¿Cuál es mi nación?
¿Es seguir imaginando naciones imaginarias la manera de resolver nuestros problemas?
¿Es usted hispano o caucásico? Nunca antes había tenido que responder a la pregunta sobre mi “raza”. De ahí el desconcierto. Ocurrió al darme de alta en la Seguridad Social estadounidense.
Como hispanohablante parecería lo primero para el observador, pero lo cierto es que nunca había pensado en mí como latino. En cuanto al Cáucaso, no solo estaba bastante lejos de España sino que me hacía pensar en armenios, georgianos, osetios, azeríes, es decir, aquel embrollo milenario de etnias y religiones que como Jonathan Litell tan magistralmente narró en Las benévolas volvió locos a los nazis, incapaces de decidir entre tanta variedad a quiénes tenían que exterminar y con quiénes aliarse.
Llegados a ese punto pregunté al funcionario si podía escribir “europeo” en la solicitud y se encogió de hombros —creo recordar que así lo dejé por escrito sin mucho convencimiento—. Posteriormente, mirando el Eurobarómetro, comprobé que, en efecto, apenas un 5% de los encuestados en toda Europa se definían como tales y muchos lo hacían simplemente porque eran inmigrantes y no podían elegir otra respuesta.
Para mi consuelo, leí en el Tercer chimpancé de Jared Diamond que las razas no existen, que si le das a un forense un ADN de un humano no sabrá decirte si pertenece a un “amarillo”, “negro” o “blanco”. La biología refrendaba así lo que el sociólogo Benedict Anderson había sostenido en Comunidades imaginadas: que las naciones no existen sino como comunidades construidas socialmente, es decir, como producto de la decisión de las personas de imaginarse a sí mismas como pertenecientes a una.
Muchos años después parece que nos quieren obligar a definirnos. Si España es plurinacional, ¿tendremos que elegir todos una nación? ¿Perteneceremos entonces a una nación política llamada España —quizá un poquito a Europa— pero a la vez también a una nación cultural, lingüística o sentimental (Cataluña, Euskadi, Castilla, León, Valencia, Galicia...)? ¿Pondremos nuestra nación en el DNI y en el pasaporte? ¿Y cuál será la mía? ¿Podré elegir o me la darán de oficio? ¿Podré renunciar y cambiar? ¿Es seguir imaginando naciones imaginarias la manera de resolver nuestros problemas? @jitorreblanca
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.