Nosotros los suizos, unos alegres polizones
Los Estados pequeños como Suiza, están indefensos frente a los gigantes globales de Internet
La multa histórica que la comisaria de la UE Margrethe Vestager impuso la semana pasada al gigante de Internet Google, también en Suiza ha sido comentada de forma unánimemente positiva. Y eso que no cabía contar sin más con una recepción favorable de la sentencia. En Suiza, país que no forma parte de la UE, el aparato administrativo bruselense no goza precisamente de buena prensa. Sus comisarios son vistos en el mejor de los casos como burócratas sin remedio, pero normalmente como “jueces extranjeros”. Y la Federación Suiza huye de ellos como los vampiros del ajo. En este país, cualquier aproximación a la Unión, por titubeante que sea, se combate aludiendo a esos “jueces extranjeros”. Nueve de cada diez suizos afirman que rechazarían la adhesión a la UE.
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Pero en Suiza se valora la multa de Vestager no como un mero asunto de la UE, sino como una victoria en nombre de los usuarios de Google contra el todopoderoso monopolio de Internet. Los suizos somos, en este asunto, unos alegres polizones. Y eso con independencia de que la sentencia de Vestager vaya a tener o no efectos directos sobre quienes compran aquí a través de Internet. Asunto que no está claro y sobre el que la sede de Google en Zúrich no ha querido manifestarse.
La formulación de la sentencia de Vestager es cristalina: Google se aprovecha de su aplastante dominio del mercado para favorecer a su comparador de precios frente a los de la competencia, vulnerando así las normas de la libre competencia. Vestager ha investigado a fondo el asunto y ha fallado con cuidado. Sus funcionarios indagaron durante siete años y examinaron miles de millones de resultados de búsqueda. Puede argumentarse que los 2.400 millones de euros de la sanción son una bagatela para Google. También es verdad que la sentencia llega tarde, muy tarde. El desarrollo vertiginoso del comercio en Internet requiere unos guardianes de la competencia más ágiles. Pero, sea como sea, la UE ha actuado.
A los estadounidenses, por el contrario, las vulneraciones de las reglas de sus gigantes tecnológicos parecen traerles sin cuidado. Probablemente por un cálculo egoísta: el floreciente Silicon Valley domina el mundo a su antojo vía Internet. Genera una prosperidad que el país, en otros ámbitos, echa tan dolorosamente de menos desde la crisis financiera. Ni Obama ni Trump han dado pasos para reforzar sus propias autoridades de competencia, tan faltas de personal.
¿Por qué ingresar en la UE cuando un país se puede beneficiar de las decisiones europeas desde fuera?
Por sí solos, otros Estados, y en especial Estados pequeños como Suiza, están indefensos frente a los gigantes globales de Internet. Esto no se aplica sólo a las reglas de la competencia en el comercio en la Red, sino a otros muchos aspectos del Estado de derecho, trátese de la incitación a la violencia en las redes sociales o a la salvaguardia del derecho a la intimidad. Son incontables los ejemplos en los que los Gobiernos nacionales han intentado en vano llamar al orden a Microsoft, Google, Apple, Facebook y Amazon.
La UE, con más de 500 millones de consumidores detrás de sí, es un caso muy diferente. La multa de Vestager es más que un alfilerazo: “Las tecnológicas estadounidenses, bajo presión en Europa”, tituló The Wall Street Journal después de la sentencia. Y la UE va a seguir aumentando la presión: sobre Google pende la amenaza de que si transcurren 90 días sin que tome medidas, tendrá que apechugar con una multa adicional de 10,5 millones de euros diarios. Además, están pendientes procedimientos similares: uno que implica a Apple y en el que también está incurso Google por el sistema operativo Android. También está en la lista Facebook, como vehículo para la difusión de mensajes de odio.
Es difícil que esto haga que los suizos vean la UE con más simpatía. ¿Para qué ingresar en ella y contribuir a correr con los gastos, cuando pueden beneficiarse como alegres polizones?
Edgar Schuler dirige la sección de Opinión del Tages-Anzeiger.
Traducción de Jesús Alborés Rey
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