el año pasado trató de rendir homenaje en el Parlamento a un compañero que se retiraba y alabó su “ingenio mordaz y divertido”. Para ilustrarlo contó una broma que hizo durante una reunión sobre “sueños húmedos”. En la Cámara nadie rió. Y pasó algo todavía peor: Abbott se carcajeó él solo.

Esta semana Donald Trump recibía a un grupo de indios navajos entre los que se encontraban tres veteranos de la Segunda Guerra Mundial cuyo papel resultó crucial en las comunicaciones de la lucha en el Pacífico contra los japoneses. En aquel entonces, Estados Unidos buscaba desesperadamente un sistema de comunicaciones que los japoneses no pudieran descifrar. Lo encontraron en la lengua que habla esta tribu —que debe su nombre actual a los conquistadores españoles—, la cual garantizó que las órdenes emitidas fueran incomprensibles para el enemigo. Preparando un poco la intervención —y le bastaba al presidente con ver Windtalkers con Nicolas Cage—, el mandatario podría haberse lucido.

Y efectivamente, Trump se lució. Como si sufriera la enfermedad del chiste fue incapaz de resistirse a hacer una asociación del tipo ¿tú eres ruso? Me gustan mucho la ensaladilla rusa y los polvorones de La Estepa. Ya que estaba hablando con un grupo de indios citó a Pocahontas y aprovechó para meterse con la senadora demócrata Elizabeth Warren diciendo que así la llaman. En realidad es Trump el único que la llama así. Los navajos pusieron cara de japoneses escuchando hablar navajo. Al final el único al que le hizo gracia el chiste fue a quien lo pronunció.

Dice el humorista y editor de Cracked, Chris Bucholz, que cuando el público no ríe un chiste puede ser por cuatro razones: lo ha escuchado antes; no tiene la información suficiente para entenderlo; no es el público adecuado; o simplemente es algo sobre lo que nadie se reirá nunca. El actual presidente de EE UU parece haberse especializado en esta última categoría de bromas. Tal vez al final aprenderá que las risas no se arrancan. Se regalan.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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