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El regreso de los cristianos a Irak

Uno de los primeros cristianos 
en regresar a Qaraqosh tras 
su liberación en octubre de 2016 
reza en el cementerio.
Uno de los primeros cristianos en regresar a Qaraqosh tras su liberación en octubre de 2016 reza en el cementerio.J. M. López

UNA GRAN cruz de madera se perfila en la ciudad iraquí de Qaraqosh. La bendijo el arzobispo de la cercana Mosul, Youhanna Butros, el pasado 2 de mayo. La ceremonia marcó el arranque de una nueva etapa en la que fuera la capital cristiana de Irak y en localidades vecinas de la llanura de Nínive, arrasadas por los yihadistas del ISIS. Liberadas tras dos años de terror, en los que los cristianos fueron perseguidos encarnizadamente, comienza la reconstrucción. Pero el retorno llevará tiempo.

“¡Odio a los musulmanes y jamás volveré a confiar en ellos!”, asegura Majad. “Los que entraron en nuestras casas a robarnos, a violar a nuestras hijas, a golpearnos y a esclavizarnos no solo eran yihadistas del Estado Islámico, eran nuestros vecinos. Por eso iban todos con el rostro cubierto, para que no pudiéramos reconocerlos”. Fuma compulsivamente y mira, de reojo, a sus dos hijas de ocho y cinco años. “Ellas eran muy pequeñas y por eso no se las llevaron, pero sus amigas no tuvieron tanta suerte”.

En la primera imagen, un mural de Cristo profanado en Bashika, otra ciudad de la llanura de Nínive, a las afueras de Mosul. En la segunda, una cristiana junto a la tumba de su hijo, saqueada por el ISIS.

Majad es cristiano y se vio obligado a huir de Qaraqosh, su ciudad natal, en agosto de 2014, cuando las hordas del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) tomaron Mosul, a 25 kilómetros de distancia.

“Uno de nuestros vecinos entró de noche en nuestra casa y me dijo: ‘Ahora es nuestro momento’. Sus hijos habían jugado con las mías y en ese instante se estaba apropiando de mi casa… Nos condenó a huir y a vivir en la indigencia durante más de dos años. ¿Por qué? ¿Cuánta maldad alberga el corazón de un hombre que hace algo así?”, se pregunta mientras avanza, habitación por habitación, comprobando los destrozos en su vivienda.

Qaraqosh fue liberada en octubre de 2016. Majad ha regresado a la ciudad, pero la familia permanece en un campo de desplazados. Sus hermanos se han ido a Canadá. “Cristianos, musulmanes y yazidíes vivíamos en paz. Y ahora estamos en el exilio. No hay futuro para los cristianos en Irak. Yo también me acabaré marchando…”.

“Jesucristo dijo que había que poner la otra mejilla y amar a nuestros enemigos, pero no conocía a los yihadistas del ISIS”, cuenta el padre Jalal Jako.

La llanura de Nínive solía ser la zona de mayor variedad religiosa en un país con un 99% de musulmanes. Hoy es el reflejo de una situación que no ha dejado de degradarse para los cristianos en todo Oriente Próximo. Sobre todo en aquellos lugares donde el islam se ha deformado hasta adoptar una forma virulenta y extremista. Cerca de 1,2 millones vivían en Irak en 2003, cuando Estados Unidos y sus aliados invadieron el país. Tras casi tres lustros de guerra y violencia sectaria, no superan los 400.000, según el informe Libertad religiosa en el mundo (2016). De Siria ha huido casi un millón desde 2011: quedan unos 600.000. Y en Egipto, patria de la mayor comunidad cristiana del mundo árabe, la copta, se suceden las matanzas. La última acabó a finales de mayo con la vida de al menos 29 fieles tiroteados en una emboscada cuando viajaban en autobús. La anterior, en abril, dejó más de 40 muertos en dos atentados contra templos de culto. Ambas masacres fueron atribuidas al ISIS.

Iglesia de San Behnam y Santa Sarah en Qaraqosh.

Los cristianos han sido, junto con los yazidíes, la comunidad más perseguida por el ISIS. Asesinatos, crucifixiones, violaciones, esclavitud sexual, trabajos forzados… Fueron sus prisioneros quienes excavaron a mano en Bashika y otras ciudades las redes de túneles y pasadizos usados por los yihadistas para hostigar a las tropas kurdas e iraquíes, cuenta el sargento Hasim Yusuf.

Qaraqosh es una ciudad fantasma. Edificios arrasados, casas destruidas, grafitis con el emblema del Estado Islámico tachado de los muros de iglesias quemadas. Ni siquiera el cementerio se ha librado del odio de los yihadistas, que han profanado tumbas y destrozado lápidas.

Miembros de una milicia cristiana con sospechosos de pertenecer al ISIS detenidos en Mosul.

“Querían robar las joyas con las que habían sido enterrados los cristianos. Son unos animales. ¿Quién se fiaría de alguien que trata así a los muertos? Tengo miedo a los musulmanes de los pueblos de alrededor. Ya nos atacaron una vez, ¿quién nos asegura que no lo volverán a hacer?”. Mariam no puede contener las lágrimas mientras recorre con su marido y sus dos hijas su casa saqueada, pero se siente afortunada de tener todavía un lugar al que llamar hogar. “Tardaremos muchos años en regresar. Todos los servicios básicos están inutilizados. No hay luz ni agua corriente. No hay tiendas para comprar comida y los colegios están destruidos”.

La misma desolación reina en Bartala, Tell Keff o Qaramless, otras aldeas cristianas liberadas. “¿Dónde estaban las Naciones Unidas y los países cristianos hace dos años? Han permitido un genocidio en Irak”, se lamenta el joven Evan Mekho, que ha abierto en Qaraqosh un puesto de comida frente al cuartel general de la milicia cristiana, los únicos clientes.

Soldados vigilan la iglesia de San Juan durante la primera misa desde la liberación de Qaraqosh.

La sensación de abandono está muy extendida en la comunidad. “Nos lo han arrebatado absolutamente todo. Solo espero que el mundo no nos vuelva a dar la espalda”, dice Shifa Marzging, soldado cristiano que combate junto con las tropas iraquíes. “No pienso dejar las armas porque sé que, en unos años, volverá a ocurrir de nuevo”.

Quienes sí se han volcado en su ayuda han sido las comunidades cristianas de medio mundo. “El apoyo de otras congregaciones ha sido vital para poder sobrevivir estos dos años. No solo dándonos asilo, sino enviándonos alimentos, ropa de abrigo o cobijo”, comenta el padre Basim al Wakil, párroco de la ciudad de Ba’ashika. Ahora fundaciones pontificias y otras organizaciones están contribuyendo a las tareas de reconstrucción de las poblaciones de la llanura de Nínive, donde más de 13.000 viviendas se han visto dañadas. El proceso llevará tiempo. “No tenemos de nada, y los yihadistas han dejado minas en las casas”, comenta el padre Jalal Jako, de Qaraqosh, desplazado actualmente a Erbil, capital del Kurdistán iraquí, junto a miles de cristianos. “Jesucristo dijo que había que poner la otra mejilla y amar a nuestros enemigos, pero no conocía a los yihadistas del ISIS. Con ellos no hay opción para el diálogo. No los odio, pero son el diablo”.

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