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Cosas que pasan en el WC de caballeros

Cuál es el protocolo. ¿Hay que saludar? ¿Se puede conversar? ¿Hay que comportarse igual en el aseo de la oficina que en el de un restaurante?

Michael Douglas y Matthew McConaughey intercambiando información en unos baños públicos. La película se llama 'Los fantasmas de mis exnovias' (2010).
Michael Douglas y Matthew McConaughey intercambiando información en unos baños públicos. La película se llama 'Los fantasmas de mis exnovias' (2010).Cordon

Es domingo por la mañana y el baño de Ikea está sorprendentemente concurrido. Se escuchan agónicas cisternas, pataletas infantiles, gárgaras matinales, furiosos portazos y conversaciones variopintas. Cuando irrumpo en el aseo, me encuentro con que, de las tres cabinas, solo una está libre; y cuando accedo a esta, descubro con estupor que no queda papel. ¿Me quedo esperando dentro del aseo a que otro retrete quede libre, merodeando entre los urinarios y el lavabo, disimulando mi dudoso comportamiento tal vez silbando? ¿O debo esperar fuera, donde la única forma de atisbar el interior (para comprobar si alguna cabina queda libre) es estirar el pescuezo como un mirón cada vez que se abre la puerta?

Utilizar un baño público está sujeto a una larga serie de vicisitudes. A raíz de esa experiencia me doy cuenta de que en el interior de estos receptáculos se dan situaciones de complicada resolución. Unas, derivadas del uso de sus instalaciones; otras, de la eventual interacción con las personas que pululan por allí.

Además, no es lo mismo el baño de la oficina que el de un hotel de cinco estrellas, ni tiene nada que ver el de un bareto de barrio con el de un centro comercial. No ya por la calidad de su saneamiento (que también), sino por la actitud que de uno esperan los demás.

Utilizar un baño público está sujeto a una larga serie de vicisitudes. A raíz de esa experiencia me doy cuenta de que en el interior de estos receptáculos se dan situaciones de complicada resolución

Así que he realizado un periplo por diferentes WC de caballeros, y resolvemos todas esas cuestiones con la ayuda de un experto en protocolo y buenas maneras.

En el aseo de la oficina

En el interior del servicio de nuestra oficina no somos ciudadanos anónimos, y todo lo que hagamos (o dejemos de hacer) podrá utilizarse en nuestra contra. Allí nos cruzaremos con el informático y el de recursos humanos, y se impone saludar. Aunque el experto advierte (con excelente criterio). “Lo que no podemos pretender es dar la mano: no es ni el lugar adecuado ni el momento de hacerlo”, opina José Alfredo Escobar, miembro de la Asociación Española de Protocolo.

Pero a veces nuestra simpatía puede generar una situación incómoda. En más de una ocasión me ha sucedido —y mira que intento no hacerlo— saludar a un compañero en el baño mientras se está lavando los dientes. Le pones en un aprieto, ya que, o bien le haces quedar mal porque no puede verbalizar una respuesta, o bien provocas un estallido de pasta de dientes en dirección al espejo. Pero si no le saludas, quien queda mal eres tú. Los manuales de buenas costumbres aconsejan simplificar: “Quizás con mirarlo se dará por saludado”, aduce Escobar.

Un clásico de los baños de oficina es que en ellos siempre hay algo estropeado. Eso puede anular la posibilidad de elegir urinario, asunto de no poca enjundia. Porque, cuando ya hay uno ocupado, ¿es de recibo situarse en el que está justo al lado o, a fin de prevenir malentendidos, es mejor ponerse en el extremo opuesto? “Por comodidad para la persona que ya está usándolo, y como no supone un problema para nosotros, sería lógico utilizar el lado opuesto al que se está utilizando”, dicta el protocolo. Es decir, elegir el más alejado no te convierte en un sociópata sino más bien en todo lo contrario.

Esa “distancia de seguridad” (como en la carretera) no impide que fluya la conversación, lo que puede resultar un tanto violento habida cuenta del trasiego que nos traemos entre manos. Le pregunto al experto si es de mal gusto. “Entre dos personas que tienen confianza no está mal romper el hielo de una situación tan incomoda haciéndola ver como un momento normal”, responde tranquilizador.

