El silenciado abuso que hay detrás de las cesáreas
En Chile, la mitad de las mujeres parieron por cesárea en 2015, una cifra muy superior a la recomendada por la OMS. La violencia obstétrica es una realidad silenciada que traumatiza a las mujeres
Ana Farmer tenía alrededor de 39 semanas de embarazo cuando decidió acudir a su control ginecológico en la Clínica Cordillera de Santiago. Quería saber si era normal que cada vez le costara más contenerse la orina. Mientras esperaba a la matrona que la había citado, la revisó otra profesional del gremio. Todo estaba bien: los dos centímetros de dilatación que ya tenía desde hacía unos días no habían aumentado.
Al poco rato llegó su matrona, quien le había monitoreado la gestación. “Me hizo el tacto y, de repente, sentí que me rompía la membrana. Empecé a sangrar, me dolía mucho”, recuerda con angustia. “Me dijo que el bebé tenía que nacer entonces y por cesárea porque tenía la membrana rota”, apunta.
El de Ana es uno de los miles de casos de violencia obstétrica que se practican de forma naturalizada en los hospitales y clínicas de todo Chile. Son relatos de mujeres que han vivido cesáreas forzadas, miedo, angustias, malas prácticas y maltrato por parte del equipo médico. Lo sufren en silencio, invadidas de vergüenza, rabia, culpa y dolor.
La historia de Ana tiene mucho de todo eso. La joven, que tuvo su primera y única hija a los 25 años, es una acérrima defensora del parto natural y tanto ella como su pareja tenían muy claro cómo querían recibir a la pequeña Melisa.
Sin embargo, todos sus planes se quebraron luego de la violenta intervención de la matrona. “Me empezaron a inyectar medicamentos —antibióticos, oxitocina— sin mi consentimiento. Todo lo que no quería, me lo inyectaron”. A Ana no se le olvida que tuvo que esconderse en el baño porque no quería que la intervinieran si su pareja no estaba presente en el parto. “El médico no quería esperar a que llegara mi novio. Me encerré para ganar tiempo, pero me sacaron a la fuerza al poco rato y me metieron al pabellón”, detalla con dolor.
“Salió todo al revés de lo que yo quería, me sometieron. Fue una auténtica pesadilla que me afecta hasta el día de hoy”, sentencia la madre.
“Patologizar” a la mujer
El último Informe Anual de la Situación de Derechos Humanos en Chile, publicado por el Instituto de Derechos Humanos (INDH), revela que casi la mitad de las mujeres que dieron a luz en el país en 2015 lo hicieron por cesárea. De este porcentaje, el 70% corresponde a partos en clínicas privadas, mientras que el 30% restante fueron en hospitales públicos. Unas cifras que, tal y como advierte el INDH, distan mucho del promedio de 10-15% recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), o del 25% que se registra en España, que también excede lo aconsejado por el organismo internacional.
El 50% de las mujeres que dieron a luz en Chile en 2015 lo hicieron por cesárea
Chile también está lejos de otros países latinoamericanos como Argentina o Venezuela, donde la violencia obstétrica se tipificó para reivindicar la protección de los derechos humanos de las mujeres durante su etapa sexual y reproductiva. En cambio, en el país trasandino apenas existe un proyecto de ley estancado en el Congreso, en el que se reconocen y sancionan este tipo de agresiones y a quienes las ejercen.
El doctor René Castro, que durante 18 años estuvo a cargo del Programa de Salud de la Mujer del Ministerio de Salud, conoce de buena mano la mirada del sistema sanitario chileno hacia la mujer. Para él, estas cifras “no tienen justificación”, sobre todo cuando los estudios sobre demuestran que la mayoría de las mujeres prefieren partos vaginales, y confirman que los ginecólogos “hemos ido relajándonos en nuestras buenas prácticas, transformándolas en un intervencionismo innecesario”.
Según el doctor, este el incremento exponencial de intervenciones tiene mucha relación con la manera como se entiende el cuerpo de la mujer y sus procesos en la sociedad chilena. “Si miramos el lenguaje popular y común, todos los temas relacionados con la fisiología de las mujeres tienen un nombre patológico. Cuando menstrua, se dice que está enferma; cuando busca un método anticonceptivo, se dice que va a pedir un tratamiento; cuando quiere hacerse un aborto, se dice que va a hacerse remedio; cuando llega el parto, que va a mejorarse”, explica.
Normalizar estas prácticas, que muchas veces se llevan a cabo por simple comodidad de los equipos médicos, tiene un coste. La antropóloga y pionera en estudios de violencia obstétrica Michelle Sadler señala que las intervenciones innecesarias alteran el sistema inmunológico; facilitan el desarrollo de más alergias, asmas, obesidad y cuadros infecciosos; dificultan el apego y la lactancia y provocan más depresiones post-parto. Además de las consecuencias para las mujeres y los neonatos, suponen elevados costes económicos para los sistemas de salud.
Sin embargo, los peores efectos recaen en las mujeres. El doctor Castro alerta de que ese tipo de prácticas tienen un impacto emocional. “Le quitamos a las madres el derecho a disfrutar de una experiencia humana, perjudicando los primeros momentos con su hijo recién nacido”. El experto se reafirma apelando a las tesis de la psiquiatra y activista por los derechos de los bebés y las madres, Ibone Olza. Esta experta española indica que muchas mujeres que han sufrido un parto traumático presentan los mismos síntomas que las víctimas de violaciones por sentirse “forzadas” a consentir algunos procedimientos “sin haber sido informadas sobre los riesgos de los mismos”.
