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MIRADOR
Columna
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Tercer acto

El mausoleo del Valle de los Caídos es un problema para la credibilidad de quienes aspiran a cerrar los atajos hacia ese adjetivo de franquistas que nos cae encima de tanto en tanto

David Trueba
Valle de los Caídos.
Valle de los Caídos. © CLAUDIO ÁLVAREZ

Ha vuelto a ocurrir. No importa el motivo por el que alguien se enfrente al Estado español que siempre terminará por tildarlo de franquista. La desgracia mayor no es que nuestras instituciones democráticas, todas, sean en cierto momento catalogadas como franquistas, sino que, por extensión, todo español hemos sido en algún momento de nuestra vida llamado franquista. Esto no pasa en otros sitios, porque si alguien se atreve a llamar nazi a un berlinés que le anda tocando las narices o mussoliniano a un juez italiano sería obligado a rectificar de inmediato. A los españoles esto les cae encima como una especie de tinta que llueve del cielo. Podríamos pasarnos horas tratando de hacer entender a quien nos pinta así que llamarnos franquistas es insultar a los muchos que se esforzaron y se esfuerzan por ejercer exactamente de lo contrario en España.

Pero hagamos el esfuerzo inverso. Tratemos de entender por qué pende sobre nuestras cabezas ese tintero de la mancha del franquismo. Y entonces comprenderemos que todo es culpa de no haber sido capaces de hacer los deberes con la rapidez y la contundencia que nos merecíamos como sociedad democrática tras la dictadura. Ahí están los ataques ultras de las últimas semanas, la salida del armario de fraseología y actitudes violentas intolerables que han incluido la rotura de cristales en Catalunya Radio, insultos a periodistas de TV3, pintadas en sedes indepes y en la tumba de Companys sin despertar la condena masiva en el resto del país y detenciones inmediatas. Las exaltaciones del franquismo perviven por caciquismos locales en la nomenclatura de calles mientras se niega financiación para acabar con las fosas de fusilados y esa pasmosa anomalía sostiene el discurso de quienes pretenden afrentarnos.

El mausoleo del Valle de los Caídos es un problema para la credibilidad de quienes aspiran a cerrar los atajos hacia ese adjetivo de franquistas que nos cae encima de tanto en tanto. Se entiende incluso que un intelectual gijonés haya propuesto la idea de trasladar los cadáveres de Chiquito de la Calzada y su esposa Pepita al Valle de los Caídos. La sepultura de ese talento popular agitador de nuestro lenguaje cotidiano en un lugar tan icónico permitiría empezar a vaciar de sabor franquista nuestro paisaje natural. No en vano, Chiquito evoca la dureza de una vida esforzada de humilde palmero, sometida y precaria, que recibió el premio de un tercer acto gozoso, risueño y de amable felicidad en el que la caspa del chiste malo fue elevada a rango de arte del humor. España, como país, también se merece ese tercer acto.

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