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#LasCosasDeLaTana

Lo que yo necesito es que me dibuje Manara

Sexo ilustrado e ilustrativo

El hombre que mejor ha dibujado el sexo con o sin amor de por medio. Pasar toda una adolescencia leyendo su obra me garantizó estas ínfulas de personaje. Ahora que ya me quiero como soy, lo que necesito es que me dibuje Milo Manara. 

Escritorio de trabajo a punto de empezar
Escritorio de trabajo a punto de empezarJulián Jaén

Mi adolescencia fue tal y como la de cualquier otra persona. Me pasaba las horas mirándome al espejo absolutamente convencida de que mi nariz crecía por días, con las hormonas rebotándome entre las piernas y con más dudas que la defensa del Osasuna. Por aquel entonces frecuentaba la casa de una amiga cuyo hermano mayor gustaba del cómic erótico. Nos sacaba casi 10 años; nos ignoraba por definición. Lo recordaré toda la vida por su colección de ejemplares de Ediciones La Cúpula, tebeos mensuales de El Víbora y Kiss Comix que supusieron mi primera incursión en el erotismo.

Una vez que entras, a ver quién es la guapa que sale. A partir de ahí fue un no parar. Con Manara aprendí todo lo que no quisieron enseñarme.

Ada o el ardor, de Nabokov; El diablo en el cuerpo, de Raymond Radiguet, y Milo Manara, con todas sus hembras, alimentaron mi incipiente lascivia. Aquellas mujeres no tenían nada que ver con cualquiera que yo conociera. Se metían en las camas que querían, destacaban por sus curvas y su rotundidad. Los cómics del italiano se convirtieron en mis libros de cabecera; quería ser Miel antes que cualquier otra heroína. Idolatraba a la reportera que grababa excitantes reportajes mientras salvaba a desconocidos de su caótico mundo. Miel le debía su nombre al engolosinamiento de sus flujos. Los hombres morían por libar entre sus piernas. Antes de que llegara a la Facultad de Periodismo yo ya sabía a quién quería parecerme.

A Milo Manara le debo descubrir qué es el spanking, mucho antes de que me lo contaran. El italiano me lo mostró en Cámara indiscreta, situándolo en una casa familiar ocupada por un matrimonio y la madre de él. Cada vez que el marido pilla en una mentira a su mujer, la obliga a ponerse sobre sus rodillas, para que tanto la suegra como el esposo, fueteasen su culo. Recuerdo excitarme al llegar a la parte del relato en la que es la mujer la que muestra su lindo trasero sin ropa interior, ofreciéndose para que la castigaran. Aquellas mujeres decidían por sí solas. Hacían y se deshacían. Chupaban, lamían, se masturbaban. Las que me cortaban la respiración eran las que lo hacían a cambio de que le contaran un cuento. Se ponían de espaldas a los cuentistas, abrían las piernas y acariciaban su sexo aumentando el frenesí de las incursiones con los dedos conforme la historia se aceleraba. Aquello me ponía a mil. Solo pensar que un relato podría estar acompañado de semejante desbocamiento de onanismo, me hacía desear conocer cuenta cuentos con los que masturbarme mientras me lo contaban bonito.

Diseñor de Milo Manara

Milo Manara alimentó mi aprendizaje continuo. El Clic supuso, con su perverso guion, mi primer enamoramiento hacia los vibradores a distancia. Disfruté con sus comidas de coño, con todo el sexo anal que fue capaz de dibujarme y ¡cómo no! con sus enredos de piernas del sexo en grupo. Manara se convirtió en mi particular enciclopedia lujuriosa y pervertida. Un manual de instrucciones al que recurrir en caso de emergencia. Leía su obra como la piadosa que lee la Biblia, y como Santa Teresa llegaba al orgasmo.

Si quisiera una liturgia en mi vida yo solo querría que me dibujara Milo Manara.

Agradeceré toda la vida a Mariví invitarme tan a menudo a su casa. Y a su hermano mayor (¿Rafa?) haber encendido la espita de todas y cada una de mis benditas perversiones. Guardo casi todos los ejemplares de tan didáctico estudio. Solo me faltan los que dejé que me robaran amantes que merecieron recordarme. Mi cuidada colección está a mano en el salón de casa esperando a ser descubierta por el último en llegar.

Ojalá le despierte la misma curiosidad que me provocó a mí. Ojalá.

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