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MIRADOR
Columna
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Verdades

Los corazones de Boya, Martín, Chacón y Forn, rezuman odio. Como los de los terroristas

Jorge M. Reverte
Joaquim Forn durante un pleno en el Parlament.
Joaquim Forn durante un pleno en el Parlament.Albert García

Hace casi 80 años que Figueras fue, aunque de manera fugaz, la capital política de la II República Española. Mal protegido por los deshechos restos del Ejército republicano, el Gobierno del Estado, presidido por Manuel Azaña, iniciaba el día 5 de febrero la huida a Francia, que ya habían practicado unos 200.000 compatriotas en los pocos días transcurridos desde la caída de Barcelona en manos franquistas. Quedaban todavía otros tantos por hacerlo.

Son hechos que cada vez que paso por estos lares recuerdo con gran intensidad, pese a no haberlos vivido ni de lejos. Asomado a la bahía de Rosas, sobrecogido por la gran belleza de un atardecer transparente, como si fuera de invierno, y todavía sacudido por el golpe que la barbarie tribal del salafismo ha asestado a Occidente en la carne de mi amada ciudad de Barcelona, este golpe adquiere una gran presencia, como la que tienen siempre, al menos para mí, las muertes fronterizas de Antonio Machado y de Walter Benjamin, a quienes el conseller de Interior de la Generalitat, Joaquim Forn, y la concejal de Cultura de Sabadell, Monserrat Chacón, habrían puesto en su sitio como judío uno y español el otro. Mireia Boya, que ha puesto en claro que el Rey ha tenido responsabilidad en el atentado, podría ayudarles.

Ellos, Machado y Benjamin, que seguramente se sentían ciudadanos del mundo, de un mundo que ahora les volvería a rechazar con el repugnante verbo de un cura madrileño trabucaire, Santiago Martín, o del confuso edil que nunca supo que en Cataluña también había franquistas. Si uno se toma la molestia de leerlos, entiende bien, sin embargo, que habrían podido elegirlos como víctimas los salafistas de Ripoll, los salvajes que ocupan muchos púlpitos católicos y los no menos salvajes que creen que defienden la cultura catalana negando el pasado españolista de Pla, Dalí o Galinsoga.

¡Cuánto habrían dado Machado y Benjamin por haber podido pasear por La Rambla una tarde de verano, sin acordarse de que había unas fronteras donde se quedaría su vida empujada por el mismo fanatismo salvaje hoy renacido en Europa!

Los niños asesinos de Ripoll, el cura madrileño, el conseller de Interior o la portavoz de la CUP forman parte del mismo ejército que levanta fronteras, que intenta hacer que solo haya una verdad frente a las muchas esquinas que la verdad tiene.

Y, como bien dice desde su púlpito católico Santiago Martín, ya no basta con palabras, hay que pasar a los hechos. Los corazones de Boya, Martín, Chacón y Forn rezuman odio. Como los de los terroristas.

¡Qué aire transparente!

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