El Versalles moderno resucita
En 1932 Robert Mallet-Stevens concibió Villa Cavrois como un ejercicio de futurismo monumental. Así ha sido su reforma
La historia comienza en 1925, cuando Paul Cavrois conoce a Robert Mallet-Stevens en una feria comercial. El primero es un rico industrial del norte de Francia, cuya fortuna procede de la lana y los tejidos de lujo. El segundo es un arquitecto creativo, también galo, amante de la modernidad y que gusta de inspirarse en el diseño nórdico y en el cine. En 1929, el primero encarga al segundo una nueva casa para su familia. El lugar es Croix, una aldea a pocos kilómetros de Bélgica, rodeada de prados y campos de cultivo. El encargo parte de los anhelos de la señora Cavrois, que desea vivir en un palacio como los del siglo XVII. Concretamente, en uno que se parezca al de Versalles.
En esa época, Mallet-Stevens se encuentra en un momento de transición hacia una nueva arquitectura, convencido de que el art nouveau tendrá una vida breve y de que el decorativismo será superado por líneas limpias y puras. Ambos emprenden un viaje de exploración que les lleva a visitar el ayuntamiento de Hilversum, diseñado por Willem Dudok, y el palacio Stoclet, de Josef Hoffmann, en Bruselas. Las directrices empiezan a estar claras: buscar inspiración en las líneas y los materiales arquitectónicos para pensar en un castillo contemporáneo a la altura de la posición socioeconómica de Cavrois y de las ensoñaciones palaciegas de su esposa.
El objetivo, sin embargo, no es ni copiar ni igualar Versalles, sino emplear aquel edificio legendario como punto de partida para reflexionar sobre lo que significa la palabra “palacio”. Mallet-Stevens empieza a trabajar por sustracción. Despoja al hogar de Luis XIV de la solemnidad clásica de la fachada, elimina los elementos decorativos y vacía los interiores de espejos, oros y frisos. Solo líneas puras y luz. El jardín es todavía más esencial: tiene las mismas proporciones que el edificio y un espejo de agua que aporta profundidad. Las dimensiones del conjunto son grandiosas: 60 metros lineales de fachada, 2.800 metros cuadrados de superficie transitable y otros 20.000 de jardín.
Mallet-Stevens no solo cumple con el encargo, sino que firma una obra total. Un arquetipo. En la fachada, dispone trazos negros horizontales intercalados entre hileras de ladrillos amarillos, de medidas perfectas. No es la única innovación en un edificio futurista que parece un palacio, pero tiene forma de barco, como si aquella mítica embarcación que Werner Herzog subió a una montaña en Fitzcarraldo se hubiese remansado en las aguas seguras del campo francés. El resultado es un organismo extraño, con 830 metros de terraza y piscina para los huéspedes del crucero. Ventanas como pantallas de cine e interiores ventilados e higiénicos. Un manifiesto de la modernidad que fue.
Villa Cavrois ha sido restaurado de acuerdo con los archivos originales en un proceso que comenzó en 2008 y ha costado cerca de 23 millones de euros al Centre des Monuments Nationaux.
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