Dígalo con un sombrero
El gorro proeuropeo de Isabel II resucita el uso político y subliminal de este accesorio
Por una vez, Isabel II se saltó el protocolo en la apertura del Parlamento británico, oficialmente a causa de que las elecciones anticipadas en Reino Unido se solapaban con otros actos oficiales e impedían preparar la ceremonia como era debido. Para empezar, la reina acudió en coche y no en carruaje. Vistió de diario y no con su habitual vestido blanco. Y se dejó las joyas de la corona en casa, prefiriendo un sombrero que, si pretendía resultar más discreto, fracasó estrepitosamente en el intento. El discurso de la reina —o Queen’s Speech— marcó el 21 de junio el inicio de la sesión parlamentaria en Reino Unido a través de un inventario de los proyectos legislativos por venir. Entre ellos, las inminentes negociaciones sobre el Brexit. “La prioridad de mi Gobierno es asegurar el mejor trato posible en el momento en que mi país abandona la Unión Europea”, expresó Isabel II. Que lo hiciera con un sombrero de copa alta en azul eléctrico y flores de pistilo amarillo, con un parecido más que razonable a la bandera europea, provocó una inesperada y poderosa interferencia en su discurso.
¿Fue un mensaje subliminal? El debate sigue abierto. A los defensores del sí les parece una casualidad exagerada que, de los más de 5.000 sombreros que conforman el armario de la reina, fuera precisamente ese el escogido. Por su parte, los escépticos dicen que es improbable que se haya querido saltar su obligada neutralidad con una referencia tan burda y explícita a la bandera diseñada en 1955 por el pintor Arsène Heitz, que las instituciones europeas adoptaron al unísono en 1986. Lo sorprendente es que la monarca era, hasta ahora, sospechosa de pertenecer al bando contrario. En marzo de 2016, The Sun publicó este titular en su portada: La reina apoya el Brexit. Se basaban en dos fuentes que juraron haber oído a Isabel II decir que no veía problema en abandonar la Unión Europea durante una cena en 2011, en presencia del ex viceprimer ministro Nick Clegg. ¿Y si lo que se presenció fue, en realidad, “su camino de Damasco”, como especuló The Guardian?
Si fuera el caso, la monarca británica no sería una pionera en el uso del sombrero como señal sutilmente política. Una cofia casi nunca es solo una cofia. También suele indicar cuál es el género, la edad, la ideología y el estatus social de quien se la pone.
El sombrero fue un símbolo de la férrea jerarquía social de la China tradicional. Hasta el final de la dinastía Ming en 1644, las personas de origen modesto no tenían derecho a lucirlo en público. Siglos más tarde, se pondría de moda el gorro frigio, que fue utilizado como símbolo de libertad durante la Revolución Francesa. Marianne, principal emblema de la República francesa, sigue luciendo hoy el mismo tocado en el grafismo oficial del Estado francés, tal como hacía en La libertad guiando al pueblo, el mítico cuadro que Delacroix pintó en 1830. Desde Francia llegó a Estados Unidos, entonces en plena Guerra de Independencia, donde también fue profusamente utilizado. En la actualidad, el gorro frigio aparece en el escudo de repúblicas como las de Argentina, Bolivia, Colombia, Cuba, Nicaragua y Paraguay.
En la Inglaterra eduardiana, las sufragistas también hicieron un uso estratégico del sombrero, prenda indispensable en el vestuario de cualquier persona respetable. Acusadas de adoptar actitudes propias de un hombre, se sirvieron del vestuario tradicional femenino para contrarrestar la violencia de sus acciones, como romper escaparates y acuchillar cuadros en museos públicos. “Muchas sufragistas se gastan más dinero en ropa del que se pueden permitir, prefiriendo eso a correr el riesgo de ser consideradas extravagantes y hacer daño a la causa”, explicó Sylvia Pankhurst, hija de Emmeline, su mítica líder. Algunos anuncios de la época dan cuenta de cómo los grandes almacenes londinenses permitían customizar sus tocados “con los colores distintivos de cualquier organización”, como reza una publicidad del desaparecido Derry & Toms.
Durante la ocupación de Francia por los nazis, Cristóbal Balenciaga fue acusado de poner de moda sombreros exageradamente grandes y ostentosos. En su colección otoño-invierno de 1943, el guipuzcoano presentó unos modelos aparatosos y llenos de plumas que hicieron furor entre las parisinas. Algunas de ellas les añadieron pájaros y frutas. Ese insólito gusto se interpretó como una forma de resistencia silenciosa ante la opresión de los nazis. “Los alemanes amenazaron con cerrar su tienda, por haber impulsado una moda que se oponía a la restricción de material que intentaban imponer”, explica la historiadora de la moda Miren Arzalluz, exconservadora del Museo Balenciaga de Getaria, que recoge la historia en un texto sobre el exilio parisino del modisto, publicado en un nuevo volumen sobre el legado del lehendakari Agirre. “Las autoridades alemanas interpretaron que el papel de Balenciaga en la moda de los sombreros suponía una invitación al exceso y a la desobediencia”, añade Arzalluz.
El último ejemplo llegó en enero, durante la Marcha de las Mujeres, principal manifestación contra Donald Trump, convocada el día después de su nombramiento en Washington y otras 600 ciudades. Los manifestantes se pusieron gorros rosas para protestar contra la actitud misógina del presidente, que en un vídeo desenterrado durante la campaña decía “agarrar por el coño” a las mujeres sin necesidad de que dieran su consentimiento. En respuesta a sus palabras, una asociación tejió miles de ejemplares de ese gorro, al que apodaron pussy hat (palabra coloquial para referirse a la vagina). Lo lucieron entre otras Cate Blanchett, Olivia Wilde Patti Smith y Whoopi Goldberg. Fue la respuesta perfecta al otro tocado que protagonizó la campaña estadounidense: la gorra roja con el lema de Trump, Make America Great Again. “La gente que no estaba interesada en la política quería expresar su apoyo a una alternativa. Su manera de hacerlo fue comprar sombreros”, sostuvo el exjefe de campaña de Trump, Corey Lewandowski.
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