Imma Puig, la psicóloga del Barça: “Solo los egoístas sobreviven”
IMMA PUIG se dedica a cuidar a la gente. Por dentro. Licenciada en Psicología Clínica por la Universidad de Barcelona, profesora en el departamento de recursos humanos del IESE, estudiosa de Freud y Jung y seguidora de los métodos del psicoanalista húngaro Michael Balint, esta barcelonesa de 64 años, amable y enérgica como un chispazo, es experta en gestión de las emociones y conflictos en la empresa familiar. Es autora del libro de referencia Retratos de familia. Lo que quiso saber y no se atrevió a preguntar sobre la empresa familiar (Editorial Empresa Activa).
El liderazgo, el comportamiento y la excelencia en el rendimiento empresarial no tienen secretos para ella. Tampoco las envidias, los celos y los acosos que suelen sobrevolar toda dinámica de grupo. Por eso la fichó el F. C. Barcelona hace 15 años: desde entonces, allí media entre los Iniesta, los Messi y los Suárez, los técnicos y los directivos (es también experta en psicología deportiva). También la ficharon los hermanos Roca hace cuatro: para prevenir eventuales tormentas y solventar cabreos y descontentos entre cocineros, camareros, sumilleres y jefes de sala. Un día a la semana acude al restaurante de Girona y se reúne por grupos con la plantilla de El Celler. En esta conversación no contará anécdotas personales ni de unos ni de otros: una cláusula de confidencialidad le impide hablar con nombres y apellidos.
Puig, que también ha trabajado la psicología de tenistas, mánagers, vendedores y directores comerciales, se pasa media vida recorriendo medio mundo dando conferencias sobre un tema excitante: las cosas que nos pasan sin nosotros sospecharlo.
¿Cuál es el punto de partida para poder prevenir y solucionar conflictos en la gestión de equipos? Para poder ver la cantidad de cosas que pasan en las relaciones hay que entender a las personas. Y para eso, como para subir a una montaña, hay dos caminos: uno es largo y fácil, el otro es más corto y difícil.
“Si queremos entender al otro, tenemos que escuchar el doble de lo que hablamos. Y con un oído escuchar lo que nos dicen y con el otro lo que no nos dicen”.
¿Cómo es el corto y cómo es el largo? ¿Puede explicarlo? El corto es ponerse en el lugar de la otra persona. Esto es difícil, pero entrenando se llega. El otro, el largo, está al alcance de todo el mundo. Consiste en seguir la anatomía. Tenemos dos oídos y una boca, así que, si queremos entender al otro, tenemos que escuchar el doble de lo que hablamos. Y con un oído hemos de escuchar lo que nos dicen y con el otro lo que no nos dicen…, que a veces es más importante.
Pues aquí y ahora no parece estar muy de moda escuchar… No nos han enseñado a escuchar. En las escuelas hay cursos de cómo hablar en público, pero no de cómo escuchar. Hay conversaciones que consisten en que solo estamos esperando a que el otro acabe para soltar lo que ya teníamos preparado. Se establecen diálogos de besugos que hacen que la gente no se entienda.
Y ahí llega usted. Mi trabajo consiste en encontrar un espacio, un tiempo y un interlocutor neutro para poder hablar y escuchar todas aquellas cosas para las que en el día a día no hay ni espacio, ni tiempo, ni un interlocutor. Yo sigo el Método Balint, que sirve para entender al otro porque no hay prisa, porque nadie juzga. Juzgar hace un daño terrible. Estamos juzgando todo el tiempo a todo el mundo, sin pruebas. Y dictamos sentencias, lo cual cierra ya toda posibilidad de seguir tratando de entender a esa persona.
Si entiendo bien, a lo que se dedica en su terapia con futbolistas, cocineros y empresarios es a crear una burbuja, una situación irreal de comunicación. Un poco. Son situaciones en las que todos son pares, no hay jerarquías, la única jerarquía soy yo, que soy la facilitadora. Y se aprende a eso, a no juzgar. Y a tratar de interpretar los silencios y lo que no se dice.
Lo no dicho. A menudo, mucho más importante que lo dicho, ¿no? En un equipo de trabajo, lo peor es lo no dicho, eso sí que es complicado de gestionar. Todo lo dicho, por duro que sea, se puede gestionar.
Se diría que ocurre lo mismo en las rupturas amorosas. Exactamente. “Yo pensé, yo ya vi que, aquello no me gustó… Yo ya sabía que tú…”. ¿Y por qué no me lo decías? El peor regalo que le puedes hacer a tu pareja es no decir cómo te sientes y no escuchar cómo se siente. Es la base. Pero vivimos en una sociedad en la que mostrar tus sentimientos equivale a ser vulnerable. Y no es verdad, es ser más fuerte.
