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Columna
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El PP emula a Fillon

El caso es buscar un blindaje efectivo de sus vergüenzas sin que importe si para ello se debilitan instituciones clave de la democracia

Fernando Vallespín
El líder del PP, Mariano Rajoy, preside la reunión del Comité de Dirección del partido celebrada hoy en la sede central, en Madrid.
El líder del PP, Mariano Rajoy, preside la reunión del Comité de Dirección del partido celebrada hoy en la sede central, en Madrid.Tarek Mohamed (EFE)

El PP ya ha recibido dos avisos: el primero, a través de la decreciente intención de voto a su favor; el segundo, en el último barómetro del CIS en el que vuelve a dispararse la inquietud ciudadana por la corrupción. Este último le apunta además de forma directa. Salvo algún caso en Cataluña, todos los escándalos se centran sobre los suyos. O sea, que ya no preocupa la corrupción en abstracto, sino la asociada a este partido. Con todo, lo más alarmante no es solo que hayamos tenido conocimiento de esta retahíla de nuevos escándalos; lo verdaderamente preocupante es que para tratar de pararlo haya instrumentalizado a algunas instituciones clave del Estado de derecho, como la Fiscalía Anticorrupción, o el nombrar a jueces afines en puestos claves de la judicatura encargados de conocer de este tipo de delitos. Con razón nos ha tirado de las orejas el Consejo de Europa señalando que en España no hace lo suficiente para garantizar la independencia judicial.

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No contento con esto, ahora trata de cubrir con una cortina de humo la Comisión de Investigación del Congreso sobre financiación irregular de los partidos, vulnerando de paso su compromiso parlamentario con Ciudadanos. Su búsqueda de la opacidad se traslada así al propio Legislativo, el lugar de la tan cacareada sede de la soberanía nacional, y del principio de representación que tan ostentosamente reclaman frente al populismo. El caso es buscar un blindaje efectivo de sus vergüenzas sin que importe lo más mínimo si para ello hay que debilitar a las instituciones clave de la democracia. Y tengo para mí que esto es más obsceno aún que sus mismos escándalos de corrupción.

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Tanto mediante actos concluyentes como en sus declaraciones, hay algo en este tipo de actitudes que evocan aquellas palabras de Fillon, el declinante político francés: “no son los jueces quienes deben juzgarme, sino el pueblo”. Catalá, el actual ministro de Justicia —¡el de justicia, precisamente!— hace unos meses afirmaba que existía algo así como una redención electoral de los delitos de corrupción. Absolución popular frente a instituciones del Estado de derecho, ¿a qué les recuerda eso? Sí, a populismo puro y duro. Berlusconi mismo llegó a decir que él, elegido por el pueblo, no permitiría que le juzgara una persona que solo tenía el cargo por oposición (sic).

En una democracia, lo que realmente desestabiliza es la opacidad; y no hay nada más radical que pretender invalidar los mecanismos de control político

Martínez Maillo, al defender la posición de su grupo en la ya aludida Comisión de Investigación del Congreso, se permitió incluso contrastar “moderación y estabilidad” —lo que ellos propugnaban— frente a “radicalidad y extremismo”, la posición de los otros. O sea, la perfecta subversión del lenguaje, muy en la línea de la posverdad. En una democracia lo que realmente desestabiliza es la opacidad; y no hay nada más radical que pretender invalidar los mecanismos de control político. No nos merecemos tanta hipocresía.

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Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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