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CLAVES
Columna
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Complicidad olímpica

Vivimos tanto de aquello y de lo que aquello trajo, y sufrimos para que quienes buscaron abortarlo no lo logren jamás

Xavier Vidal-Folch
Antonio Rebollo enciende el pebetero en Barcelona 92.
Antonio Rebollo enciende el pebetero en Barcelona 92.CORDON PRESS

Mañana fue el éxtasis. De aquella flecha que el arquero prendía en metáfora, pendían todas las complicidades. Toda la tupida red de anhelos que trabó lo más grande que ciudad y país hicieron en tiempos. Hace 25 años y nadie ha mejorado el listón, que tocaría.

Complicidad para poner a Barcelona en el mapa, para internacionalizar una metrópoli que lo era, pero en sordina, apenas si se sabía: la plataforma que fue de los Miró, Dalí, el joven Picasso, y nadie lo recordaba. El Eixample aún traía remembranzas de olor a col hervida y vinagre, gris y pretérito.

Complicidad para ultimar la polis, abrirla al mar, abrochar sus accesos, enaltecer sus barrios de aluvión, experimentar arquitecturas, equipar apuestas culturales, romper las últimas murallas, las más agrestes, las mentales.

Complicidad para levantar un sistema de gestión, el bautizado como “modelo Barcelona” precisamente fundado en la gestión compartida, cosoberana. Sobre la intuición de que en un mundo grande todos somos demasiado pequeños si no hacemos pinya, y folre y manilles, como las mejores colles de castellers.

Complicidad de gobernanza, y de niveles distintos de gobernanza, sólidamente enclavados en una gran conjura implícita con la sociedad deseosa: voluntarios y burgueses, intelectuales y artesanos, deportistas y publicitarios, cineastas y cocineros, obreros y supérstites de la época ominosa, gentes de siempre y los primeros inmigrantes de colores.

Complicidad para aflorar oficialmente —ante un mundo que ejercía de supervisor, de cliente y de notario— la fusión cultural ya realmente existente, una vida nada artificiosa. O sea, la rumba y la ópera, la ingenuidad rebelde de Comediants y la solemnidad trágica de La Fura, la sardana de la Principal de La Bisbal y el flamenco de Cristina Hoyos, el Virolai y Sakamoto, los tambores de Calanda y el mar de la Odisea, el himno de la Alegría y Els Segadors y la Marcha real, los de Fermín Cacho y los de Coby.

Vivimos tanto de aquello y de lo que aquello trajo, y sufrimos para que quienes buscaron abortarlo no lo logren jamás.

Todo cabalgaba una idea: “El que és bó per Barcelona, és bó per Catalunya i és bó per Espanya”. A tu salud, Pasqual.

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