La importancia de las primeras vacaciones de un presidente
Emmanuel Macron cuida al detalle su primer descanso desde que llegó al Elíseo
Apenas habían pasado un par de días desde que comenzó sus vacaciones en Marsella cuando Emmanuel Macron presentaba una demanda contra un paparazi por “acoso”. Un gesto con el que el presidente francés dejaba clara su intención de mantener lejos a las cámaras indiscretas durante su asueto. Sin embargo, ese mismo día, un poco más tarde, el presidente francés se hacía selfies, sonriente y relajado, incluso mostrando una barba de tres días, con los jugadores del equipo de fútbol Olympique de Marseille, del que es fan. Ningún problema en colgar esas imágenes en las redes sociales. Mientras, su esposa, Brigitte, concedía su primera entrevista desde que se convirtió en primera dama. En la edición de septiembre de Elle, relata detalles íntimos de su vida en pareja. Pero midiendo sus palabras. Porque si hay algo que les gusta, es controlar su imagen. Una obsesión que no ha desaparecido con las vacaciones.
Y es que cuando se es jefe de Estado, todo importa. Cualquier palabra, gesto o imagen es susceptible de ser interpretada. Macron lo sabe. Desde su puesta en escena ante el museo del Louvre la noche de su victoria electoral, a su toma de posesión o su elaborado retrato oficial, todo ha estado cuidado al milímetro. Así que no iba a ser menos meticuloso en sus primeras vacaciones como presidente de la República francesa.
La elección de Marsella no es casual. Si los Macron hubieran deseado de verdad una intimidad total, no habrían escogido la segunda mayor ciudad de Francia. Pero la urbe mediterránea les permite enviar múltiples mensajes. Por un lado, es coherente con la orden que le dio a sus ministros cuando les mandó de vacaciones: no marcharse a un lugar demasiado lejano por si tienen que volver rápidamente a París.
Pero además de la proximidad física, Marsella promueve en estos momentos una cercanía quizás más importante para el nuevo presidente: la ciudadana. Aunque está a un tiro de piedra de iconos de la Costa Azul como Niza o Saint Tropez, Marsella tiene un carácter mucho más popular que el balneario que popularizó Brigitte Bardot y que hoy día está poblado de famosos. En época de caída de su popularidad en las encuestas y con la imagen un tanto elitista que se han creado los franceses de un presidente joven, educado en prestigiosas escuelas y con un pasado reciente como banquero, no está de más pasar las vacaciones en un lugar al alcance de casi cualquier ciudadano, incluso aunque uno se aloje en una exclusiva villa con jardín y piscina.
Marsella “no es una ciudad bling-bling, es la anti-Niza”, resumía el empresario y expresidente del Olympique de Marseille Bernard Tapie al diario Le Parisien al analizar el “buen golpe político” de escoger esta ciudad como sede veraniega. “Es más inteligente que irse a un lago estadounidense para multimillonarios, como hizo Sarkozy tras su victoria”, coincidió el exdiputado socialista por Marsella Patrick Mennucci.
Ese es precisamente el error que Macron, que estudia todos los pasos —y traspiés— dados por sus predecesores, ha querido evitar. Especialmente los de Nicolas Sarkozy (2007-2012), quien no solo rompió la norma no escrita de sus predecesores de pasar al menos el primer verano en territorio francés, sino que se marchó con Cécilia, su entonces todavía esposa y sus hijos, a pasar dos semanas en la Costa Este de EE UU. Y al año siguiente, ya con Carla Bruni, puso rumbo a Egipto en el avión privado del millonario Vincent Bolloré. Pero Macron tampoco quiere caer en el extremo que ya criticaron a otro presidente, Jacques Chirac, cuando en agosto de 1995 se dejó retratar en pantalón corto con zapatos y calcetines. “Monsieur, eso no le hace parecer más cercano al pueblo, le da aire de paleto”, le recriminó su amigo Jean-Louis Debré.
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