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YO ADOPTO

‘Patuco’ y su montaña rusa

EL PAÍS apoya con esta serie la adopción con historias de animales de distintas asociaciones

La mirada de 'Patuco'.
La mirada de 'Patuco'.
Berta Ferrero

El pasado de Patuco ha sido toda una montaña rusa de emociones. Ahora es más dulce que el azúcar, aunque lo cierto es que le amargaron la vida a base de gritos y golpes. Cualquiera diría que este pequeño de apenas siete kilos fuera una gran amenaza, pero tuvo la mala suerte de caer en la casa equivocada. Sus primeros dueños, residentes en Toledo, lo adoptaron cuando todavía era un cachorro de dos meses. Gracioso, vivaz, simpático. Toby, como lo llamaron entonces, era una bolita de pelo suave con ganas constantes de jugar. Fue una especie de auto regalo que se hizo una pareja joven con ganas de ampliar la familia y asumir responsabilidades. Parecía la casa perfecta. Hasta que ampliaron la familia de verdad. La mujer se quedó embarazada a los pocos meses de la llegada de Toby, y de repente todo cambió para él. Dejó de ser gracioso. De la noche a la mañana. Un fenómeno increíble pero más común de lo que parece. Como si los bebés sustituyeran el pan y llegaran con un libro antianimales bajo el brazo.

'Patuco' ejerciendo de modelo.
'Patuco' ejerciendo de modelo.

El caso es que Toby, que todavía era un cachorro que estaba aprendiendo normas básicas de la casa como la de controlar sus necesidades básicas, fue relegado a un patio sin techar. Allí empezó a pasar horas y horas solo, hiciera frío o calor, dejó de tener contacto con sus humanos y comenzó a llorar. Literalmente. A sus dueños tampoco les gustó eso, que, molestos con los ruidos, empezaron a desesperarse con él y se tomaron su educación como una cuestión a vida o muerte. Ahí es cuando empezaron los gritos y los golpes para intentar corregir una conducta que tenía que ver más con la de un cachorro en fase de aprendizaje que con la de un perro que se les fuera de las manos.

El efecto de ese tipo de educación fue exactamente el contrario. Toby, que se pasaba el día prácticamente solo, dejó su alegría inicial atrás y se convirtió en un perro triste, miedoso y gruñón. Se creó una especie de coraza para evitar los golpes y, paradójicamente, los atraía más. Cuanto más palos recibía, más gruñía. Y la mujer, al verle sacar los dientes, empezó a tener miedo por su bebé.

Así fue como Toby dejó atrás su primera casa. La pareja lo regaló cuando tenía dos años, como si fuera un trasto viejo, a un vecino que se propuso con todas sus fuerzas “meterlo en vereda”. Es decir, otra vez educarlo a base de más palos. Toby, que en ese momento ya temía hasta a su sombra, en lugar de mejorar, empeoró. Los gritos y los golpes se convirtieron en una constante en su vida y aquel perro sociable y alegre del principio desapareció completamente de la faz de la tierra para convertirse en uno indomable, huidizo y miedoso. Afortunadamente, aquella segunda experiencia duró tres semanas, porque el hombre se dio pronto por vencido y lo entregó al refugio de Ciudad Animal en Ciudad Real.

Días en los que 'Patuco' espera pacientemente a que alguien se fije en él.
Días en los que 'Patuco' espera pacientemente a que alguien se fije en él.

Aquello pasó en 2014, cuando Toby era Toby y todavía no se había convertido en Patuco. Al refugio llegó un perro destruido psicológicamente que desconfiaba en todo ser humano que se le acercara. Pero no contaba con que allí no había seres humanos normales, sino aquellos que poseen el don de la paciencia infinita y el de desquebrajar corazas. Anna, una voluntaria de Ciudad Animal, miró a los ojos a Toby y allí vio más miedo que agresividad. Y se enamoró de él. Y de su fragilidad escondida. Empezó a ir todos los fines de semana, a dedicarle tiempo, a darle premios, a acercarse a él con infinita delicadeza… Poco a poco se fue ganando su confianza, un día se dejó tocar, y al fin, tras mucho trabajo, lo tranquilizó. Lo recuperó. Lo trajo de nuevo a la vida.

