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Neal Goldsmith, el psicólogo psicodélico

Neal Goldsmith, psicólogo, 
en su consulta y lugar de residencia en Dumbo, barrio 
de Brooklyn, en Nueva York.
Neal Goldsmith, psicólogo, en su consulta y lugar de residencia en Dumbo, barrio de Brooklyn, en Nueva York.George Konig (Getty)
Ana Vidal Egea

NEAL GOLDSMITH no es un psicólogo al uso. Y le va muy bien. Es algo que puede corroborarse en su consulta, localizada en el apartamento en el que también reside, en el barrio neoyorquino de Dumbo. Un piso luminoso en un edificio de lujo con vistas al puente de Brooklyn. Es una persona singular como también lo son sus mascotas, dos gatos esfinge que producen una extraña sensación al rozarse insistentemente contra las piernas.

Goldsmith tenía un doctorado en Psicología antes de cumplir 30 años, y trabajó durante mucho tiempo como ejecutivo en una multinacional. Estaba casado y tenía un hijo. Su vida dio un vuelco, cuenta, cuando a los 40 años, en plena crisis existencial, volvió a probar los psicodélicos. “Llené la casa de post-it con frases que pudieran tranquilizarme en caso de sufrir un ataque de pánico”, dice, pero recuerda la experiencia como la más potente de su vida. “Lloré mi infancia”. Pudo observar las decisiones vitales que había tomado y tuvo revelaciones contundentes; comprendió que nunca debía haberse casado con su esposa y que la vida corporativa no le hacía feliz. Fueron esos viajes psicodélicos en soledad los que le ayudaron a ver su vida desde otra óptica y los que le dieron la fuerza para cambiar. A raíz de aquello se divorció y se centró exclusivamente en la psicología clínica.

Sus consultas tienen la particularidad de durar 90 minutos y cuestan 300 dólares. Goldsmith tiene la agenda llena; no es fácil encontrar un psicólogo con 25 años de experiencia en drogas alucinógenas, y ese es sin duda el gran aliciente. Los clientes no pueden asistir a la consulta drogados, ya que tratarlos en esas circunstancias es ilegal, pero Goldsmith es partidario de recibirlos el día después de que hayan consumido sustancias alucinógenas (ya sean hongos, LSD…). “La integración es lo primordial. Uno no obtiene los beneficios de los viajes alucinógenos mientras está afectado por ellos, sino cuando es capaz de integrar el aprendizaje a la vida cotidiana”. Goldsmith ha creado un grupo de “integración psicodélica” como parte del programa de la organización Brooklyn Society for Ethical Culture y también imparte talleres de “sanación psicodélica”.

“Yo no hablo de malos viajes, sino de experiencias difíciles, porque en retrospectiva acaban convirtiéndose en situaciones clave en la existencia de cada uno”. Según Goldsmith, cuando alguien atraviesa por una de esas “experiencias difíciles” no hay que juzgar, ni tratar de solucionar sus problemas o de convencerlo de que haga algo de forma diferente; hay tan solo que acompañar y apoyar, estar presente.

Neil Goldsmith asegura que no solo no se siente rechazado ni juzgado por la comunidad de psicólogos, sino que sus compañeros de profesión “lo admiran”. “El hecho de tener un doctorado hace que se me tome más en serio, tanto a mí como a los alucinógenos”.

Con el fin de difundir información relacionada con el uso terapéutico de los psicotrópicos, desde el año 2007 Goldsmith codirige el congreso anual Horizons: Perspectives on Psychedelics (horizontes: perspectivas sobre los psicodélicos), en el que científicos, académicos, doctores y activistas se reúnen en Nueva York para compartir impresiones sobre estas sustancias.

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Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).

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