‘Incurabilis’
De entre el número casi ilimitado de temores que surgen ante un parto, yo me aferré a la posibilidad de una fractura de coxis. Y fue lo que me pasó
En Alemania las mujeres embarazadas tienen derecho a los cuidados de una hebamme (matrona). La mía —dulce, altísima y tatuada de pies a cabeza— nos enseñó todo lo que usted nunca quiso saber sobre el parto y un poco de alemán ginecológico (el cual merecería, por su incómoda relación con el léxico culinario, una columna aparte). Solía llegar cargando una pelvis de plástico duro, blanca excepto por las últimas vértebras bajo el sacro: de un material azul y flexible. Con estas explicaba, meneándolas con el dedo, que el coxis no está fijo y algunos bebés lo rompen al salir.
Quién sabe por qué, de entre el número casi ilimitado de temores que surgen al contemplar que una va a sacar un humano por la vagina, yo me aferré a este: la posibilidad blanquiazul de una fractura de coxis. Y luego, por supuesto, fue exactamente lo que me pasó.
El coxis solo carga peso al sentarnos, que no es la postura que más apetece justo después de parir. Pero unos días después empecé a sospechar que algo andaba mal. Más pesada que la superstición de habérmelo ganado por tanto temerlo, me cayó el recuerdo de la hebamme explicando que por un coxis roto no hay nada que hacer.
Espera tres meses, dijo mi ginecóloga, a veces se cura solo. Y luego: espera cuatro, cinco, seis. Hace unos días mi hija cumplió siete meses y yo fui a un médico general que decía hablar inglés. Le dije que me dolía el coxis. Me preguntó que el de cuál lado. Tras aclarar ese malentendido, me mandó al ortopedista. El ortopedista me hizo esperar dos horas, luego presionó con un dedo y dictaminó: Steißbeinfraktur, nada que hacer. Ni siquiera el paliativo de unos buenos analgésicos, por estar amamantando. Para consolarme, me mandó a hacer una radiografía.
La palabra coxis viene del griego kokkyx (cuco). En el siglo XVI, Andreas Vesalius escribió os cuculi, a similitudine rostri cuculi avis. Hay un acuerdo histórico: las últimas tres vértebras humanas recuerdan al pico de un pájaro. Mientras me radiaban imaginé dos posibles fotos. En una se ve sano el pico. Es vergonzosa, incluso preocupante, pero feliz porque quizá podría curarme con psicoterapia. En la otra mi coxis se ve kaput, como el pico de un cuco que se estrelló contra una ventana demasiado limpia.
Nunca imaginé lo que finalmente concluyó el radiólogo: su coxis no está roto pero tampoco está bien; está doblado. En vez de terminar en curva, forma un ángulo recto. Debe habérseme iluminado la cara porque se apresuró a arrancar de raíz toda esperanza: por un coxis doblado no hay nada que hacer.
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