El patinete eléctrico deja de ser solo un juguete
Cada vez más personas utilizan vehículos de movilidad personal para ir al trabajo
Juan Manuel Fernández, analista informático de 46 años, atraviesa más de 10 kilómetros todos los días para ir a trabajar desde el distrito de Hortaleza al centro de Madrid. Nunca utiliza su coche, un vistoso Mitsubishi ASX. Tampoco camina ni va en bicicleta, y usa poco el transporte público. Le basta una rueda con dos pedales para moverse por la ciudad. Una “pequeña nave espacial”, como ha bautizado él a su monociclo eléctrico, que cada vez usan más personas para desplazarse al trabajo.
“Al principio lo compré como un capricho, pensé que podía utilizarlo para ir al trabajo, pero primero debía aprender a usarlo”, afirma Fernández. Controlado el monociclo sin perder el equilibrio, Juan Manuel lleva más de dos años usándolo. Es como una rueda que, al desplegar los pedales, parece un pájaro a punto de volar. Un pájaro que funciona con una batería de litio que se recarga de la misma manera que un móvil y que puede alcanzar una velocidad de 18 kilómetros por hora. Los más sofisticados incluso llevan altavoces para escuchar música y luces LED. “Es como montar en bicicleta, no es difícil, pero requiere tiempo y paciencia”, cuenta Fernández, que los primeros días tuvo que apoyarse muchas veces en una pared para no caer hasta que le cogió el truco.
La mayor ventaja del monociclo eléctrico es que uno puede llevarlo como si fuera una maleta pequeña. Su capacidad para plegarse y cargar con él (pesa nueve kilos, pero puede arrastrarse con un trolley), lo convierte en un vehículo versátil. En algunas ocasiones, Fernández lo combina con el transporte público. “Cuando tengo que ir al centro, voy en monociclo hasta Mar de Cristal, me bajo en la parada de Sol, y me vuelvo a montar en él para recorrer los 500 metros que hay entre la estación y mi cliente”, explica. Dentro del metro no molesta a nadie porque pliega los pedales y lo lleva entre sus piernas. Cuando está en la oficina lo deja debajo de la mesa. En ningún momento se despega de su monociclo. “Es una extensión de mi cuerpo”, comenta entre risas.
Montados en esos patinetes se divierten miles de niños en una pista en San Sebastián de los Reyes. Allí está ubicada Run and Roll, una empresa que comercializa el 90% de los vehículos de movilidad personal en España, según afirma su dueño, Pedro Fernández. “La gente ya no percibe el patinete como un juguete, ahora lo usa para desplazarse”, asegura Fernández, de 50 años, que destaca la potencia de las baterías y la autonomía, de más de 15 kilómetros, según el modelo.
En 2016, el volumen de las ventas de patinetes eléctricos de esta empresa a personas de entre 25 y 40 años era de un 5%, y este año está en torno al 25%. “Hay un cambio en el perfil del cliente, ya no son los padres que compran para los pequeños, sino los propios adultos, que invierten en estos productos como medio de transporte”, describe Fernández. El pasado año, Run and Roll vendió unos 40.000 patinetes —ruedas, plataformas eléctricas, triciclos—, casi el triple que en 2015. “Es un crecimiento grande si se compara de un año a otro, pero en una población de 40 millones todavía el ratio es bajo”, admite.
Los precios de los patinetes eléctricos varían en función de la calidad y los modelos. Los hoverboards, tablas con dos ruedas y sin manillar, tienen un coste que oscila entre 300 y 500 euros, mientras que los monociclos como el que usa Juan Manuel pueden alcanzar los 700 euros. Los segways, plataformas sobre dos ruedas con volante, superan los 1.000 euros.
Otra ventaja cada vez más valorada es que los patinetes eléctricos son ecológicos, destacan expertos en electrónica como Juan Jiménez, de 47 años, que trabaja en Se Rueda, otra empresa que vende este producto en Madrid. “Creo que llegaremos a ver tantos patinetes como coches hay hoy en día”, dice optimista. Jiménez coincide en que la tendencia de los compradores con una media de edad de 30 años es a utilizarlos como “un sustituto real y eficaz al medio de transporte convencional de gasolina, tanto coche como moto”.
Belinda Tato, cofundadora del estudio madrileño Ecosistema Urbano -dedicado al diseño urbano social-, y profesora en Harvard, cree que "dentro de poco habrá muchos más patinetes eléctricos en la calle”. “Todos somos más conscientes de los daños colaterales que tiene el coche con la contaminación, el ruido y el estrés que suponen los atascos y tener que aparcar”, apunta. Y remarca la importancia de que “tanto el peatón como el conductor se vayan acostumbrando y empezando a gestionar el término del espacio de convivencia”.
Conciencia ecológica, ahorro, diversión y evitar el estrés de los atascos y la búsqueda de aparcamientos se alían para convertir el patinete eléctrico en un medio de transporte. Ya ha dejado de ser solo un juguete.
La falta de legislación
A medida que aumenta la presencia de vehículos eléctricos en el paisaje urbano, se plantea también la necesidad de cierta regulación. En Madrid no hay ninguna norma al respecto, aunque el pasado marzo el Ayuntamiento inició la elaboración de una nueva Ordenanza de Movilidad Sostenible que contempla este asunto. Barcelona, la única ciudad de España con una normativa aprobada a principios de este mes, ha bajado los patinetes eléctricos de la acera, y en función de su tamaño y velocidad permite que circulen por los carriles bici, las calles 30 o la calzada. "La creciente proliferación de este tipo de vehículo hacía necesario establecer una normativa que permitiese dar respuesta a la convivencia entre los patinetes eléctricos y el resto de actores de la pirámide de la movilidad, especialmente los más vulnerables como son los peatones", afirman fuentes municipales.
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