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Columna
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Todo vale

El soberanismo piensa que cuanto más dura sea la represión más tajada podrá sacar de unas elecciones autonómicas

Josep Ramoneda
Carles Puigdemont durante su declaración este miércoles en la Generalitat.
Carles Puigdemont durante su declaración este miércoles en la Generalitat.Massimiliano Minocri (EL PAÍS)

En plena ofensiva política y judicial contra el referéndum, que ahora alcanza ya al núcleo de la autonomía —la Conselleria de Economía—, una torpeza de Albert Rivera, más papista que Rajoy, provocó la ruptura parlamentaria del frente llamado constitucional. Sin duda, el PSOE volverá al redil, pero las iniciativas de Podemos y de los comunes más algún pequeño gesto socialista tienen la virtud de abrir brechas en los frentes de un conflicto absurdamente polarizado.

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Aunque la carga de la responsabilidad por el nivel de confrontación actual empieza por el más fuerte, se han dado graves errores estratégicos en cada bando. El soberanismo sufre el virus de la aceleración, cuando sus opciones requieren tiempo para crecer. Sorprendido por su súbito salto —en 10 años pasó de ser testimonial a primera fuerza política de Cataluña—, ha querido quemar etapas a un ritmo superior al que sus propias capacidades permitían. Para soñar con la ruptura unilateral se necesitan tres condiciones: mayoría electoral amplia, apoyo internacional y capacidad insurreccional. No se dan ahora mismo. El 27-S, Mas proclamó que el independentismo había ganado. Y empezó el acelerón hacia la ruptura.

Por parte del Gobierno, el error ha sido evitar la política y parapetarse detrás de las togas. Era un reconocimiento implícito de la incapacidad de dar la batalla política en Cataluña: por ignorancia o autoengaño y porque, de modo más o menos inconsciente, no la sienten como territorio propio. Recuerden que Rajoy llegó a preguntarse quién manda ahí. No se le ocurrió que mandaba él. El resultado es que hoy no hay en Cataluña un proyecto alternativo al independentismo susceptible de disputarle el poder.

Todo vale. Si el soberanismo hizo de su capa un sayo para aprobar las leyes del referéndum y de transitoriedad, el Gobierno acaba de intervenir de hecho la autonomía catalana, por un simple decreto firmado por Montoro. Un 155 encubierto. Quien no paga no manda. Puede que un Rajoy en decadencia y con el agua de la corrupción subiendo, crea que con mano dura en Cataluña puede recuperar el electorado perdido en el resto de España. Y el soberanismo piensa que cuanto más dura sea la represión más tajada podrá sacar de unas elecciones autonómicas. Son juegos de alto riesgo que lo más probable es que solo sirvan para constatar que el soberanismo no tiene fuerza suficiente para la ruptura y el constitucionalismo puede parar un referéndum pero no derrotar al independentismo. Y para que el soberanismo saque ventaja en la lucha por la imagen: en un conflicto político poner a la policía por delante siempre amaga un fracaso.

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