_
_
_
_
CLAVES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Culto al cargo

En el Pacífico agitan cañas. Aquí varas de alcaldes. Pero es la misma búsqueda de un poder fantasioso

Víctor Lapuente
Carles Puigdemont y 200 alcaldes independentistas en el acto celebrado en Bruselas para apoyar al cesado Govern.
Carles Puigdemont y 200 alcaldes independentistas en el acto celebrado en Bruselas para apoyar al cesado Govern.Stephanie Lecocq (EFE)

Cuando los habitantes de las islas de Melanesia —o de otros territorios remotos— entraron en contacto con la civilización occidental, desarrollaron una curiosa creencia. Imaginaron que sus ancestros habían gozado de las ropas, armas y artilugios prodigiosos de los blancos. Y los espíritus de los antecesores volverían para devolvérselos a sus legítimos herederos si éstos eran capaces de llevar a cabo sacrificios extremos. Ilusionadas por esta fe, muchas comunidades quemaron sus cosechas, mataron sus reses y se entregaron a ritos variopintos, como desfilar con cañas a modo de los fusiles de los soldados.

El autocastigo ceremonial de un pueblo para retornar a un supuesto paraíso pretérito es conocido como el “culto del cargamento”. Porque estaba inducido por las riquezas que cargaban los barcos occidentales. Los antropólogos explican esta inmolación aparentemente descabellada como una forma que tienen los pueblos de gestionar un repentino sentimiento de inferioridad.

El concepto de culto del cargamento ha sido rescatado por algunos analistas para entender la victoria de Trump y del Brexit. Pero la podemos aplicar también al auge del independentismo catalán. En los tres casos, han surgido predicadores oportunistas que han sabido capitalizar una sensación de decadencia relativa en sus sociedades. Han vendido exitosamente la idea de que su tribu está perdiendo en comparación con otras: la América blanca frente a China y los inmigrantes, la imperial Bretaña frente a Europa, o Cataluña frente a Madrid.

Las tres religiones del cargamento exigen a sus ciudadanos que sacrifiquen su bienestar económico a corto plazo. Los seguidores del culto en EE UU, Reino Unido y Cataluña son conscientes de que levantar muros y romper lazos comerciales con China, México o la UE perjudica su prosperidad a día de hoy. Pero vale la pena. A cambio, los líderes del movimiento les han prometido que su pueblo, objetivamente superior a los demás, recuperará la grandeza que le ha sido injustamente arrebatada.

En el Pacífico agitan cañas. Aquí varas de alcaldes. Pero es la misma búsqueda de un poder fantasioso. @VictorLapuente

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_