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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ambigüedad

Una democracia no lo es porque hable con una voz unívoca. Lo es porque hablan muchas voces y a todas se escucha. Conjugarlas, ¿no es ese, en definitiva, el noble ejercicio de la política?

Decenas de personas asistieron el pasado domingo al acto a favor del referéndum catalán en Madrid.
Decenas de personas asistieron el pasado domingo al acto a favor del referéndum catalán en Madrid.Emilio Naranjo (EFE)

No/Sí. Negro/Blanco. Abajo/Arriba. Malo/Bueno.

Tendemos a pensar acerca de la realidad en categorías binarias y a percibir una de ellas como superior a la otra. Por ello, un mero cambio de orden puede desconcertarnos. Sin embargo, restaurar el orden habitual no es necesariamente lo preferible.

Sí/No. Blanco/Negro. Arriba/Abajo. Bueno/Malo.

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Cuando la realidad se plantea en blanco y negro y es forzosa la elección, queda excluido cualquier otro color. Es entonces cuando surge la acusación de ambigüedad, entendida como sinónimo de tibieza, mediocridad o, incluso, cobardía. No obstante, colocarse al margen de una elección presentada como ineludiblemente binaria quizá no merezca ninguno de estos calificativos. Puede, precisamente, que sea la acción más radical, en el sentido etimológico original de la palabra: ir a la raíz de las cosas (del latín radix, -īcis 'raíz').

Algunas personas perciben cualquier disensión y duda como una intromisión contra su propia identidad, un atentado contra su mismo ser 

El filósofo Emilio Lledó enseñaba que “dentro de todo sí hay un pequeño no, y dentro de todo no hay un pequeño sí”. El pensamiento crítico asume la libertad del matiz. Por ello, ir a la raíz con el fin de replantear —¿o debería decir replantar?— una determinada situación tendría como consecuencia una modificación del cauce por el que habitualmente discurrimos. Para eludir las roderas del pensamiento, en la vida pública o en la personal, se necesita un cierto esfuerzo de percepción y de escucha. Para ello, se requiere reconocer al otro y dejar —ni que sea momentáneamente— ‘en silencio’ nuestra voz.

Qué duda cabe de que el umbral de tolerancia ante la incertidumbre que conlleva el reconocimiento del otro varía mucho de persona a persona. Algunas perciben cualquier disensión y duda como una intromisión contra su propia identidad, un atentado contra su mismo ser al que reaccionan violentamente. Otras, por educación o por experiencia (o ambas cosas), logran ser más flexibles. Lo cierto es que atreverse a poner entre paréntesis las propias certezas, ni que sea por un instante, puede cambiarnos para siempre. Por ello, escuchar al otro no es un signo de debilidad del propio ser, sino todo lo contrario: la demostración de una fortaleza tierna.

¿Qué pasa cuando la respuesta a una situación planteada de un modo —en apariencia— ineludiblemente binario es: ni una, ni otra, ni sí, ni no, ni blanco ni negro? ¿No sería el resultado de esta postura precisamente uno de los pasos que conlleva todo proceso, en catalán, procès? Ser capaz de replantear radicalmente los términos es asumir el movimiento. Moving, como decía la canción de Macaco que todavía nos hace bailar. El cambio. Un traslado. Una transición… ¿una Segunda Transición? Una democracia no lo es porque hable con una voz unívoca, ni bívoca (valga el neologismo). Lo es porque hablan muchas voces y a todas se escucha. Conjugarlas, ¿no es ese, en definitiva, el noble ejercicio de la política?

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