Quizá hay demasiada gente a la que “todo le va fenomenal siempre”, ¿no? Claro. Y también ocurre que a esa imagen que queremos transmitir de que tenemos que estar siempre divinos de la muerte nos empuja un poco la sociedad en la que vivimos. No puede ser que siempre estemos contentos, guapos, sin problemas de salud y con dinero. Eso son vicisitudes y no suelen darse todas a la vez. Hay pacientes que vienen y me dicen: “¡Ay, todo me va bien, pero estoy triste!”. Yo les digo: “Estar triste forma parte de la vida”. Tengo clientes que están en la cresta de la ola, que son lo más del mundo mundial…, pero les pasan las mismas cosas que a los que no les va bien. Están tristes, se sienten solos… Los sentimientos no entienden de talonarios.
Bueno, los talonarios ayudan… El ser humano, si tiene atendidas las necesidades básicas, prefiere sentirse querido que pagado.
Cabe tener dudas ante eso. A alguien, en una empresa, le dicen que le van a pagar más. Pero a lo mejor lo que quiere es sentirse más valorado, que le cuiden más, o que el jefe le pregunte por su hijo si sabe que le iban a llevar al hospital…
Pero como te estoy pagando más que a otros… Que no se te ocurra pedir que te quieran. Esto pasa mucho en el mundo del deporte de élite. Y mucha gente dice eso de que “con lo que cobran, tendrían que correr por todo el campo sin parar”. Y esto es envidia.
Gran deporte nacional…, gran deporte humano, más bien. La envidia y los celos son males endémicos de estas sociedades. Y llevan, a veces imperceptiblemente, al maltrato psicológico. Que se da entre iguales, entre superior e inferior y a veces hasta de inferior a superior.
Su trabajo de resolución de conflictos con clientes poderosos y adinerados no ha de ser fácil, se trata en cierto modo de bucear en su fango. ¿Se dejan? [Risas] El otro día, un ejecutivo muy importante me decía: “Su trabajo es casi imposible”. “¿Por qué?”, le pregunté. “Porque usted cobra por hacer decir lo que la gente no quiere ni pensar”. Es una buena definición.
Porque a la gente no le gusta escuchar, pero, eso sí, hace ya mucho que paga a profesionales para que la escuchen. Sí señor. ¡Lo bien que se siente la gente cuando va a un lugar donde le van a escuchar y no le van a reñir! A veces creemos que nos enfadamos con alguien, cuando en realidad nos estamos enfadando con nosotros mismos porque no estamos entendiendo al otro. Somos tan orgullosos que, cuando no entendemos a alguien, hacemos una pirueta y decimos: “Ese tío está loco”. Y no nos damos cuenta de que, sea cual sea nuestra profesión, cuanto mejor entendamos al otro, mejor haremos nuestro trabajo.
“El otro día, alguien me decía: ‘Su trabajo es casi imposible’. ‘¿Por qué?’, le dije. ‘Porque usted cobra por hacer decir lo que la gente no quiere ni pensar”.
En sus charlas con futbolistas estrella, grandes empresarios o jefes de sala de un gran restaurante…, ¿qué valor otorga a los detalles, a lo trivial? En lo trivial hay muchas claves, porque la verdad gusta de estar escondida. Las cosas no son como parecen. Por ejemplo, lo primero que pienso cuando veo a alguien que va de superseguro es qué inseguridad está intentando esconder. Hay gente que parecen ogros y son unos trozos de pan. ¿Por qué se disfrazan de ogros? Para que nadie vea que son un trozo de pan y se aprovechen de ellos. Para fijarse en esas cosas hay que estar muy atentos. Nos pasamos el día emitiendo señales de cómo somos, de cómo queremos que nos traten, que nos cuiden, que nos quieran, que nos valoren…, pero para detectarlas hay que estar en la misma onda que esa persona. Y una cosa clave es la mirada.
¿La mirada? Si a ti te miran con ojos de que confían en ti, de que vales, de que tú puedes…, tú, por agradecimiento, das lo mejor. Pero cuando alguien te mira como si fueras un inútil hagas lo que hagas, cada vez vas haciendo menos y peor.
Está tocando un tema crítico a nivel educativo: el de muchos alumnos que se quedan atrás porque no se les hace el debido caso. Porque a muchos responsables de colegios les preocupa solo su reputación. Poder decir: “Aquí viene solo la élite”. Y en el mundo del deporte profesional, con el que llevo 35 años trabajando, es aún peor.