En el aseo del centro comercial

Se alinean por turnos frente a los urinarios, codo con codo (perfectos desconocidos), con la mirada fija en los azulejos de la pared. La estampa no está exenta de surrealismo

Estoy en el lavabo de Ikea. Todos los aseos están con la puerta cerrada. Decido esperar fuera, oteando el interior cuando se abre la puerta. Procuro poner mi gesto más despreocupado e inofensivo: una cámara de seguridad me apunta. ¿He hecho lo correcto? El experto dice que no. “Lo lógico es esperar en la zona de lavamanos para no molestar a la gente que utiliza los urinarios y así estar pendiente de quien termine de usarlo”, opina el miembro de la Asociación Española de Protocolo.

Al término de la operación me lavo las manos. Aprovecho para darme un agua en cara y cuello. Sorpresa: no hay dispensador de toallas de papel. ¿Es descabellado pensar que alguien pueda emplear el grifo para algo más que lavarse las manos, como limpiar unas gafas o una mancha en la camisa? Aquí me tienen, a punto de convertirme en una réplica de la protagonista de Carrie, pero chorreando agua en vez de sangre, y con una estrecha ranura de aire caliente como única alternativa. Recurro a mi pesar al papel higiénico, que se deshace y se pega. “Cuando nos encontremos en una situación límite, debemos utilizar aquello que tengamos a mano”, concede el experto, que acto seguido me acusa de poco previsor: “Yo opto por llevar un pañuelo siempre en el bolsillo para utilizar en caso de una emergencia como esta”.

En el aseo de bares y restaurantes

Los servicios de los locales de hostelería a los que voy no tienen mucho misterio: cuartuchos con una taza, un urinario y un lavabo tamaño escolar. Minúsculos aseos también he encontrado en hospitales, clínicas y centros de salud, lugares que los hipocondriacos frecuentamos y donde los nervios inducen a la micción. La probabilidad de cruzarse con otro ser humano se reduce al momento en el que uno sale (relajado, aliviado) y el otro (impaciente, agitado) entra. No soy dado a saludar en esa circunstancia, y sospecho que mi conducta es reprobable: ¿acaso no decimos “hola” a las puertas de un ascensor? “La educación no está peleada en ninguna de las situaciones que nos encontramos a lo largo del día”, me riñe el experto en protocolo.

En el aseo del estadio de fútbol

Aprovecho el partido Atlético de Madrid-FC Barcelona de la jornada 8 de Liga para visitar los baños del nuevo estadio Wanda Metropolitano, más austeros de lo que cabría pensar. La fila de hombres llega al exterior del aseo: es lo que tiene que todos bajemos a la vez, aprovechando la pausa del descanso. Dentro, seis o siete hombres se alinean por turnos frente a los urinarios, codo con codo (perfectos desconocidos entre sí), con la mirada fija en los azulejos de la pared. La estampa no está exenta de surrealismo, pero ¿qué otra cosa mirar? Ninguna: “Poner la vista al frente —dice Escobar— evitará hacerle sentirse mal a nuestro vecino. Y será por poco tiempo”.

En el aseo de un hotel de lujo

Con empaque y paso distinguido me encamino al baño del Hotel Ritz de Madrid, paradigma de la elegancia. Lo he dejado para el final porque, si hay un sitio donde aplicar todos los modales aprendidos, es un hotel de cinco estrellas. Entre mármoles y dorados, lo cierto es que aquí uno se ve poseído por el espíritu del donaire, que descalifica cualquier comportamiento vulgar. De modo que intento extremar las normas de higiene, aplicar la mayor precisión a mi puntería y contener cualquier ruido que mi organismo pueda producir. Sobre la higiene y la precisión no hay nada que discutir, pero sobre los ruidos… si los hacemos en casa, ¿por qué aquí no? El experto en corrección social es tajante: “Deben evitarse en todo momento. Si tenemos necesidad, podemos meternos en una cabina y hacer lo que consideremos, pero creo que debemos evitar hacerlos cuando tengamos a otra persona junto a nosotros”.

Y a la salida, algo común a todos los baños: esa placentera sensación de ligereza.

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