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Columna
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Maestros en el arte de desestabilizar

Trump y Putin son aliados objetivos en su facilidad para crear mundos paralelos

Donald Trump preside una reunión de su gabinete en la Casa Blanca. Declaraciones de Trump sobre el atentado en Nueva York.Vídeo: MICHAEL REYNOLDS (EFE) Reuters-Quality
Lluís Bassets

Donald Trump ya es perfectamente previsible y desde hace mucho tiempo, casi desde que se comprobó que la responsabilidad de la púrpura presidencial no iba a reformar ni un ápice su carácter ni tampoco a moderar su desenfreno. El primer ataque terrorista bajo su mandato, con ocho muertos y una docena de heridos, perpetrado el martes en Manhattan por un inmigrante uzbeko, suscitó la reacción que cabía esperar del personaje: culpabilizar a los extranjeros y a los programas de adjudicación de permisos de residencia.

Contrasta con su reacción ante la matanza de Las Vegas, en la que un francotirador asesinó a 58 personas e hirió a 546, el balance más mortífero en la trágica historia de los tiroteos masivos en Estados Unidos. Nada que ver para Trump con la venta libre de armas, y apenas con la necesidad de revisar la venta de unos cargadores que convierten las armas semiautomáticas en auténticas ametralladoras.

Trump no tiene dudas a la hora de reaccionar. Ante todo, sacar provecho: si se trata de terrorismo, vincularlo a sus políticas de inmigración restrictivas. Si son cuestiones que le conciernen directamente, esquivar responsabilidades y proyectarlas hacia los otros, los demócratas si es posible, hasta resucitar los ataques a su adversaria de campaña Hillary Clinton en los casos más graves.

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Ahora lo está haciendo ante el estrechamiento del cerco a cargo del fiscal especial Robert Mueller, en la investigación sobre la colusión entre su campaña electoral y el Gobierno de Putin para evitar que Clinton llegara a la presidencia. Dos de sus colaboradores, Paul Manafort y Rick Gates, han sido procesados, y un tercero, George Papadopoulos, se ha declarado culpable tras su detención en julio. En la lista de sospechosos tiene a dos familiares: el hijo Donald y el yerno Jared Kushner. También Michael Flynn, el consejero de Seguridad más breve de la historia y primer caído por el escándalo del espionaje ruso, tres semanas después de su toma de posesión. E incluso Roger Stone, un gurú republicano de larga experiencia que le asesoró en la campaña.

Dos peligros aguardan a la investigación de Mueller, como serían su destitución y el perdón presidencial a los inculpados. Trump tiene potestad para ambos, aun a riesgo de enfrentarse con el Senado, donde cuenta con la enemistad al menos de tres senadores republicanos. Al final del túnel podría esperarle la destitución, sobradamente merecida para quien, al decir de estos senadores, representa una amenaza para la seguridad del país y para el orden internacional.

Mientras tanto, siempre hay una realidad paralela a mano para eludir responsabilidades o defender lo que no tiene defensa. Trump y sus amigos están intentando difundir el bulo de que es precisamente Hillary Clinton, la candidata perjudicada por los rusos, la que en realidad está implicada en un escándalo con los rusos. Putin vive de la desestabilización geopolítica y Trump no puede vivir sin desestabilizar a su país y al mundo. Ambos son aliados objetivos en el paradigma de la política digital, con su capacidad disruptiva y su facilidad para crear mundos paralelos, cosas ambas bien conocidas en nuestras latitudes.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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