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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Los sueños que se animan a contar los marroquíes

Hay una historia personal y un deseo familiar, unas expectativas y otras decisiones. El trabajo ‘Destinées’, del fotógrafo M’hammed Kilito, habla de la vida no elegida

Una de las participantes para la muestra 'Destinées', del rabatí M’hammed Kilito.
Una de las participantes para la muestra 'Destinées', del rabatí M’hammed Kilito.
Analía Iglesias

¿Qué pasa cuando nos impiden cumplir nuestro sueño profesional? ¿En qué punto del aprendizaje de la frustración esta se torna amargura a secas, instalada? Cuando la mínima unidad de medida social es la familia, y no el individuo, ¿es posible un deseo individual? Y si hay que alimentar otras bocas, ¿queda algún espacio entre la tradición y la vocación propia?, son preguntas que surgen a poco de transitar las calles marroquíes, sus aulas, sus espacios creativos. Son, también, la materia de la que está hecho el recorrido fotográfico que el rabatí M’hammed Kilito ha imaginado para montar su exposición Destinées (destinos), con el apoyo de las autoridades culturales de su país y colgada, hasta el 25 de noviembre, en la galería del Instituto Francés de Rabat.

Un individuo pasivo frente a su herencia social –o los habitus que describió Pierre Bourdieu–, tal el concepto que guió al fotógrafo. Dice Kilito haber abrevado también en Durkheim y su ‘determinismo social’, a la hora de indagar en los destinos de alguna de la gente que se cruzaba en la ciudad en la que había crecido y de la que se había alejado durante casi dos décadas, primero para cursar estudios de ciencias políticas y de fotografía, en Ottawa, y luego para trabajar de norte a sur del continente americano.

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¿Qué hay del deseo individual?, es una pregunta retórica que casi nadie posaría sobre la mesa del té en las tiendas del zoco. Es una pregunta sin respuesta o una pregunta que se salda con la mención del reconocimiento al esfuerzo de los padres y la consecuente deuda, en cualquier rincón de la medina y también en los disciplinados jardines con hortensias de los chalés de algún golf entre Casablanca y Rabat, o comiendo ostras en un puerto deportivo, o en el palmeral de Marrakech. Al parecer, no hay sector social, ni rico ni pobre, ni urbano ni rural, que escape a la deuda afectiva impagable, crónica, con los ancestros.

El propio sueño es, entonces, una cuestión que no suele plantearse a viva voz, atendiendo al dicho “respeto” que se profesa por esa mínima unidad de medida social que es la familia: todo lo que uno ‘se merece’ viene de complacerla. De tal adquisición afectivo-crediticia, o de unas particulares circunstancias históricas y geográficas surgen esos otros destinos, los no elegidos, los que se confiesan en contadas ocasiones. Porque, más allá de la complacencia, hay sueños que se sueñan en silencio y de ellos quiso hablar Kilito, a su regreso a su tierra, la tierra de sus padres y sus abuelos.

Así, el recorrido del fotógrafo se detiene en un puñado de personas que aceptaron participar en dos puestas en escena para crear imágenes de lo que han aceptado ser y también de aquello que dicen que quisieron ser:

¿Qué hay del deseo individual?, es una pregunta retórica que casi nadie posaría sobre la mesa del té en las tiendas del zoco

El Ghazi confiesa una vocación de funcionario pero trabaja como fotógrafo de calle; Youssef deseaba ser pescador pero acabó cultivando la tierra; Fatima Zohra Lahouitar estudió para escenógrafa de teatro y devino actriz; Abdellah quiso ser jugador de fútbol y hoy rema de una orilla a la otra del río Bouregreg, transportando a la gente de Rabat a Salé; Rachid es mecánico pero hubiera preferido hacer la carrera militar; Fatima Zohra Fennane soñaba con ser médica y hoy es la primera mujer marroquí artista de circo, diplomada; Mamadou, que es guineano, salió de su país deseando hacer música y danza, y actualmente trabaja como zapatero; Ahmed conduce un taxi pero soñó con ser boxeador; Bouchra está muy satisfecha con su carrera de diseñadora, en línea con un abuelo sastre y con su propio amor por la moda; Abdellah, en cambio, lamenta haber tenido que relegar la escritura para ir a dar clases, debido a una circular ministerial que, en tiempos de Hassan II, obligó a los estudiantes superiores a dedicarse a la enseñanza; Francijn es una ‘expatriada’ europea que trabaja en una embajada y que fue feliz imaginando una vida entre caballos y competencias ecuestres.

Hay ojos tristes pero también miradas orgullosas y de aceptación, o de agradecimiento

Hay ojos tristes pero también miradas orgullosas y de aceptación, o de agradecimiento. Hay pocas palabras, las suficientes, para argumentar lo que difícilmente pueda exponerse sin contradicciones.

El testimonio, siempre relativo, se erige sobre las limitaciones del lenguaje, de toda lengua, a la hora de explicar las razones de nuestra existencia. En el caso marroquí subyace, además, una cierta desconfianza hacia los discursos y la mirada del otro. Sea la experiencia de una larga y reciente etapa colonial, sea la defensa acérrima de sus costumbres y tradiciones, a poco de andar es posible adivinar una notable suspicacia frente a las motivaciones del vecino. De ahí el valor de quien pudo arrancar de una boca muda un sueño de infancia y hacerlo realidad en un decorado, con vestuario y utilería. Por lo demás, este fotógrafo trabaja en película de 120 mm, con luz natural y, en este caso, con un objetivo fijo de 80 mm, equivalente a un 44 mm en película de 35, lo que acerca la foto a lo que ve un ojo humano.

Más que testimonial, entonces, la muestra de Kilito es un disparador. Kilito dispara un tema de discusión, espera que repercuta. En sus propias palabras, con este trabajo él hace “sociología visual”. Sin embargo, superpuestas las voces y bajo sospecha el lenguaje (o sus trampas), el testimonio se desvanece. Así, alejado de toda especulación, el visitante puede dejarse impregnar por el barullo de los diálogos cruzados de la instalación acústica que completa la muestra, dejarse invadir por las propias preguntas, que se disparen todos los sueños propios, los no dichos, y despertar eso que allí queda, todavía, por soñar.

Fotografía del rabatí M’hammed Kilito.
Fotografía del rabatí M’hammed Kilito.

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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