Hay mujeres que han sufrido un parto traumático y presentan los mismos síntomas que las víctimas de violaciones
Su tesis también es compartida por el matrón y codirector del Observatorio de Violencia Obstétrica de Chile (OVO), Gonzalo Leiva, que lo ejemplifica con otro caso del que él mismo fue testigo. “Pensemos en esa mujer a quien un médico examina, con los dedos en su vagina, que le está doliendo el tacto y pide, por favor, que le saque la mano. El médico insiste y ella sigue pidiéndolo", expone. "Probablemente, una víctima de violación hará mismo: pedir que paren hasta que se concrete la violación", asevera.
Más allá de la cesárea
Buscar las causas de esta violencia que hoy empieza a visibilizarse es una tarea difícil. Michelle Sadler explica que a pesar de que las causas son múltiples, están totalmente vinculadas con un contexto de violencia de género que adquiere formas de violencia sexual. “La ejercen los profesionales de la salud porque el contexto de de misoginia y sexismo lo permite”, dice.
Según señala la OMS, las madres adolescentes o pertenecientes a minorías étnicas o a estratos socioeconómicos más bajos tienen más posibilidades de sufrir maltrato y faltas de respeto en la atención médica. “Se juzga la vida sexual de estas mujeres y, en cierta forma, con el maltrato se las culpabiliza por la forma como vivieron su sexualidad”, apunta Gonzalo Leiva.
La agresión puede implicar desde humillaciones hasta tratos infantilizantes o culpabilizadores en una simple visita ginecológica. “Son comentarios como ‘aquí las decisiones las tomo yo’, ‘¿no te gustó? Pues ahora aguántate’ o ‘abre las piernas y cállate que es por tu bien’”, describe el matrón.
María José Padilla fue mamá de Simón, su único hijo, a los 20. Se atendió en el Hospital Sótero del Río, el único centro público en un barrio de más de un millón de habitantes de la capital. Sobre su experiencia de dar a luz, recuerda: “Me regañaban porque era vegetariana y me decían que si no tenía leche era culpa mía. Me culpabilizaron diciéndome que era yo la que no quería darle el pecho […] Me hicieron la episiotomía sin preguntarme y me prohibieron parir parada, controlándome para que no me sentara”.
Algo similar le ocurrió a Paz Urrejola, otra joven que a los 17 fue mamá de Santiago. Además de practicarle la episiotomía sin su consentimiento, la denigraron diciéndole que no sabía empujar y que si su hijo moría ella sería la responsable por eso. “Me hicieron la maniobra de Kristeller, subiéndose encima mío y presionándome con fuerza. Estuve casi 24 horas sin tomar agua, solo mojándome los labios. Fue demasiado violento, demasiado cruel. Un acto inhumano para traer un ser al mundo”, recuerda con profunda pena la madre.
Sea bajo la forma que sea, la violencia obstétrica refleja una de las formas de machismo, sexismo y discriminación de género más silenciada y normalizada. El maltrato se da a partir de la relación desigual de poder que se establece entre médicos y pacientes. El doctor Castro lo resume: “Los ginecólogos nos hemos convertido en una especie de problema para la mujer y no necesariamente una solución para ella”.
¿Hacia un nuevo modelo?
“Muchas mujeres empiezan a investigar después de su primer parto y se dan cuenta de la oportunidad preciosa que perdieron de vivir un proceso más pleno”, afirma Gonzalo Leiva. El matrón recomienda diseñar planes de parto y presentarlos a los hospitales, clínicas y médicos para que sean las propias mujeres las que empiecen a impulsar un cambio en el sistema de salud chileno, apropiándose de su propio cuerpo y proceso.
Michelle Sadler considera que la transformación pasa por evolucionar del actual modelo tecnocrático a otro más personalizado, a todos los niveles: desde la educación sexual para los niños hasta los contenidos de las carreras de salud (Obstetricia, Enfermería, Neonatología, Pediatría), o las capacitaciones de los equipos.
Que Chile pase de la excepción a la norma será imposible si madres, profesionales y autoridades no visibilizan la violencia obstétrica
En este sentido, Leiva, que también es docente universitario de la carrera de Obstetricia, asegura que se enseñan unos contenidos que luego no corresponden con lo que los estudiantes observan en su práctica: “Cuando vamos a los hospitales, nos pasamos la mañana entera repitiendo a los alumnos ‘eso que ves nos se hace’”, lamenta.
Una excepción es la experiencia que está llevando a cabo el Hospital de La Florida. Situado en uno de los barrios más populares del área metropolitana, registra un 72% de partos naturales, y en los últimos años ha logrado disminuir en un 25% el número de cesáreas.
Definir la posición para dar a luz, respetar el tipo de parto elegido por la madre o fomentar el apego del recién nacido con sus progenitores son algunas de las prácticas que el centro garantiza a los futuros padres, si no hay complicaciones. De momento, un 30% de los 3.000 partos que se atienden al año en este centro se llevan a cabo bajo esta modalidad.
La apuesta de La Florida para que madres y padres elijan cómo quieren parir a sus hijos está dando resultado y varios hospitales del país ya se han interesado en conocer su proyecto. Los avances en la erradicación de malas prácticas serían más rápidos y efectivos si el Colegio de Matrones y Matronas de Chile se aviniera a denunciarlas. Pero esta pelea dentro de la institución aún no está ganada.
Que Chile pase de la excepción a la norma será imposible si madres, profesionales y autoridades no se deciden a poner luz a la violencia obstétrica y se implementan mecanismos efectivos para denunciarla. Mientras eso no ocurra, en silencio, seguirán los abusos de poder que se esconden detrás de los fórceps y las batas blancas.
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Artículo publicado con ayuda de UN Foundation
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