Soy quien soy
Neymar, muy amistoso, marcó su último gol con los blaugranas esa tarde y se bajó raudo del autobús con unos auriculares de último diseño francés, dejando claro por dónde iba el regate
Debe ser mi idiosincrasia latina, pero la improvisación me parece un don. Ese toque extra que te garantiza una fiesta estupenda con cuatro cosas y lo puesto, que te da cierta sensualidad a la hora de bailar Despacito 90 veces en el mismo mes. Por eso agradecí que Alan Faena me sorprendiera invitándome al clásico, el partido amistoso entre el Real Madrid y el Barça que tuvo a Miami en vilo la semana pasada. La invitación de Alan fue al palco Nine, que es una especie de miniciudad vip dentro del Hard Rock Stadium y que aglutina palcos y restaurantes de sushi, hamburguesas de dos pisos dobles y hot dogs de medio metro de largo. Champagne de verdad, porque en Miami hay mucho prosecco. Me encontré saludando a Florentino Pérez y al presidente del Barça Josep Maria Bartomeu, que miraban los lujos del lugar con mi mismo asombro. Parecían el espíritu deportivo y el encuentro amistoso refugiados del calor del trópico, imaginando cosas así para sus estadios. Hablamos del clima, desde luego, porque no era momento de preguntar a Bartomeu si sabía cómo iba a terminar el culebrón Neymar de 222 millones de traspaso. Neymar, muy amistoso, marcó su último gol con los blaugranas esa tarde y se bajó raudo del autobús con unos auriculares de último diseño francés, dejando claro por dónde iba el regate. Mucho menos iba a interrogar a Florentino por la ausencia de Cristiano Ronaldo o los gastos en Marivent este verano, con tanta pernoctación. “Aquí, ¿estás mejor que en España?”, preguntó Florentino, y no pude responderle porque en ese momento Michael Smith y James Costos pasaron americanísimos y ligeros a saludar y, a continuación, Fernando Morientes me presentó a Raúl González. Me quedé sin habla delante de esos ojos tan marrones, tan oscuros, tan misteriosos.
Recordé una frase de mi mamá, que pidiera el plato más barato si me invitaban a comer. Y me privé de ponerme ciego de champagne rosé y hamburguesas. Entendí al señor Villar cuando organizaba partidos amistosos: multiplicas y te impresiona ver que cada aficionado son 250 dólares en directo. Está claro que el fútbol ciega con su exhibición de fuerza, dinero y moda. Y se me ocurrió que podría sugerirle al presidente de la Real Federación que, en su libertad bajo fianza, escriba un libro de autoayuda y exculpación que le hará más millonario. Una sugerencia que también podría servirle a Urdangarín después de presentar su exculpación ante el Tribunal Supremo. “Era un conseguidor amigable sin conocimientos en Derecho Administrativo”, declaró. Y sonó a algo muy medieval o como de celestina. Pensaba que un mediador tenía más bien conocimientos sobre la conducta humana y que dejaba lo del derecho administrativo a otros. Urdangarín lo argumenta para echarle la carga a su exprofesor y socio, que sí tenía esos conocimientos. En cualquier caso, si lo tuvo y lo perdió, no me consta señoría.
Tras digerir todo lo que me comí y bebí en el clásico, la declaración de Cristiano Ronaldo, retransmitida por la televisión hispana en Estados Unidos, me resultó el mejor espectáculo ante la llegada de la tormenta Emily, que ha sido ciclogénica, la lluvia y los relámpagos parecían avanzar dentro de casa con la velocidad de Ronaldo hacia la portería contraria. Me alegró el día el grito de Cristiano de que le perseguían por “ser quien soy”. Bravo. Es lo que a muchos nos gustaría decirle a Hacienda y a esos expertos en derecho administrativo que te meten en tantísimos problemas: esto me pasa por ser quien soy. Cristiano luego publicó un mensaje críptico en su Instagram, anunciando que al ser la luz, atrae bichos. Lejos de mostrarse humilde y consternado, el futbolista se ha venido arriba. ¿Qué esperaban? Al igual que Despacito, Cristiano suena todos los días, sin haberlo previsto. Es un divo herido que exhibe sus heridas hasta que las ves más bellas que a él mismo. Es por esa vanidad, ese ser quien es, que no estoy tan de acuerdo con que el camino judicial para Ronaldo haya empezado mal. Todo lo contrario. Él da la cara, aunque entre por el garaje, que es por donde se ha ido Neymar del Barça. Deja una frase exculpatoria más afortunada que la del entrañable conseguidor, Urdangarín. “Es por ser quien soy”. Y así, improvisadamente, nos damos cuenta de que los que son quien son, son deportistas a los que el dinero les cae por goles. O por matrimonios.
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