Orgasmos
El clímax físico y mental une a Roger Federer y al eyaculador de Newark... aunque por distintos motivos


No sabía si escribir de Roger Federer o del eyaculador de Newark y se acercaba la hora de entrega de la columna, así que decidí engarzar a los dos.
Es que lo de Federer es de orgasmo. Y, al parecer, lo de Lewis Williams —alias solo o con mucha leche— también.
Hay matices. Uno juega al tenis y aunque lo daban por muerto, sigue ganando. El otro se pasó cuatro años, que son años, aliviando onanismos en el café que tenía que llevarle a su jefa, a la que, poca falta hace decirlo, no tenía en gran estima. O sí, vete tú a saber, la perversión sexual no conoce reglas. Me queda la duda de si era con azúcar o con sacarina.
Uno acaba de ganar Wimbledon uniendo la eficacia demoledora a la condición del tenista más elegante de la historia. Para el otro, el fiscal pide más de mil años de cárcel por 800 delitos de abuso sexual. Aquí, la culpa la tiene la jefa. No haber mandado a nadie a por café.
No sé, es ver a Federer haciendo de Baryshnikov en la arcilla roja o sobre el esplendor en la hierba y me entra algo parecido al éxtasis. Me sangran las llagas a lo Santa Teresa y pienso en tonterías como la justicia poética o lo que tiene que ser. Etéreo y buenista concepto, lo sé, pero existir existe. Este chico con cinta en el pelo, aire de cisne y lágrimas cuando toca es directamente así según veo yo las cosas: como hay que ser. Es verle subir a la red mientras derrapa en la tierra batida y pensar si no habré cruzado de acera sin enterarme. También Paul Newman nos hacía sufrir a algunos en nuestra heterosexualidad. Pero lo de Federer es peor. Ni siquiera es guapo. Aunque sí perfecto. Cuestión de orgasmo.
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