¿Algún ejemplo? Recuerdo cómo el entrenador de uno de los mejores clubes de fútbol del mundo me contó esto con un dolor de corazón tremendo: le dijeron que tenía que subir a dos chavales del segundo al primer equipo. Escogió a dos, eran los dos buenísimos. De repente, el club fichó a un jugador y entonces le dijeron que tenía que prescindir de uno de los dos. Eran casi iguales. Se quedó con uno que hoy es una estrella. El otro dejó el fútbol al año siguiente. Este entrenador me dijo: “No me lo podré perdonar nunca, le cagué la vida”.
¿Y en otros deportes? Trabajé mucho tiempo con el entrenador que formó a los mejores tenistas españoles. Un día me senté con él en un entrenamiento y le pregunté: “¿Quién crees que destacará de estos?”. Y me lo confesó, y acertó. “Yo nunca me equivoco”, me dijo. Y yo le contesté: “Los que no se equivocan son ellos. Si tú pones la mirada en uno y le das confianza y le animas a seguir, es lógico que sea el mejor. Tú lo haces con algunos, sí. Pero a otros los destrozas”. Me respondió que nunca lo había analizado así y que le acababa de dejar fatal.
Ese maltrato puede resultar paralizante, en efecto. Pero ¿el éxito no paraliza también? Sí, puede ser anestesiante, y más en deportistas de élite. Nos preparan para el éxito, no para el fracaso. Todo el mundo persigue el éxito, pero nadie sabe cuánto puede dañar a la persona. Carl Jung decía: “Cuando alguien viene a contarme un éxito, siempre le digo que espero que no le haya dañado demasiado”. A veces es más difícil recuperarse de un éxito que de un fracaso. “¿Y si intento repetirlo y no lo consigo?”. Eso paraliza.
No debe ser fácil ser una estrella del fútbol 24 horas al día 365 días al año, con todo el mundo riéndote siempre las gracias. Eso de que a una estrella del fútbol se le ríen siempre las gracias es una visión parcial. También tienen que vivir con la envidia de todo el mundo a cuestas. Viven con la admiración de muchos, claro, pero a veces la admiración es envidia encubierta y puede tornarse en odio. Vivir en el escaparate tiene esto.
Pero ¿qué asuntos específicos trata, por ejemplo, con un jugador del Barça en una sesión? Yo trabajo exactamente igual en un equipo como el Barça, en un restaurante como El Celler o en una empresa familiar. Es que al final a todos nos pasan las mismas cosas; en lo básico, las personas somos iguales. Yo aplico mi terapia sobre todo en los equipos técnicos, porque si el equipo no va bien, no despedirán a los jugadores ni dimitirá la Junta, sino que se cargarán al entrenador…
Resulta fácil pensar que para un club de fútbol de élite o un tres estrellas Michelin saldrá rentable invertir en tener contento al personal. ¿Lo hacen? No demasiado, aunque cada vez más. Cuidar es una inversión, no es un gasto. Y es prevenir. Es lo que hace El Celler, por ejemplo: prevención para evitar que pasen cosas malas. Pero a muchos empresarios les sigue pareciendo una pérdida de tiempo entender cómo están sus empleados.
Es de suponer que sus clientes no cuidan a sus equipos por altruismo, sino por buscar ser eficaces. Aunque solo sea por egoísmo. Claro, y yo no sé por qué el egoísmo tiene tan mala prensa. Solo los egoístas sobreviven.
¿Qué opina de esos jefes que apuestan por la estrategia de la tensión, esos que creen bueno que sus adjuntos se lleven fatal? Es un modelo de gestión viejo que hay que tirar. Esa estrategia sirve solo en momentos puntuales y metas concretas, pero la competencia feroz alargada en el tiempo termina con la aniquilación de todo el mundo.
¿Cómo se gestionan los egos individuales dentro de un colectivo? Deberían enseñarnos a todos de pequeños a gestionar equipos y a comportarnos en ellos, porque toda la vida nos la pasamos en equipo. Nacemos en una familia, que es un equipo. Vamos a clase, que es un equipo. Vivimos con vecinos de escalera, que es un equipo. Formamos parte de un grupo de amigos, que es otro equipo. O jugamos al fútbol en un equipo. Trabajamos en una empresa tal, que es un equipo.
¿Gestionar a los hijos es gestión de equipos? Es que en el caso de los hijos juega otro factor. Y es que no se quiere igual a todos, aunque nos es muy bestia reconocerlo. No queremos hacerlo y decimos que todos los hijos son iguales, pero no es verdad. Esto en las familias de los demás es muy fácil verlo, pero en la propia cuesta. No se dice porque el daño que puede provocar es grande. El agravio comparativo es la carcoma de las relaciones, porque siempre estamos midiendo cuánto nos quieren. Somos adictos al reconocimiento. Y hay personas que creen que, como una vez las quisieron porque hicieron algo extraordinario, solo las van a querer si lo son, y se pasan la vida persiguiendo lo extraordinario, un grave error.
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