_
_
_
_
EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Donde haya un buen fuego que se quiten las sonrisas

Arran quema banderas de España, Francia y Europa. Una vieja tradición ibérica

Jorge Marirrodriga

La diputada francesa Samantha Cazebonne ha protestado enérgicamente porque durante una manifestación de la Diada organizada por la organización Arran, afín a la CUP, unos encapuchados quemaron una bandera —estas cuatro últimas palabras nos hacen saltar sin poder evitarlo a los veranos de varios años atrás— francesa. Cazebonne, que pertenece al partido del presidente Emmanuel Macron La Republique en Marche, ha condenado el acto recalcando que la tricolor es “un símbolo de libertad y democracia”, y ha exigido que la quema no quede impune. En similares términos se ha pronunciado el consejero consular francés en Barcelona, Raphäel Chambat.

También ha habido críticas a la quema de la bandera española por parte de políticos españoles, todo hay que decirlo, menos escandalizados tal vez por la costumbre y sin duda más escaldados por las decisiones judiciales —la última, en abril de este precisamente sobre la Diada de 2016— que últimamente archivan estos casos. Finalmente, nótese que a la pobre bandera de Europa no ha salido nadie a defenderla, lo cual indica en su caso o bien una improbable completa prevalencia del derecho a la libertad de expresión o un probable desinterés absoluto por lo que representa. Pobres Schumann y Adenauer.

Cuando se producen estas situaciones siempre surge la eterna discusión sobre los límites de la libertad de expresión y el respeto a los símbolos. E inevitablemente hay quien invoca una sentencia del Tribunal Supremo de EE UU que permite quemar la bandera de las barras y estrellas. Como si les importara a Arran, a la diputada Cazebonne y al espíritu de Schumann lo que dijeran nueve señores con toga en Washington. En vez de centrarnos en el sujeto pasivo de la acción, la bandera, vayamos con el activo: el fuego.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Cantaba Serrat aquello de “qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo” y es ciertamente muy Mediterráneo y muy ibérico acabar las reuniones en las que sube la temperatura —festiva o no— con un buen fuego quemando algo o a alguien. En esto tenemos una arraigada tradición común en la Península y en la ribera del Mare Nostrum. Da igual que ardan Roma, la biblioteca de Alejandría, retratos de gobernantes en El Cairo, ninots en Valencia, contenedores de basura en Zumaia o los cuernos de un toro en Sant Jaume d’Enveja. Ya lo decía Séneca: el fuego prueba el oro. Y también prueba otras cosas.

Ese fuego prueba, por ejemplo, que hay quienes, desde el interior del proceso catalán, no creen en esta revolución de las sonrisas que se proclama a diario desde la Generalitat. Quemar unos símbolos —aunque, o porque, se consideren ajenos— como si fueran Alice Cooper en la pira no es precisamente algo festivo. Hay quienes, como la diputada Cazebonne, ven en esos trozos de tela abrasados —y otros similares— símbolos de libertad y democracia y quienes, como decía Tolstói, cuando cruzan un bosque sólo ven leña para el fuego.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_