Cuarenta años
Cientos de miles de trabajadores siguen pensando que afiliarse a un sindicato es la mejor garantía frente a los abusos
De casi todo hace ya 40 años cuando se alcanza cierta edad, que es algo que le acaba sucediendo a todo el mundo menos a la profesora Brigitte Trogneux, la mujer de Emmanuel Macron. De eso no se libra ni Comisiones Obreras, que ya lleva —quién se lo iba a decir, por ejemplo, a Julián Ariza, uno de sus dirigentes históricos aún vivos— más años de existencia legal que clandestina.
Los militantes del sindicato que acabó con los franquistas verticales siguen guardando en su ADN el tufo de ilegalidad con el que se enfrentaban a la represión en aquellos años de plomo. Se gustan en ese papel que viste de pantalón de pana el invierno y de escuálida gorrilla, como de aparcacoches sevillano, el verano. Les gusta tener un aire bronco para avisar a la patronal. Y luego, saben negociar.
Hay mucha gente en este país, donde los parados sumaban cuatro millones hasta hace poco, y donde anida una desigualdad escandalosa, que piensa que los sindicatos son cosa del pasado, un invento que pudo ser útil en tiempos que ya no son estos.
Y es curioso porque entre esa gente está la cajera del supermercado pijo que ha sido despedida por encararse con un cliente que la llamó gorda e inútil para adornar su reclamación. O, peor aún, la familia del operario electrocutado por no llevar guantes aislantes que eran obligatorios pero la empresa no tenía. Una casuística que puede ser interminable y afectar, incluso, a los ejecutivos de corbata que fingen no saber que también tienen derechos, como los que sudan en su trabajo.
Hay en España cientos de miles de trabajadores que sin embargo siguen pensando que afiliarse a un sindicato es la mejor garantía frente a los abusos laborales.
Ya no se trata de agradecer a los sindicatos su papel en la Transición, que tuvo un final feliz porque los sindicalistas dieron la cara en la calle. No solo, pero sí fundamentalmente.
Hoy en España vivimos una situación como poco dual. Hay mucha gente al borde de la pobreza, incluso gente que tiene trabajo. Pero el trabajo no está adornado con la dignidad que debería. En este país los abusos están a la orden del día. No solo la estabilidad del empleo puede estar en riesgo, sino la misma vida de los trabajadores, que no tienen quien mire por ellos fuera de los sindicatos.
Hace ya 40 años, y me parece más necesario que nunca. Como lo era Joaquín Prieto, un periodista que hace 40 años ya era ejemplar. Le echaremos de menos.
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