Lolita Flores, bienvenida al verano
LA ACTRIZ CHINCHA mientras exclama a su interlocutor: “¡Sí, hombre, como si yo fuera la tonta del bote!”. En otro momento, se remanga el vestido y deja entrever ese legendario cruce de piernas zambo tan característico de Lina Morgan. El homenaje resulta más que pertinente teniendo en cuenta que nos encontramos en el que fuera el escenario de la cómica, que acuñó la frase y el gesto. Sobre las tablas del madrileño teatro de La Latina, Lolita Flores patalea, conversa, susurra, carcajea y canta. Que sea su nombre el que sale a relucir en este contexto de risas y pantomimas quizá resulte chocante porque, como reconoce, no se suele esperar de ella que airee así, tan a las claras, su vis cómica. “En este país muchas veces tienes que demostrar día a día lo que eres”, dice, más con ánimo de charla que de protesta.
Celebrada cantante, en cuatro décadas de carrera ha dado varias vueltas al circuito del espectáculo: desde la radio a la televisión, el cine y, más recientemente, el teatro. “Que me ha encontrado él a mí, más que yo a él”, señala en referencia a cómo la suerte le ha ido acercando los diferentes papeles que ha encarnado, llegando a llenar coliseos como el Teatro Romano de Mérida, un espacio casi mítico que “tiene dos energías que se rechazan, porque en la escena hay mucho espíritu, pero donde están los camerinos es donde los leones se comían a los cristianos. Y ahí hay una congruencia rara: la muerte con la vida, el arte con la destrucción”.
En esta ocasión, se mete en la piel de Claudia, una florista que protagoniza un enredo amoroso en la función Prefiero que seamos amigos. Pero ya puede hacer de Claudia o de La Colometa, aquella mujer sumida en la miseria de la posguerra que encarnó en La plaza del diamante. Cómicos o dramáticos, antiguos o modernos, ella agarra a sus personajes de las mismas costuras. “Los llevo a mis entrañas, y ahí les doy mis ojos, mi voz, mi manera de expresarme. Soy actriz porque lo debo de llevar en alguna parte de mi cuerpo, en mi ADN, no sé, o en mis venas”.
La sangre y los genes ejercen su influjo, claro. No solo en la forma de ser, de actuar o de ver la vida. También en los gustos adquiridos de sabores y aromas, en la disposición a la hora de compartir una comida, ya sea en familia o con amigos. De su padre, Antonio González, El Pescaílla, heredó una querencia por recetas catalanas como “la tortilla de habas o la de alcachofas”. Lola Flores, su madre, se relamía con platos como la tagarnina, un cardillo “difícil de preparar”. “Pero las comidas de mi casa eran muy simples: garbanzos con espinacas, garbanzos con acelgas, lentejas, cocido, berza…”.
Ahora, con sus dos hijos, intenta cuidarse con elaboraciones “muy caseras” que, a la vez, aporten poca grasa. “No somos de comer mucha pringue: tomamos muchas verduras, hidratos, proteína vegetal, pollo…”, cuenta la artista, que reconoce que no suele probar la carne de ternera. “Soy más de arroz, de pasta, de lechugas… Pero no soy vegetariana, porque sí que como huevo o pescado”. Para nuestra cita, pone su filosofía en práctica con una receta ligera y apeteciblemente veraniega: un colorido gazpacho de remolacha que, además de sencillísimo y cada vez más popular, “es bueno para la sangre, es sano y encima no engorda”.
Gazpacho de remolacha

Para 4 comensales 0,50 euros por persona
Tres remolachas hervidas.
– Una cebolla pequeña.
– Uno o dos dientes de ajo.
– Aceite.
– Vinagre de vino.
– Pimienta.
– Sal.
– Agua.
1. Poner las remolachas hervidas en un vaso de batidora junto con un trozo (aproximadamente la cuarta parte) de la cebolla pequeña, uno o dos dientes de ajo (depende del tamaño y del gusto que se desee conseguir), un chorro de vinagre,
un chorro de aceite de oliva, y sal y pimienta al gusto.
2. Añadir agua si se quiere rebajar la densidad. Batir bien y enfriar en el frigorífico.
3. Servir bien frío y añadir hielo si se prefiere una consistencia más líquida.
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