Del refugio pasó a Los acogidos de Lidia, un lugar que una colaboradora de Ciudad Animal creó cuando se mudó a las afueras de Madrid y que tiene cerca de 30 perros de diferentes protectoras que esperan en una especie de mini refugio una casa definitiva. Allí terminó de florecer la verdadera personalidad de Patuco, que definitivamente dejó atrás las malas hierbas de Toby. No solo aprendió a confiar de nuevo en el ser humano, sino que socializó con el resto de perros, encontrando su hueco entre todos y convirtiéndose en uno de los más tranquilos, más equilibrados y más sociables. El perro que siempre estuvo destinado a ser. Y allí, entre los 29 canes restantes, se encontró con Pedro, una especie de gemelo idéntico, no solo porque parecían dos gotas de agua, sino porque el uno se convirtió en la sombra del otro. Se cuidaban, se protegían, se hacían compañía. Verlos juntos era contemplar un remanso de paz.

'Patuco' y 'Pedro', cuando eran inseparables (izquierda) y cuando se quedó sin su sombra.
'Patuco' y 'Pedro', cuando eran inseparables (izquierda) y cuando se quedó sin su sombra.

Puede que fuera la mejor época de Patuco. Había vuelto a confiar en el ser humano y había encontrado un compañero de vida. Pero las cosas se le volvieron a torcer cuando Pedro, después de mucho tiempo, encontró un hogar y desapareció del refugio de la noche a la mañana. Triste y sin su sombra, Patuco volvió a vivir los sinsabores de la montaña rusa en la que estaba subido desde que nació.

“La familia que lo adopte debe saber que es el perro más dulce y tierno del mundo. Pero también debe conocer su pasado. Necesita mucho cariño y su familia debe creer en la educación en positivo. No lleva nada bien los gritos y por supuesto los golpes, como cualquier otro. De verdad que es un perro que solo pide cariño. Se te acerca y se queda quieto a tu lado. Le encantan los mimos. Y que le acaricies. Es terapéutico para él, pero al final también lo es para ti”.

La tranquilidad de 'Patuco'.
La tranquilidad de 'Patuco'.

Son las palabras de Paula, una de las colaboradoras de Los acogidos de Lidia, la protectora que se ha convertido en prima hermana de Ciudad Animal. Ella también ha caído rendida ante la dulzura de Patuco. Cuenta que varias personas han preguntado por él, pero por unas cosas u otras ninguna ha seguido adelante con la adopción. Se llevaron a Pedro y él, que estuvo a punto de salir también, se quedó esperando su oportunidad. Patuco tiene ya cinco años, es pequeñito, está sano y merece por fin que alguien le haga bajar de su montaña rusa vital y le abra las puertas de su tercera casa. La definitiva. La de verdad.

Si estás interesado en la adopción de Patuco o en algún otro de los muchos perros que lo necesitan de Los acogidos de Lidia ponte en contacto con ellos aquí: losacogidos@gmail.com Esta protectora no envía los perros y requiere que la adopción sea en Madrid (o alrededores) o en provincias donde tengan asociaciones amigas. ¡Pregunta! Patuco lo merece.

YO ADOPTO. En Animales&Cia apoyamos la adopción con esta serie. Si trabajas en una protectora y quieres contarnos la historia de alguno de tus animales, escríbenos: bferrero@elpais.es

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Sobre la firma

Berta Ferrero
Especializada en temas sociales en la sección de Madrid, hace especial hincapié en Educación o Medio Ambiente. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Cardenal Herrera CEU (Valencia) y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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