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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El capote de Sergio Ramos

Se discrimina la feria de San Isidro como si no existiera y se oculta en las limitaciones de un espectáculo clandestino

Sergio Ramos celebra la Copa de Europa en Cardiff.
Sergio Ramos celebra la Copa de Europa en Cardiff.GLYN KIRK (AFP)

No existe mayor aberración iconográfica en la tiranía de la corrección que un jugador del Madrí toreando sobre la hierba de Cardiff. Una españolada redundante, una amalgama cañí, un insolente quite por verónicas que explora las convenciones de una sociedad encorsetada. Y que representa un mensaje de propaganda taurina universal, precisamente por la repercusión mediática de la Champions. Y porque no proliferan los iconos que confiesan su afición a la tauromaquia, como si hacerlo contraindicara la reputación o los cálculos comerciales.

Vemos a Sergio Ramos en Las Ventas haciendo apostolado, y a Koke. Y vemos a Eduardo Arroyo o a Miquel Barceló ensimismados en la estética. Y vemos que la plaza se llena durante 32 tardes consecutivas en una fervorosa yincana, pero el acontecimiento de San Isidro se resiente de un apagón informativo. Casi nunca trascienden las noticias de la feria. No porque escaseen, sino porque ha prosperado un cordón de aislamiento mediático, político y publicitario que reniega del acontecimiento.

Existir existe. De hecho, Las Ventas congrega 650.000 espectadores a la usanza de un fenómeno de masas, pero la feria de San Isidro, en su expectación, hipertrofia y hedonismo, termina encubriéndose, ocultándosele a la misma sociedad que ha decidido tolerarla y frecuentarla. Sería la manera de forzar la sentencia —la aspiración— que precipita la agonía de la Fiesta. Y no se habla aquí de complots organizados ni de conspiraciones coreografiadas, sino de un hábitat sociológico que intimida o silencia el descaro de un espectáculo intolerable. Intolerable porque expone la sangre y la muerte. O porque las estiliza. O porque la sociedad de la mascota y del lobo hombre se resiste a comulgar en esta eucaristía pagana que transforma —transubstancia— al toro en tótem.

Se trata de discriminar la feria de San Isidro como si no existiera, ocultarla en las limitaciones de un espectáculo clandestino. O vincularla a la idiosincrasia del PP, de forma que la afluencia de políticos populares y la presencia cotidiana del Rey emérito redundarían en la simplificación de un fenómeno conservador y rancio, cuando no anacrónico y pintoresco o folclorista.

El sesgo abunda en la tentadora politización de la tauromaquia. Empezando por la alcaldesa Manuela Carmena, no ya ausente o despectiva hacia el espectáculo “madrileño” que más público atrae y más dinero proporciona a la ciudad —24 millones en restauración, 16 en alojamientos, 3 en transportes—, sino refractaria a la categoría que define Las Ventas como la capital mundial del toreo. No hace tanto que los toros eran progres y que representaron el espíritu transgresor de la Movida, pero los malentendidos que acechan a la tauromaquia —el político, el ecologista, el cultural, el endogámico— han abierto una brecha con la sociedad a la que Ramos trató de poner remedio meciendo un capote en la hierba de Cardiff.

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