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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Si Amundsen levantara la cabeza

La contaminación amenaza los hielos de Ártico mientras Dubái quiere remolcar icebergs de la Antártida

Rosario G. Gómez
Recreación del proyecto de National Advisor Bureau Limited para remolcar icebergs a Dubái.
Recreación del proyecto de National Advisor Bureau Limited para remolcar icebergs a Dubái.AP

El legendario explorador noruego Roald Amundsen abrió a principios del siglo XX la primera ruta marítima que conectaba el Pacífico y el Atlántico por el Ártico: el Paso del Noroeste. “El sueño de mi infancia estaba cumplido”, escribió en su diario en agosto de 1905, poco antes de emprender rumbo al Polo Sur. Desde aquella temeraria expedición a bordo del Gjoa,el Ártico ha sido objeto de disputas políticas y comerciales. Y es también el mejor termómetro para medir el cambio climático.

Salvo un puñado de recalcitrantes negacionistas, ya nadie duda de que la contaminación está destruyendo los témpanos marinos a pasos agigantados, como pone de relieve un estudio de la revista Science en el que se explica gráficamente el efecto de los gases de efecto invernadero: una tonelada de CO2 lanzada a la atmósfera provoca la desaparición de tres metros cuadrados de hielo en el Ártico en pleno verano.

Los científicos han elaborado una tabla de emisiones para que todo el mundo sepa cuánto contamina. Un coche medio, por ejemplo, deja una huella de carbono de 3,8 toneladas al año, lo que provoca la desaparición de 11,4 metros cuadrados de hielo en el Ártico durante la estación estival.

Las mediciones efectuadas por los satélites en febrero revelaban un dato preocupante: la extensión de la banquisa ártica ha sido la más baja para esa fecha desde que comenzaron a realizarse controles, en 1979. Es en los mares de Barents y Bering donde se localizan las mayores carencias. Para documentar el cambio climático, una expedición a bordo del Trineo de Viento, un vehículo desarrollado por el explorador Ramón Larramendi, se ha propuesto recorrer 1.200 kilómetros a lo largo de una corriente entre Groenlandia y la base ártica internacional EastGRIP. Estudiar el pasado climático y valorar el impacto de los gases de efecto invernadero en la nieve son los objetivos de este proyecto, que aspira a buscar fórmulas para salvaguardar el hielo del planeta.

La mejor estrategia para ello no parece ser la diseñada por la compañía National Advisor Bureau, que ha perfilado una mastodóntica operación para remolcar iceberg (de hasta 75.000 millones de litros) de la Antártida a Dubái. Los colosos de hielo serían transportados desde las islas Heard hasta el emirato a través de unos 9.200 kilómetros. Un plan de esta envergadura saciaría la sed de los habitantes de Dubái, que ahora reciben agua dulce procedente del enorme engranaje de desaladoras ancladas a lo largo de la costa. Pero plantea un sinfin de preguntas. ¿Compensaría económicamente incluso al opulento y derrochador emirato? ¿Es asumible el consumo energético de estos viajes? ¿Cómo afectará al ecosistema oceánico? ¿Cuánta agua se perdería durante el remolque? Amundsen, que en 1911 clavó la bandera noruega en el Polo Sur geográfico, la meseta del rey Haakon VII, se preguntaría si no hay nadie capaz de frenar esta delirante travesía.

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