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Tribuna
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También los mercados rigen en la Arcadia

El soberanismo catalán, como el británico, pintó una vuelta sin costes al paraíso perdido

Edificio barcelonés de Caixabank, que desplazó su sede social a Palma de Mallorca.
Edificio barcelonés de Caixabank, que desplazó su sede social a Palma de Mallorca.Manu Fernández (AP Photo)

Un tema muy recurrente en la pintura del siglo XVII fue el recuerdo de la mortalidad, el memento mori que advertía al ser humano de lo efímero de cualquier esplendor terrenal. Así, tomando como modelo la Arcadia clásica griega —una idílica zona rural del Peloponeso no contaminada por la vida urbana—, algunos artistas reflejaron la idea de la inevitable presencia de la muerte en la Arcadia feliz con el lema Et in Arcadia ego (“Yo también estoy en la Arcadia”).

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Mortalidad y pobreza se han reducido mucho desde entonces, en gran medida gracias a la economía de mercado, la tecnología y la globalización, que —con sus defectos— han permitido insólitos avances en el bienestar mundial. A cambio, las reglas de la economía global castigan hoy cualquier intento de autarquía o de total independencia frente a los mercados: si la integración económica es compleja y tiene costes, la desintegración económica, aún más.

Quizás sea ese el gran error intelectual de los defensores del soberanismo británico y catalán: haber pintado una vuelta a un paraíso perdido hermoso, pero sin costes. Como un Reino Unido que “recuperaría el control”, liberado del yugo de la Unión Europea, pero manteniendo todos los beneficios del mercado único y ninguno de sus costes; o una nueva república catalana que, tras ejercer su “derecho a decidir”, sería recibida con los brazos abiertos por la comunidad internacional, la Unión Europea y las empresas.

Pero en la Arcadia feliz soberanista también rige la economía, con su implacable guadaña de los mercados. En el Reino Unido, las negociaciones económicas del Brexit y la posibilidad de un nuevo acuerdo comercial no avanzan, porque la intersección de un mercado único con controles de inmigración es un conjunto legalmente vacío. Como consecuencia, numerosas empresas británicas están considerando reubicarse en otros países para mantener sus mercados o su licencia europea. Ni siquiera la primera ministra se atreve hoy a decir qué votaría si hubiera un segundo referéndum.

Las empresas no quieren saber nada de soberanismos y rechazan la incertidumbre y la inseguridad jurídica

En el caso de Cataluña —aún más grave, pues la independencia supondría abandonar al tiempo el marco europeo y el del euro, y crear nuevas instituciones nacionales—, la Unión Europea reconfirmó enseguida que una secesión —incluso legal— la dejaría fuera de la Unión, y que tendría que iniciar un nuevo proceso de adhesión sujeto a las exigentes mayorías de Consejo y Parlamento. Como en el caso del Brexit, la Unión Europea no tiene incentivos para apoyarla: aparte de su rechazo de origen al nacionalismo, podría exacerbar otras tensiones territoriales y multiplicaría el número de interlocutores estatales, dificultando futuras reformas y desafíos económicos.

Además, ya desde antes de la declaración unilateral de independencia, muchas empresas catalanas huyeron asustadas, temerosas de un posible conflicto de legislaciones fiscales y empresariales. Las empresas no quieren saber nada de soberanismos, y votan con los pies cuando asoman la incertidumbre y la inseguridad jurídica. La Caixa, Banco de Sabadell, Catalana de Occidente y Aguas de Barcelona ya no tienen su sede en Cataluña, y son el mejor ejemplo de que el mero nombre no garantiza la cuenta de resultados: en un mundo integrado e interdependiente con cadenas de valor globales, la realidad de los mercados termina imponiéndose sobre la ilusión de la identidad, y los costes ciertos frente a los beneficios inciertos.

Quizás algunas de esas empresas habían aprendido de la experiencia de una productora tan emblemáticamente británica como Thames Television, que no consiguió sobrevivir a la entrada en vigor del mercado único y terminó siendo adquirida por una empresa extranjera. Su sede fue demolida, y en el lugar donde estaban sus estudios se alza hoy la sede británica del Banco de Santander. Thames no se dio cuenta de que los negocios de dimensión local no garantizan la supervivencia y que es preciso ser competitivos, al menos a nivel europeo, y, si hace falta, renunciando al nombre, a la identidad y a la sede.

Y debería haberlo intuido, porque era la productora de una gran serie de televisión de los años ochenta, Retorno a Brideshead, basada en la novela de Evelyn Waugh, cuyo primer capítulo recibía su título del lema que acompañaba a una calavera —que simbolizaba el paraíso perdido por la guerra—: Et in Arcadia ego. Los directivos de la empresa olvidaron que hoy en día, para sobrevivir a la globalización, hay que saber latín

Enrique Feás es Técnico Comercial y Economista del Estado y coeditor del Blog NewDeal (blognewdeal.com).

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