Seguimos sin saber
Rajoy pasa la prueba sin graves daños pero su responsabilidad política es evidente
Compareció ayer el presidente Rajoy como testigo en el caso Gürtel, una de las múltiples causas que tiene abierta su partido y las personas que durante años administraron las finanzas del Partido Popular o colaboraron con él. Tras años de evasivas, silencios, medias verdades y distorsiones, su condición de testigo, que por fuerza debe decir la verdad, permitía albergar una esperanza, aunque fuera mínima, de que los españoles pudiéramos, por fin, averiguar algo que todavía no hemos podido dilucidar: ¿qué sabía Rajoy sobre la financiación ilegal y la corrupción en su partido, cuándo lo supo y qué hizo al respecto?
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Lamentablemente, esa expectativa no se cumplió. Una vez más, Mariano Rajoy se escudó en el desconocimiento derivado de su falta de competencias en materia contable dentro del partido para eludir su responsabilidad. En parte porque el caso juzgado le interpelaba solo desde lejos y no con mucha fortaleza. En parte porque es cierto que sus responsabilidades eran políticas y no de gestión financiera. Y en parte también porque como se vio ayer, los procedimientos y estilos judiciales españoles distan de tener la precisión, agilidad y brillantez necesarios para que un ejercicio como el de ayer hubiera dado algo más de sí.
No obstante, que las acusaciones fallaran a la hora de explotar esa pequeña oportunidad de forzar al presidente a cometer algún error que le pudiera eventualmente incriminar no quiere decir que Mariano Rajoy saliera totalmente indemne de su declaración. Ante todo, estamos ante un hecho inédito en democracia: la comparecencia de un presidente en sede judicial para declarar sobre una materia tan grave y tan deslegitimadora para el sistema político como la corrupción. Una comparecencia que reivindica el Estado de derecho y el sistema judicial pero que deja en mal lugar al representante de una institución que debe de gozar de la máxima credibilidad.
Porque al final, ahí está la cuestión central desde el punto de vista político: es indudable que el presidente Rajoy ha sido testigo de la corrupción de su partido. Y lo ha sido desde innumerables posiciones y a lo largo del tiempo. Hay que recordar que durante 31 años se ha sentado en las reuniones de la Comisión Ejecutiva y que antes de presidir el partido que hoy gobierna España ha dirigido cuatro campañas electorales. Además, como confirmó ayer, supo de las sospechas que pendían sobre Francisco Correa por cuestiones relacionadas con la corrupción; facilitó una salida de guante blanco al tesorero que él mismo nombró, Luis Bárcenas, por motivos similares, y conoció de los problemas que, por idénticos motivos, planteaba la candidatura de Ignacio González a la Presidencia de Madrid.
De esta y otras evidencias se deduce que Rajoy debió saber de la corrupción de su partido pero que, una y otra vez, se quitó de encima el asunto por la vía más fácil de tapar los hechos. Es razonable que Rajoy aspire a figurar en el futuro como el presidente que logró sacar a España de la crisis económica. Pero es más que probable también que en su epitafio político aparecerá igualmente que fue el presidente que dejó hacer y miró hacia otro lado ante un partido corrompido por sus prácticas de financiación ilegal y corrupción.
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