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Columna
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De nuevo en casa y desatado

El viaje de Trump certifica el final de un siglo de involucración de EE UU en Europa

Lluís Bassets
Donald Trump posa junto a una bandera de Estados Unidos
Donald Trump posa junto a una bandera de Estados UnidosJONATHAN ERNST (REUTERS)

Todo transcurrió como estaba previsto. Donald Trump no se salió del guion. Hubo incidentes y anécdotas, pero todos menores. Esta primera salida al extranjero, rodeada de ocasiones para gafes y meteduras de pata, ha sido todo un éxito al decir de sus colaboradores.

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Y sin embargo, este viaje está ya inscrito en las relaciones transatlánticas como la culminación dramática de una ruptura histórica. El comportamiento de Trump, sus palabras y sus tuits, señalan el definitivo agotamiento del siglo de Estados Unidos en Europa, una etapa que empezó hace cien años cuando Woodrow Wilson obtuvo los poderes de guerra para intervenir en la Primera Gran Guerra y que ha proporcionado a la superpotencia americana tres victorias en territorio europeo, dos directamente militares, y una geopolítica e ideológica, la de la Guerra Fría, además de una hegemonía en todos los campos, económico, militar, político y cultural, como no se había visto nunca antes en la historia de la humanidad.

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Trump nada entiende de toda esta historia, de la que solo registra las ventajas y se niega a aceptar las obligaciones y deberes que ha generado. Para los estadounidenses, el siglo XX, su siglo, ha sido un negocio de dimensiones colosales e insuperables, pero Trump solo sabe contemplarlo desde el prisma minúsculo y moralmente mezquino de la cuenta de ingresos y gastos propia del tendero de la esquina. El viaje también certifica que ya se ha producido y triunfado la revancha rusa de la derrota sufrida con aquella "mayor catástrofe geopolítica del siglo XX" que fue al decir de Vladimir Putin la desaparición de la Unión Soviética.

Trump no ha estrechado relaciones sino que ha dejado un rastro de cautela y hostilidad

El mensaje de Trump al mundo es perturbador. Washington ya no se preocupa por los derechos humanos ni por la democracia en el mundo. Los dictadores tienen manos libres. El enemigo es el terrorismo, una etiqueta genérica muy atractiva para las monarquías del Golfo, puesto que sirve para todo, para denunciar al enemigo iraní, seguir destruyendo a Yemen o reprimir su oposición interna, como ha hecho ya, al regreso de la cumbre de Riad, la monarquía sunita de Bahrein.

Políticamente no se ha cumplido ninguno de los objetivos que la Casa Blanca había establecido. Su liderazgo global ha salido debilitado; Trump no ha estrechado relaciones sino que ha dejado un rastro de cautela y hostilidad; su escasa apreciación de la Alianza Atlántica ha minimizado cualquier mensaje de unidad con amigos y aliados; y en vez de unir a los creyentes de las tres grandes religiones ha mostrado su preferencia por el sunismo wahabita en detrimento del chiismo e incluso del islam pakistaní, cuyo primer ministro fue marginado en la cumbre árabe e islámica de Riad.

La Casa Blanca, sin embargo, dice estar satisfecha. Deber cumplido. Durante nueve días se ha olvidado de la conexión rusa, el presidente puede regresar a la pelea interior para sacar la agenda republicana en el Congreso y todo está ya preparado para rechazar el acuerdo de París sobre cambio climático. Tras nueve días de un paréntesis viajero, su cuenta de Twitter funciona de nuevo a velocidad de crucero. A pesar de todo, el peor Trump no es el que viaja sino el que se queda solo en casa frente al televisor y con el móvil en la mano.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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