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La batalla de los clones

El lujo planta cara a las copias de las cadenas ‘low cost’

Chaqueta de Forever 21 y de Gucci.
Chaqueta de Forever 21 y de Gucci.Getty Images

El pasado miércoles Gucci recrudeció su guerra legal contra la marca Forever 21 con una nueva demanda. Lo hacía por plagio de su emblemática banda tricolor azul-roja-azul y verde-roja-verde que adorna prendas y bajos de chaquetas. Aunque las similitudes entre las piezas originales y las réplicas son evidentes, la firma de moda rápida se había defendido anteriormente alegando que Gucci no podía hacerse con el monopolio de estas tiras. E incluso llegó a decir sin ningún tipo de arrobo que: “Cualquier uso de tiras o bandas de color en las prendas que se venden en Forever 21 es ornamental, decorativa o estéticamente funcional”.

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Las declaraciones de Forever 21 se han alineado con aquellos que consideran que cualquier restricción limita la creatividad y la libre competencia en la industria. De hecho, en 2011, Laboutin perdió su batalla legal y no logró que la ley le concediera la exclusividad de su distintiva suela roja lacada: “A raíz de que en la industria de la moda el color tiene funciones estéticas y ornamentales vitales para robustecer la competencia, el tribunal halla que Louboutin no tiene muchas posibilidades de probar que su suela roja goza de la protección de una marca registrada”, afirmaba entonces el fallo que firmó el juez Víctor Marrero. Aunque Gucci no lo tiene fácil busca con esta acción “proteger a sus clientes de aquellos que desean aprovecharse a conciencia del engaño y la confusión”. La multiplicación de clones de Gucci se ha producido de forma directamente proporcional al éxito de esta firma italiana que en la primera mitad de 2017 ha incrementado sus ventas un 43,4%.

Pero ¿qué es exactamente un clon? “Es una prenda puesta a la venta por una cadena low cost que en diversos grados, desde el calco hasta la inspiración, se parece a otra vista en una colección de pasarela”, explica la periodista Carmen Cachero, una de las mayores expertas en clones de España. “El éxito de una colección se puede medir por el número de clones que genera”, agrega. Desde 2007 lleva documentándolos y compartiéndolos en su blog El diablo viste de Zara. “Cuando empecé con el blog, Zara ni si quiera tenía web y tenía que hacer fotos de las prendas en la tienda con mi móvil. Actualmente tenemos todas las colecciones colgadas en Internet, prenda por prenda, de todas las cadenas, lo que facilita muchísimo encontrarlos. Las redes sociales han conseguido dar voz tanto a bloggers como instagrammers que pueden dar a conocer sus hallazgos, y se ha convertido casi en un subgénero de la moda en Internet”. Para Cachero, un clon no es una copia o una falsificación: “porque no creo que haya intención de hacer pasar el clon por el original, sino que es una forma de hacer accesible esa prenda a cualquier bolsillo” y piensa que nadie que pueda comprar Gucci va a dejar de hacerlo para vestir de Zara. No opina igual Julie Zerbo, autora del blog The Fashion Law: “Ahora más que nunca los clientes compran al mismo tiempo marcas de moda rápida y de lujo. Perder clientes como consecuencia de la copia es real”.

Las posturas de los diseñadores frente a los clones son muy dispares. Mientras que algunos se enorgullecen incluso compartiéndolos en sus redes sociales, otros los denuncian. Zerbo señala a los diseñadores jóvenes como los más damnificados. “Si sus productos se copian, esto puede acarrear la pérdida del carácter distintivo de la marca”.

Kal Raustiala y Christopher Jon Sprigman concluyen en su estudio de 2006 La paradoja de la piratería: Innovación y propiedad intelectual en el diseño de moda que la copia estimula la “obsolescencia inducida” que mueve el mercado de la moda hacia delante. Para ellos la saturación en el mercado de réplicas y clones impulsarían la demanda de lo nuevo. Habría que añadir entonces, que también como consecuencia de ello se podría considerar que la rápidez de producción de las marcas de moda rápida está obligando a la industria del lujo a generar novedad a unos ritmos cada vez menos asequibles. Parece que Gucci y Alessandro Michele ya no están dispuestos a seguir estas pautas.

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