Coexistir con el 155
La aplicación de este artículo de la Constitución es una forma factible de evitar el mal mayor
El artículo 155 ha llegado a Cataluña de la mano de Carles Puigdemont. En nombre de no se sabe qué derecho a decidir, Puigdemont prometía Disneylandia, pero en realidad era un parque jurásico. En tiempo inmediato, no es predecible cómo se dará en Cataluña la coexistencia institucional con el artículo 155. Tal vez por discreción inusual, el análisis político de los errores del independentismo suele obviar la singular mediocridad y la incompetencia ostensiva de sus líderes, de Artur Mas a Carles Puigdemont, pasando por ese político vegetativo que es Oriol Junqueras, la simpleza de Carme Forcadell o el primitivismo destructivo de la CUP. Si el proyecto secesionista llevaba tiempo escrito, sus personajes han acelerado el desastre. Así tuvo que llegar el 155 en pleno derrumbe institucional de Cataluña a causa de la idea determinista de una república independiente catalana que llevaba absorbidas demasiadas energías de la vida pública, entregada a un devenir monopolizado por la nación imaginaria, sin apoyos sociales verificables.
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Tras tanta épica falaz llega la prosa administrativa, el BOE, el Estado. Y las urnas. En las primeras evaluaciones de la aplicación del 155, es probable que la racionalidad no sea un parámetro decisivo porque bajo el puente pasan aguas turbulentas y el victimismo tiene a mano un nuevo asidero, pero habría que considerar la eventualidad de que el componente victimista fatigue y pierda credibilidad. El victimismo es una constante de la política nacionalista, pero con oscilaciones porque es difícil movilizar a tanta gente tanto tiempo sin argumentos veraces. ¿Qué pasará en la calle y qué pasará en los despachos, los platós y el tacticismo electoral? ¿Pierden ímpetu los grupos de choque? Quién sabe las posibilidades de que la lid electoral tenga suficientes garantías y juego limpio, a la contra del bloqueo mediático-digital pagado con dinero público.
Una pedagogía desacertada por parte del Estado beneficiaría mucho al victimismo, pero también puede ocurrir que el propio victimismo caiga en más errores y ridículos, como seguir manipulando sin límite y de forma excluyente la sentimentalidad catalana logrando que lo que llamamos catalanidad se resquebraje de forma más acelerada. Es obvio que la ciudadanía no va a salir a la calle para aplaudir unánimemente la aplicación del 155, pero a la larga —salvo graves errores del Gobierno Rajoy— restituir la ley, mantener la vigencia de la monarquía constitucional, tranquilizar la economía, acotar el radicalismo independentista y antisistema agresivo y fortalecer la legalidad y el orden en el espacio político pueden contribuir a un cambio de clima y ofrecer opciones razonables a tantos votantes indecisos. El problema es de prudencia y de ritmo electoral. Existen el futuro del deseo y el futuro del destino: ahora es el momento del futuro de lo posible, de lo legal, de lo creíble, de lo que se pueda reconstruir con el menor de los costes. Todas las mañanas se nos anunciaba un día histórico cuando de hecho eran días sin sentido histórico o más bien días ahistóricos. El independentismo rompió las esclusas de la legalidad constitucional y llevó la vida pública de Cataluña a un deterioro desasosegador, tanto en términos económicos como de convivencia cotidiana. No deja de ser ilusionismo low cost insistir tanto en fundar un Estado sabiendo que es impracticable y en consecuencia tan frustrante para los independentistas como traumático para todos, del mismo modo que se reclamaba una mediación internacional inaccesible, salvo que —según rumores nacional-populistas— Cataluña pasase a ser otra feudataria económica de China.
El secesionismo ha apostado por una sociedad gregaria, fácilmente conducente a objetivos primarios, una comunidad civil entregada a una agitación unidimensional de voluntades, en la que se oculta la desproporcionalidad entre los agravios reales y la sobrereacción de las respuestas secesionistas. Ha sido un proceso de desestructuración no solo jurídica, de desconexiones que dañan la cohesión, añaden inestabilidad y perjudican el crecimiento económico: es decir, bienestar, seguridad, imperio de la ley y en no poca medida el ejercicio ciudadano de las libertades. Eso acostumbra a ocurrir cuando se supeditan las libertades individuales al destino ineluctable de una liberación nacional. Visto así, coexistir transitoriamente con el 155 sería la forma menos gravosa de recuperar lo que nunca conviene desatender y desacatar. Su aplicación es a contrarreloj y susceptible de marejadas emocionales, pero parece una forma factible de evitar el mal mayor.
Valentí Puig es escritor.
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