_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sobredosis de violencia en México

Es preciso combatir el narcotráfico, erradicar la corrupción y reformar el sistema judicial

Protestas en Ciudad de México tras el asesinato del periodista Javier Valdez.
Protestas en Ciudad de México tras el asesinato del periodista Javier Valdez. AFP

Podemos preguntarnos hasta la saciedad por qué en México matan a periodistas; por qué México es, después de Siria, el país del mundo que vive una situación de violencia mayor en número de muertos, según el informe anual del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres; por qué, en una autopista cercana a Ciudad de México, unos sujetos armados asaltan a una familia dejando un saldo de dos mujeres violadas, entre ellas una menor, y un bebé de dos años muerto tras recibir un disparo de un arma de fuego; por qué el feminicidio se ceba con tantas y tantas mujeres (solo en 2014 se registraron 6,3 defunciones femeninas con presunción de homicidio diarias, de acuerdo con datos de un estudio elaborado por ONU Mujeres, la Secretaría de Gobernación de México y el Instituto Nacional de las Mujeres); o por qué hay zonas cada vez mayores de inseguridad ciudadana y pueblos enteros donde impera el miedo.

Sin embargo, aún esbozando una respuesta —narcotráfico, corrupción, impunidad, crimen organizado—, no llegaríamos al meollo del problema que padece México.

La mezcla de “violencias” que padecen los mexicanos es fatídica y mortal. A una violencia “estructural”, donde las condiciones de injusticia se deben a una serie de organizaciones sociales establecidas que se ocupan de su permanencia (Galtung), podemos sumar una violencia “sistémica”, inscrita en los modos de conducta y percepción de la gente, que acepta y repite las relaciones de dominación por costumbre, de forma cotidiana, sin rechistar (Bourdieu), más una violencia “objetiva”, inseparable del sistema y que mantiene en pie las relaciones de dominación y de explotación del sistema capitalista (Zizek).

En ese contexto, lo más temible es que la violencia destruye toda posibilidad de acción y actividad, arrojando a sus víctimas a una pasividad radical, pues la lógica de la violencia sigue un modelo en el que el otro penetra en lo propio y lo niega, lo infecta y lo destruye. De ahí que una sociedad pueda perecer cuando es incapaz de rechazarla, de inmunizarse. “Infiltración, invasión o infección son las formas de operación de la violencia macrofísica”, dice el filósofo Byung-Chul Han, y su forma de manifestarse es, agrega, “expresiva, explosiva, explícita, impulsiva e invasiva”, y desinterioriza al sujeto, pues la violencia siempre está dirigida al portador de una interioridad, de modo que la destrucción de una piedra no puede considerarse violencia.

Por otra parte, la violencia no es simbólica, sino diabólica, pobre en símbolos y pobre en lenguaje. Y es enemistadora, destruye el espacio de la libertad y deja un vacío tras de sí.

Lo más temible es que la violencia destruye toda posibilidad de acción y actividad, arrojando a sus víctimas a una pasividad radical

¿Qué podemos esperar, en un contexto como el mexicano, para que la violencia que tienen lugar ahí llegue a su fin? Si las causas que se identifican como generadoras de esa violencia se ponen en orden, primero debería considerarse el tema de la guerra contra el narco, una especie de tautología desde sus inicios, pues el germen del narco moderno está en las mismas fuerzas que lo combaten (policías despedidos, militares desertores, medios y altos mandos judiciales y políticos corrompidos), donde la única salida posible sería la legalización de las drogas, pues no basta con que Rex Tillerson, secretario de Estado de Estados Unidos, asuma que asesinatos como el del periodista Javier Valdez hayan sido producto de la violencia relacionada con el narcotráfico, ni que el secretario de Seguridad Nacional, John Kelly, reconozca que el problema del tráfico de estupefacientes y la pérdida de vidas humanas que éste genera en México se debe a la demanda de droga que hay en su país, pues es evidente que ellos son “el mercado”, pero un mercado “negro” que, sin reglas de comercio, permite que se imponga la ley no del más fuerte, sino del más violento, del más armado, del más corruptor.

Los políticos mexicanos, como Luis Videgaray, ministro de Relaciones Exteriores, hablan de establecer diagnósticos y compromisos con Estados Unidos para trabajar como equipo y enfrentar este problema para reducir significativamente el dinero proveniente del consumo de drogas. Pero esa batalla está perdida de antemano si no se corta de raíz el problema, que es en esencia el tráfico ilegal de lo que la ONU define como “estupefacientes y sustancias sicotrópicas”.

No obstante, la cuestión es que aun con la legalización de las drogas no cesaría la violencia en México. A la par, tendría que afrontarse una inmediata reforma del sistema judicial en su conjunto para lograr que los crímenes de toda índole y la operatividad de la delincuencia (que en grupúsculos de narcos ha ramificado sus actuaciones a modalidades como el secuestro, la extorsión, la violación y el robo) no quedaran impunes, así como iniciar una profunda transformación de las fuerzas del orden, tanto policiales como militares, que contemplara una profesionalización basada en códigos éticos y humanitarios, tan lejanos a sus esquemas de actuación como bien sabe cualquier mexicano de a pie.

Por último, pero quizá en el lugar más importante, habría que abordar la corrupción, una práctica que alcanza todos los estratos sociales en México y cuya erradicación depende de un muy lento proceso de recomposición de las instituciones, desde la familia hasta el Estado en su conjunto, donde los individuos vieran reflejado un cambio en las formas y costumbres de relacionarse entre sí como sociedad, asumiendo unas responsabilidades que un nivel educativo medio, que habría que brindar a toda la población, podría inculcarles.

Sin nada de ello, al menos, México seguirá padeciendo la violencia que hoy asuela su territorio y cuya sobredosis lo tiene sumido en una de las más desgraciadas páginas de su historia.

Carlos Rubio Rosell es periodista.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_