El flamenco asalta la música clásica
PRIMERO VIBRA una cuerda. El cuerpo de madera de una guitarra flamenca. Vibra la bulería entre las paredes de una sala de ensayo del Teatro Real de Madrid. En su interior respiran dos herencias. La de Valentina Granados es de esas que corren por las venas. Que pulen rasgos del rostro e imprimen carácter. La de Juan Manuel Cañizares ha pulsado la cuerda. Ella es bisnieta del compositor Enrique Granados y directora ejecutiva del Festival Internacional de Santander, importante cita española de música clásica. Él ha transcrito para guitarra flamenca gran parte de la obra del músico catalán cuando se cumplen 150 años de su nacimiento.
La bisnieta es pudorosa, no le gusta airear su parentesco: “Es una circunstancia un poco rara de llevar. Por mi trabajo suelo tener contacto con descendientes que a veces te hacen la vida un poco complicada. Pero yo creo que, al final, Cañizares es casi más heredero que yo porque son los músicos los que realmente recogen ese legado y lo transmiten. Interpretan la obra, trabajan con ella y la dan a conocer a los demás”.
Las orejas del tocaor, hundidas en una maraña de pelo negro, registran las palabras de la bisnieta. Escucha con ese respeto propio de los de su gremio. Y asiente porque sabe de lo que habla. Él ha trabajado bien la obra de Granados y el resultado lo plasma en una trilogía compuesta por Danzas españolas, Valses poéticos y Goyescas. Para moldear estos tres CD que ahora publica, el guitarrista revisó el legado del músico catalán y atrapó las cadencias flamencas que percibía. “Me apetecía estudiar a Granados por su forma de entender la armonía. Le gustaba mucho la música popular. Yo me acerco a lo que hay implícito de flamenco en su obra y lo hago explícito”.
Cañizares ha buceado en las partituras que ideó el compositor, como si él mismo le hablara a través de sus notas. La bisnieta, dice, no cuenta con fuentes de tan primera mano. En 1916, mientras el mundo sucumbía en la Primera Guerra Mundial, Granados estrenó con éxito su ópera Goyescas en Estados Unidos. Antes de regresar a España, él y su esposa pasaron por Inglaterra y días más tarde pusieron rumbo a la Península. A mitad del viaje, un submarino alemán confundió su barco con un buque de guerra y lo torpedeó. El ataque fue mortal para la pareja y la carrera del compositor se ahogó en el canal de la Mancha. Granados tenía 48 años. Su nieto, el padre de la directora ejecutiva del Festival Internacional de Santander, ocho meses. “Así que, en parte, siento que ese testimonio directo no lo tengo”. Pero cuando escucha su legado, nota que se reduce la distancia. “Lo percibo como algo muy mío”. A Cañizares le pasa algo parecido:
—Con la música de tu bisabuelo me encuentro en mi hogar. Tengo allí mi ducha, mi salón, mi cocinita… Me transporta a un mundo en el que siento que habito.
—Me encanta oírte porque también me pasa. Hay obras que te gustan y otras que cuando las escuchas te parece que estás en casa.
Cañizares se convirtió, en 2011, en el primer tocaor en debutar con la Filarmónica de Berlín.
Granados y Cañizares se acaban de conocer, pero en su conversación no asoman los silencios. Pasa que más de una frase nace en la boca de uno y muere en los labios del otro. Lo que chispea entre ellos es una de esas conexiones en las que cada coincidencia que encuentran azuza el entusiasmo de ambos. Hablan de música, de flamenco, de clásica. De la unión entre ambas. De la presencia del cante y baile en festivales como el que organiza la descendiente del popular compositor catalán. “Por desgracia es esporádica, pero siempre nos sorprende lo bien que se recibe”.
Cañizares materializó esa conexión entre clásica y flamenco en 2011, en el escenario del Teatro Real. Aquí se convirtió en el primer tocaor en debutar con la Filarmónica de Berlín. Con el director Simon Rattle a su vera, Cañizares apretaba fuerte los párpados cada vez que debía interpretar las partes de guitarra del Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo. Ahora, en el mismo edificio donde formó parte brevemente de una de las mejores orquestas del mundo, rasguea con sus dedos la misma pieza. Mientras toca, mira fijo a los ojos de su oyente. Apenas pestañea. Pulsa una cuerda. Después otra. Y vibra la bulería en una sala de ensayo del Teatro Real de Madrid.
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